El Thyssen-Bornemisza inauguró en noviembre una de esas exposiciones que al espectador europeo le resultan exóticas: artistas impresionantes con acento americano.
El arte sufrió su gran giro brusco en paralelo a la Revolución Industrial; una centuria que lo cambió todo para siempre y que también afectó al arte. De manera directa o indirecta, el arte, que siempre es una sucesión de giros, estilos y épocas, dio un golpe de timón muy fuerte en el siglo XIX, especialmente a partir del nacimiento del artista total, ese autor para quien lo importante es SU arte, SU visión y los efectos que ésta tiene en la sociedad. El impresionismo fue quizás el primero de los grandes movimientos contemporáneos, la primera ruptura abrupta con todo lo anterior.
El Thyssen lo recoge todo en ‘Impresionismo americano’ (hasta el 1 de febrero próximo). La exposición ha sido organizada por el Musée des impressionnismes Giverny y la Terra Foundation for American Art, en colaboración con las National Galleries of Scotland y el Museo Thyssen-Bornemisza. La exposición sobrevuela un movimiento con características propias que obedeció a la creciente internacionalización del arte y cómo EEUU, que tenía más dinero que arte, puso un ancla en Europa y asimiló lo que quiso para desarrollar sus propias corrientes artísticas.
Hay una fecha clave, ese cambio de siglo difuso. Antes y después todo cambió, también en EEUU, cuyo arte nacional hasta entonces se había basado en la herencia neoclásica que acunó a la propia Revolución Americana. El arte “de las antiguas colonias”, como las llamaban despectivamente los británicos, apenas había tenido peso o interés más allá de la literatura y la filosofía política (áreas donde dieron muestras de talento desde el principio, basta recordar a Thomas Jefferson, Ben Franklin, Madison, Washington Irving o Edgar Allan Poe, por citar ejemplos primerizos).
‘The kimono’ – William Merritt Chase
Pero el gran giro llegaría en 1886, cuando el marchante Paul Durand-Ruel promovió una gran exposición de los nuevos autores impresionistas locales que habían aprendido de los maestros franceses. La mayor parte habían pisado ya París para conocer de cerca el movimiento que le rompía los esquemas a Europa con la combinación de color, trazo rápido y efectos. Hasta entonces el arte norteamericano era muy burgués y lógico para un país y una cultura en desarrollo: realismo, costumbrismo y paisajismo, donde alcanzó grandes cotas de calidad. Más allá de cierto simbolismo bucólico en los paisajes de los montes Catskills en Nueva York no había demasiado hasta que EEUU, literalmente, se subió a los hombros de los gigantes franceses.
No hay que olvidar que la primera gran exposición impresionista fue en 1874 en aquel París que ejercía de capital artística y cultural de Europa, con Londres manejando el dinero y Nueva York todavía en mantillas y sin muchos de sus símbolos. No obstante, ya por entonces, Manhattan y sus distritos vecinos, a los que acabaría engullendo para formar la metrópolis, se movía a un nivel industrial muy por encima del europeo. Esa riqueza ayudaría a forjar una burguesía comercial e industrial con ganas de comprar, y por ahí fue por donde el arte norteamericano apuntaló sus orígenes contemporáneos. A aquel París acudieron los autores en busca de ideas y alimento artístico. Para cuando Durand Ruel hizo su propia versión neoyorquina de aquel 1874 el impresionismo ya apuntaba maneras entre esa burguesía; de la confluencia nació ese estilo de pinceladas fuertes y efectos de luz que embargaría a Mary Cassatt y J. S. Sargent, por ejemplo.
EEUU llegó tarde al gran cambio, pero luego lo absorbería con fuerza desmedida en la primera mitad del siglo XX. En la nómina de este movimiento van desde pioneros como Theodore Robinson a Childe Hassam, pero la lista es larga, como artistas como la mencionada Mary Cassatt, William Merritt Chase, Joseph DeCamp, Thomas Dewing, Lilla Cabot Perry o Robert Vonnoh. Es además la primera vez que pueda verse en España reunidas casi 60 obras de estos autores que vertebran un movimiento que puso a EEUU dentro del mapa y unió su potencial económico con el artístico. La muestra rastrea el modo en que los artistas norteamericanos descubrieron el impresionismo entre las décadas de 1880 y 1890, así como el camino propio que tomaron a partir de 1900, cuando el impresionismo europeo ya estaba superado y se cocinaban las vanguardias más impactantes.
‘Bajo el Sol’ (1909) – Frank W Benson
‘Pabellón de horticultura, Expo Universal Colombina de Chicago’ (1893) – Childe Hassam