El Centro de Arte Contemporáneo de Málaga (CAC Málaga) presentó este fin de semana ‘Circle of Animals / Zodiac Heads’, la exposición escultórica inédita en España de Ai Weiwei, que reúne 12 esculturas de bronce de más de tres metros de altura que representan las cabezas de los animales del zodiaco chino.

Las piezas están inspiradas en la fuente-reloj del palacio de verano de Yuaming Yuan arrasado durante la Segunda Guerra del Opio. El rescate de las viejas formas artísticas chinas son una de las constantes de Ai Weiwei, conocido sobre todo por su carácter reivindicativo y oposición al régimen de su país. En su arte recurre al inconformismo, la disidencia, la zozobra mediática y la búsqueda de la contemplación de la tradición china en un nuevo contexto. Ai Weiwei vive y trabaja en su estudio de Beijing, ciudad de la que su gobierno no le ha permitido salir hasta el pasado 22 de julio al encontrarse hasta entonces bajo arresto domiciliario. Estará abierta hasta el 6 de diciembre de este año.

“Una sociedad sin libertad para hablar es un oscuro pozo sin fondo. Y cuando está tan oscuro, todo lo demás empieza a brillar”, dice una de las citas más repetidas por Ai Weiwei (1957, Beijing). Define el carácter crítico del artista que usa su obra para denunciar la represión y la censura, motivo por el cual llegó a ser apresado en abril de 2011 durante 81 días por el régimen chino y que hasta julio no le permitió salir del país. Pero una vez recobrado el pasaporte ha viajado para reencontrarse con el mundo que le fue negado durante demasiado tiempo. Una de las exposiciones organizadas en su nueva vida es esta ‘Circle of Animals / Zodiac Heads’, monumental por su tamaño y formato.

Ai Weiwei

Para Fernando Francés, director de CAC Málaga: “Weiwei sabe qué es lo que quiere expresar con su arte y esto lo hace con extrema precisión. La búsqueda constante de la provocación en su trabajo tiene como claro objetivo remover conciencias, sus obras no son solo el resultado de un proceso creativo: su trabajo es el resultado de las experiencias vividas por él y por sus compatriotas. Un artista visual cuyo arte provoca, desafía, choca… Un hombre que usa el arte como un arma de protesta, un arma cargada con veraces balas”. Hombre peculiar, mitad artista contemporáneo y mitad activista posmoderno, capaz de crear un “Gran Hermano” durante su arresto domiciliario para que todo el mundo pudiera ver cómo le trataban o de colgar en sucesivos post los nombres de los 5.000 muertos en el terremoto de Sichuán de 2008 por culpa de la mala construcción, a su vez derivada de la corrupción endémica que sacude China.

Como él mismo dice en el documental sobre su obra y su lucha, “Trabajo como artista para resolver los problemas que la generación de mi padre no supo solucionar y para evitar que la de mi hijo tenga que luchar por ellos”. Un artista contemporáneo que toca todos los palos: dibujo, escultura, instalaciones, videocreación o arquitectura, como atestigua su asesoramiento a Herzog & de Meuron para la construcción del estadio nacional Nido de Pájaro de las Olimpiadas de 2008. Porque Ai trabajó para el gobierno, sí, pero no por ello se calló. Igual que su padre, Ai Qing, el gran poeta chino a su vez represaliado por la Revolución Cultural de Mao cuando en China se castigaba a la gente por ser mayor y tener conocimientos. El absurdo de un régimen que primero le encumbró y luego casi lo mata.

Ai Weiwei empezó ya mal: en 1981 el grupo artístico al que pertenecía, Xingxing, que promovía la experimentación y el individualismo (tabú en el régimen, porque el individuo piensa, no sigue órdenes). Con 22 años huyó a Nueva York, conoció el arte pop y el conceptualismo, vital en toda su carrera artística y que vertebra su forma de expresión. Regresó en 1990 y empezó su larga obra que culminaría en el estadio olímpico Nido de Pájaro. Sus esculturas, fotografías y performances grabadas se convirtieron en puro oro para el mercado del arte: la fama y la fortuna le llevaron a la Bienal de Venecia, al Documenta de Kassel y la Tate Modern. Volvió entonces a tener problemas con el régimen chino al usar su fama como un foco sobre los problemas del país. A resultas de ese sube y baja quedó un artista que, a día de hoy, es el que mayor proyección internacional tiene (es decir, el más aceptado y querido en Occidente), aunque para muchos quizás es su lucha política la que le ha dado tanto poder en el oeste.

El autor que en 2010 esparciera sobre el pavimento de la londinense Tate Modern cien millones de semillas de girasol elaboradas en porcelana como una forma de denunciar la alienación pero también el derecho a la individualidad frente a la masa (con lo que choca con la tradición asiática). Según el periodista, comisario de arte y crítico Javier Díaz Guardiola, se trata de un artista que unifica en su ser el respeto y conocimiento de la tradición china y la necesidad de individualidad y libertad actuales, un choque de trenes que también estructura la actualidad social de su país, a medio camino entre lo que se supone que debe ser China y en lo que, gobierne quien gobierne, va a transformarse. Ai Weiwei es minimalista, conceptualista y un reciclador incansable de sí mismo y de otras influencias, como Warhol y el arte pop o la visión de Duchamp. Su contacto con Occidente y el arte contemporáneo le convirtieron en un “bicho raro” capaz de expandirse a muchas disciplinas y aunar diferentes ideas en su obra. Pero sobre todo su arte se enhebra desde la lucha política, que de ser algo externo y tangencial se convierte en su trabajo en un elemento fundamental.