Las medidas universales son clave para nuestra civilización, ya que son el estándar en el espacio físico que ocupamos, los parámetros que utilizamos para poder operar, programar, desarrollarnos, dominar o predecir al universo físico. Y toda variación es esencial. Aunque sea para mejor: por eso es noticia que después de muchas negociaciones se haya variado la esencia misma del kilogramo en el sistema métrico decimal.

Si será clave el sistema de medidas que a la propia NASA le jugó una mala pasada: empeñados los anglosajones en su “sistema imperial” de pulgadas, galones, yardas, pies y millas, que perdieron una de las sondas espaciales porque los que la construyeron (los europeos) lo hicieron todo en cm y ellos usaban las pulgadas; de esa variación nació un desfase trágico para la máquina, pulverizada porque los ingenieros de la NASA dieron por sentado (lo cual dice mucho de la psique norteamericana) que los europeos se habían plegado a su particular sistema heredado de los británicos. Así que mientras el resto del mundo vive por y para el metro y el kilogramo, ellos siguen con su “diferencial”. No lo han tocado en siglos. Los demás, en cambio, sí que alteramos para mejorar. Entre 2017 y 2018 se hicieron cambios en casi todos los parámetros, desde la medición térmica y energética a la física, del mol al amperio pasando por el kelvin. Y ahora le tocaba al kilogramo, un cambio con muchas más consecuencias de las que pensamos.

Hasta ahora un kilogramo pesaba exactamente lo mismo que el cilindro de platino-iridio que hay en una campana hermética aislada en un sótano bunkerizado del Pabellón de Breteuil en las afueras de París, donde nació el sistema métrico decimal. Durante 129 años ha sido el modelo a seguir, un prototipo aséptico de lo que es un kilogramo, el patrón de medida para el resto del orbe. Pero esta semana se acabó: en Versalles (un buen lugar donde tomar decisiones, malas y buenas) se reunió la Conferencia General de Pesos y Medidas (26ª edición de la institución) para redefinir el kilo, que desde 2019 no se basará en un objeto físico (el célebre cilindro de platino-iridio), sino en algo tan abstracto (y más fiable) como una constante natural. Es decir, que los humanos han decidido que en lugar de basarnos en un tótem metálico que podría haber tenido fallos en su diseño y construcción, creamos nuestro sistema de pesos en función de una constante matemática predecible y repetitiva en el universo, la constante de Planck.

Los cambios afectaron también a más unidades, como indicamos antes. Es un patrón parecido a cómo se modificó el mol: a partir de la constante de Avogadro, cuyo valor depende de la cantidad de átomos en una esfera perfecta de silicio. El amperio que mide la corriente eléctrica se calculará en el nuevo patrón en función de la carga elemental, el kelvin (que mide la temperatura) a partir de la constante de Boltzmann. El cambio no hará que las cosas pesen más: a efectos prácticos para el común de los mortales no hay consecuencias, pero sí en la investigación científica y tecnológica. Al tener mejor sistema de medición, las aplicaciones tecnológicas serán más fiables, y la ciencia podrá eliminar errores de cálculo teórico.

El Sistema Internacional de Medidas da así un paso fundamental en el futuro y ajusta cuentas con la última medida básica sin tocar: la idea era sencilla, mejorar la aproximación al kilogramo abstracto real en el universo ya que el cilindro no es infalible y puede tener variaciones en su estructura atómica, extremadamente pequeñas, pero reales, con lo que el kilogramo se distorsionaba. Esas variaciones existen: los metrólogos calcularon que el cilindro puede haber variado hasta 50 millonésimas de gramo respecto al peso original, por lo que ya no es fiable. Ese diferencial altera todo el sistema de medidas y deja de ser viable, y afecta por ejemplo a cómo se miden las dosis de medicinas. Recuerden, una leve variación en un fármaco puede tener consecuencias terribles para el paciente.

No sólo se trata de esa variación ínfima pero consistente, sino también que no se puede basar todo el sistema de pesos en un cilindro que podría desaparecer o perderse. El primero en cambiar fue el metro, en 1983, basado ahora en la velocidad de la luz: un metro es la distancia que cubre la luz al moverse en 1/299.792.458 segundos. Punto. Es el propio universo el que nos dice qué es un metro, no una vara en un sótano parisino. Al pasar la base de medida a una constante física, se eliminan las impurezas de lo real y se fija el modelo en una figura matemática medible e inalterable. Así pues, el 20 de mayo de 2019 el kilogramo quedará definido por la constante de Planck, un valor que describe las cargas de energías emitidas como radiación, medible con la Balanza de Watt, que mide los pesos en función de una potencia electromagnética y no de un peso modélico. Y esta potencia se calcula por la corriente eléctrica aplicada en función del valor de la constante de Planck, de tal manera que permite “calibrar o medir” el peso de un objeto de forma mucho más fiable y sin apenas variaciones. El único problema es que la Balanza de Watt es mejorable, por lo que no cambiará la definición del kilogramo, sino la precisión de medida.