En 1970 se produjo uno de los encuentros más surrealistas e hipócritas nunca pensados: un ídolo musical en caída libre personal que quería luchar contra las drogas mientras las consumía, y el político más retorcido y mentiroso que jamás gobernó (y al que hayan pillado).

El 21 de diciembre de 1970, Elvis Presley se acercó a Washington para poder entrevistarse con el presidente Richard Nixon, la mente conservadora hegemónica y que cambiaría para siempre a su propio partido al dar entrada a la derecha religiosa en las bases republicanas. No podían ser más antagónicos: un rey de la música en decadencia y que ya parecía casi la caricatura de lo que había sido, y un presidente que todavía no había conocido la amargura y humillación del Watergate pero que iba encaminado a ser el protagonista de la mayor historia de caída estrepitosa de un político en Occidente. Eran dos meteoros humanos en rumbo de colisión con las consecuencias de sus biografías.

La razón de la entrevista era la preocupación profunda de Elvis por la extensión de la drogadicción entre los jóvenes, desde la marihuana al LSD. Quería, además, una placa de agente federal para poder luchar, por su cuenta y riesgo, contra la droga y la tensión racial. Richard Nixon aceptó este peculiar encuentro, permitiendo al Rey del Rock & Roll entrar en el Despacho Oval de la Casa Blanca. Un encuentro que entonces fue extremadamente raro y hoy nos parece poco menos que surrealista. Sobre todo cuando sabemos que Elvis ya estaba en fase de autodestrucción con las drogas (gran hipocresía, por cierto) y que aquel encuentro demostraba lo que muchos que le conocieron sospechaban: que era un inmaduro chico del Sur con ciertos toques infantiloides. Una placa federal… nada menos.

Nixon estaba en la cima, sí, pero oscilaba peligrosamente al ver que estaba a punto de perder la Guerra de Vietnam, una humillación en toda regla que le iba a pesar, mucho. Pero bastante menos que lo que se le echaría encima poco después. Nixon fue la cumbre de un modelo social y político, y también el enterrador del mismo. Curiosamente el encuentro dio lugar a unas fotografías legendarias, pero no fue hecho público hasta un año después porque la Casa Blanca no estaba segura de que aquella foto y esa cita fuera bien recibida por nadie. Elvis estaba sinceramente preocupado, y la hipotética conversación ha sido retratada en ‘Elvis & Nixon’, la película estrenada este viernes pasado y que fantasea sobre cómo debió ser aquella conversación. Para dejar bien claro lo que pensaba le regaló a Nixon una pistola Colt 45.

La cita más rara imaginable la ha llevado a la pantalla Liza Johnson con guión de Hanala Sagal, Joey Sagal y Cary Elwes. Kevin Spacey interpreta a Nixon y Michael Shannon da vida a Elvis. Además, en el reparto también encontramos a Evan Peters, Alex Pettyfer, Colin Hanks, Tate Donovan, Johnny Knoxville y Sky Ferreira. El gran acierto del filme es la cita en sí, postergada en la narración hasta el final, como si no fuera a pasar y que cabalga sobre la visión de Elvis Presley.

Nixon pinta un poco menos pero cuando aparece en escena Spacey es tremenda su capacidad para llenar la pantalla y desatarse: imita la voz, el tono, la dicción, el acento, los movimientos… es Nixon pasado por el tamiz de su Underwood de ‘House of Cards’, y es todo un acierto del filme darle carta blanca. Tanta como dársela a Shannon, que no tiene ni el más mínimo parecido con Elvis pero que se enfunda en el arquetipo y lo rellena a la perfección como el gran ídolo del rock de posguerra.

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La foto original de la reunión entre Elvis y Nixon

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