Un gas fétido derivado de la descomposición microbiana es la prueba esgrimida por un equipo de investigación de investigadores para sostener que existe vida en la atmósfera de Venus, lejos de la superficie infernal de este planeta. En el único sitio donde se dan ciertas condiciones (unos 30ºC de media en esas capas altas de las nubes) a pesar de no haber oxígeno. Sin embargo, podría ser más un deseo que una realidad.
El estudio, publicado en Nature Astronomy, ha levantado muchas esperanzas pero también mucha polémica porque se afirma la existencia de vida sin que haya pruebas más allá del rastro químico detectado por la maquinar de espectrómetros desde la Tierra, donde los investigadores realizaron una simulación de procesos para saber si es viable. Uno de los puntos fuertes de su estudio es que Venus presente una cantidad exagerada de fosfina, unas 10.000 veces más alta de lo que se podría producir por la simple degradación y recombinación del fósforo de forma natural, sin mediación de vida biológica. Entre las posibilidades está el bombardeo de meteoritos que produjera un recalentamiento puntual de la atmósfera y acelera el proceso, la actividad geológica del propio planeta (incontenible y continua), relámpagos gigantes que superarían todo lo registrado en la Tierra… Sin embargo, estos sucesos no alcanzan (en las simulaciones) para justificar unos niveles de fosfina tan altos.
Venus está mucho más cerca de la Tierra que Marte. De hecho su tamaño es muy parecido. Mientras que la obsesión rojo-anaranjada de la Humanidad está a una media de 79 millones de km de distancia, nuestro gemelo engañoso está a 41 millones de km. Lo tiene todo para ser un planeta hermano: está dentro de la zona calidad orbital del Sistema Solar, su tamaño y su fuerza gravitatoria está en los parámetros de la Tierra, es un planeta rocoso con una atmósfera densa… pero es el infierno. Venus, quizás por esa cercanía al Sol, se recalentó demasiado y desarrolló una atmósfera tóxica y sometida a una presión exagerada (el equivalente a lo que sentiríamos a 1.600 metros de profundidad en el mar, es decir, la muerte casi instantánea), hasta el punto de que en su superficie la temperatura ronda los 400º C (funde metales pesados como el hierro y el plomo sólo con dejarlos a la intemperie y arderíamos como cerillas), cubierto permanentemente por una densa bruma tóxica que desencadena incluso lluvia de ácido.
Esquema de la fosfina: un átomo de fósforo combinado con tres de hidrógeno
Ante esta perspectiva es lógico pensar que no hay futuro humano en Venus. Pero las capas medias y altas de la atmósfera venusiana son otra historia. A una altura de entre 45.000 y 55.000 metros (la ideal sería en torno a los 50 km de altura) las condiciones son muy diferentes, con una presión en torno a 1 atmósfera y una temperatura de entre 20º y 30º constantes. Ahí es donde siempre se ha estimado que podría existir algún tipo de vida acondicionada a esas condiciones, que evidentemente existirían sin oxígeno, que necesitarían ser tan ligeros como para flotar (lo que implicaría vida microbiana) o cuyos organismos estuvieran preparados para sostenerse por sí mismos continuamente a esa altura, porque no hacerlo supondría caer al infierno de las capas bajas de la atmósfera o la superficie. Uno de los primeros en dar alas a esta teoría posibilista fue Carl Sagan en los 60; el divulgador apostó por formas de vida similares a pequeñas pelotitas huecas, o bien medusas rellenas de aire en lugar de agua, como dirigibles vivos.
Pero fue siempre una teoría hermosa, pero sin pruebas. Hubiera requerido una presencia in situ en la atmósfera venusiana. Pero la tecnología avanzó y finalmente se ha encontrado una prueba “posibilista” que necesitará todo tipo de confirmaciones: la fosfina. Un breve apunte sobre química orgánica: la fosfina es un derivado del fósforo, producido bien por interacción biológica o bien por la descomposición inorgánica mediante la fusión de tres átomos de hidrógeno y otro de fósforo por la vía de la presión. Muchos planetas de nuestro Sistema Solar tienen esas fábricas naturales de fosfina, sin intervención de ningún ser vivo cuya descomposición o actividad bioquímica genere fosfina. Para que se hagan una idea del compuesto: es altamente tóxico, con un olor de ajo podrido muy fuerte y aquí en la Tierra llegó a usarse como arma química. Más: es uno de los residuos peligrosos de la producción de metanfetaminas.
Comparativa aproximada de los tamaños de Venus y la Tierra; en la imagen Venus aparece con su superficie liberada de la presencia de atmósfera, reconstrucción de la NASA para poder mostrar cómo es la corteza
Sin embargo, y a eso se agarran los investigadores, la fosfina también la producen microbios en ambientes carentes de oxígeno y que viven de la descomposición de determinados compuestos, como el fósforo. De hecho en la Tierra se produce de forma natural. Incluso, tomen nota, se produce en ambientes fecales o en el intestino de algunas especies. Humanos incluidos. Esta base es la que les ha permitido argumentar un potencial origen biológico. Se apoyan también en la detección de fosfina ya en 2018 a través de los radiotelescopios de Hawaii, luego con el ALMA de Chile y de manera independiente por varias de las autoras del estudio, como Jane Greaves (Universidad de Cardiff) y Clara Sousa-Silva (MIT). Falta sin embargo una visión mejor utilizando un telescopio espacial, que permitiría una detección mucho más completa. El problema es que todo el estudio, para hablar en plata, lo “fía” todo a la alta concentración de fosfina en Venus, por encima de lo normal por pura reacción química natural. En su contra tiene casi todo lo demás, en parte por la falta de más pruebas y más comprobaciones, que podrían llegar en los próximos meses. Pero como golpe de efecto sin duda ha tenido efecto.