Seguramente todos hayan visto las fotos de Detroit, una ciudad en quiebra técnica, que en su día fue la primera ciudad industrial del mundo, un hervidero de trabajo, máquinas, coches, servicios… era el modelo a seguir para el futuro, la civilización técnica industrial del siglo XX llevada hasta el límite. Hasta que el racismo la devoró, una caída y estallido que Kathyrn Bigelow ha retratado en el filme.

Barrios trazados con tiralíneas, casas para todos, el primer lugar de EEUU donde los afroamericanos tenían trabajo a expuertas y podían soñar con ser iguales, plenos, aceptados. O puede que no. Porque el racismo es el gran problema de EEUU, por encima incluso de la desigualdad social y que se proyecta incluso en nuestra sociedad. El racismo del yankee blanco no es tan diferente del que exhibe el español medio ante todo lo que no se le acerque étnicamente. Y sobre todo es un aviso del pasado de lo que le podría pasar a EEUU si el racismo vuelve a sembrar la discordia y la ira. La directora, destacable en el género bélico en los últimos años, acomete un proyecto ambicioso: narrar el origen de los disturbios raciales en Detroit en los años 60, que acabaron con el falso sueño de igualdad en EEUU.

Detroit fue una bomba de relojería que exhibió las contradicciones del sueño americano como pocas, y que ahora Kathryn Bigelow ha decidido llevar al cine. Después de demostrar su talento como directora en el cine bélico (‘En tierra hostil’ y ‘La noche más oscura’) y de ganarse un hueco en Hollywood (algo complicadísimo para una mujer, casi tanto o más que para un afroamericano, un latino o un asiático). Ha reclutado a John Boyega, Will Poulter y Anthony Mackie, entre otros, para narrar sobre biografías reales aquella explosión de violencia interracial en la que supuestamente debía ser la ciudad-modelo. Ningún sistema basado en la injusticia suele durar mucho, porque, como un gran mecano matemático, sus contradicciones internas terminan por quebrar su dinámica.

La película narra la explosión, el inicio de la decadencia y el desencanto de Detroit. Hoy todos, políticos, sociólogos y ciudadanos, apuntan a aquello como el principio del fin que culminó con la declaración de bancarrota de la ciudad en los dos años pasados. La primera vez en la historia de EEUU en la que la ciudad se acogía a un proceso administrativo semejante. Pero el legado de muerte y sangre de Detroit quedó sobre la mesa: 43 muertos, barrios enteros arrasados, la quiebra total de la convivencia racial y gasolina para los grupos supremacistas blancos y para los movimientos radicales afroamericanos; ambos extremos vieron confirmados en Detroit todos sus miedos y ansias ideológicas. Todos perdieron en Detroit, especialmente la convivencia en paz.

El racismo soterrado en la llamada “Motor City” era tan profundo como en cualquier otro lugar, pero allí la falsa vida normal no aguantó el paso del tiempo. No hay que olvidar que Detroit también era la sede de la Motown, la productora musical que prácticamente creó la música negra que forma parte de la cultura norteamericana. Detroit acumuló mano de obra negra para poder sostener sus beneficios derivados de la industria del motor, una de las más poderosas del país y del mundo, les dio una vida obrera más o menos plena pero el dominio de las élites blancas era tan aplastante que ejercía de tapón a las aspiraciones de gran parte de la ciudad. Mientras hubo crecimiento sostenido y la tensión acumulada era mitigada, no hubo problema.

Aquello fue en los años 40, 50 y 60, antes de que en 1967 y 1968 reventara la burbuja social de Detroit, saltara hecha añicos y la onda expansiva todavía se siente hoy, cuando la ciudad ha perdido casi el 50% de su superficie útil y sirve de escenario para películas postapocalípticas. Teatros, cines, centros de conferencias, hoteles, barrios enteros reducidos a escombros abandonados que tienen un siniestro parecido con los vídeos y fotos que cada poco emergen de cómo quedó la ciudad de Chernóbil después del accidente nuclear. Hay un paralelismo oscuro entre ambos lugares, con la diferencia de que a aquella urbe soviética la devoró la radiación y a Detroit el racismo rampante, que estalló por un suceso concreto.

Como siempre, tiene que haber un chispazo que seguro les suena: el asesinato de tres chicos negros a manos de la policía. En el Motel Algiers hay una redada de la policía, que termina con tres cadáveres. La chispa se convierte en un incendio infinito que se extiende por toda la ciudad, sometida a un grado de violencia que todavía hoy no se ha superado. Fue el detonante de todas esas contradicciones sociales en las que se finge ser una sociedad abierta cuando en realidad es un sistemas de castas raciales encubierto. La Guardia Nacional entra en la ciudad y la situación empeora todavía más, alimentada por el racismo de los blancos y la rabia de los negros. Dos trenes en colisión.

Ficha de ‘Detroit’:

Título original: Detroit. Año: 2017. Duración: 143 min. País: EEUU. Género: Drama. Director: Kathryn Bigelow. Guión: Mark Boal. Música: James Newton Howard. Fotografía: Barry Ackroyd. Reparto: John Boyega, Jack Reynor, Hannah Murray, Anthony Mackie, Will Poulter, Jacob Latimore, Jason Mitchell, Kaitlyn Dever, John Krasinski, Darren Goldstein, Jeremy Strong, Chris Chalk, Laz Alonso, Leon Thomas III, Malcolm David Kelley, Joseph David-Jones, Algee Smith, Ben O’Toole, Joseph David Jones, Ephraim Sykes, Samira Wiley, Peyton Alex Smith, Laz Alonzo, Austin Hebert. Producción: Annapurna Pictures / First Light Production.

Una redada, racismo, violencia policial y todo estalla: imágenes reales de los disturbios de 1967 en Detroit