Montmartre no sólo es el escenario de muchas obras del polifacético Toulouse-Lautrec, sino el motor social y cultural que definió su estilo moderno y carácter bohemio, y que contagió a todo espíritu de la Belle Époque. Una exposición de la institución en Barcelona y Madrid mostrará cómo el cartelista fue el catalizador del mundo de locos geniales que vivieron o deambularon por aquellas calles.

A través de pinturas, dibujos, carteles e ilustraciones, ‘Toulouse-Lautrec y el espíritu de Montmartre’ (hasta el 20 de enero en CaixaForum Barcelona, y del 20 de febrero al 19 de mayo de 2019 en CaixaForum Madrid) muestra la producción del artista en sintonía con la de sus artistas contemporáneos en el París de finales del siglo XIX. El barrio parisino, hoy meca del turismo masificado, era en aquella época una zona apartada y marginal repleto de cabarets, clubes y cafés bohemios; atraía a artistas jóvenes de la misma forma que al lumpen social parisino. Fue el escenario de muchas creaciones de Toulouse-Lautrec, que supo capturar el espíritu de ese arrabal interno de la ciudad.

Las calles, los cabarets y los cafés del barrio de Montmartre fueron escenario de una explosión creativa, marcada por la bohemia y la vanguardia encarnada por intelectuales y artistas que contribuyeron a este florecimiento de un movimiento rompedor al margen de la burguesía dominante, capaces de reinventarse y romper. Montmartre fue el denominador común geográfico de muchos de ellos, arremolinados en esas calles donde las normas sociales convencionales no funcionaban, poblados por cabarets, teatros, los cafés concierto y los circos en los que se inspiraban, con aquel bestiario humano donde los creadores saltaban de una tertulia a la compañía de vagabundos, borrachos y prostitutas.

La exposición, que consta de más de 350 obras con préstamos internacionales de colecciones públicas y privadas, viaja por aquel París inicial previo al desastre de la Gran Guerra donde patearon las calles y antros Henri de Toulouse-Lautrec, Vincent van Gogh, Jean-Louis Forain, T. A. Steinlen, Pierre Bonnard o Édouard Vuillard, Paul Signac y Henri-Gabriel Ibels, los intérpretes Aristide Bruant e Yvette Guilbert, los escritores Émile Goudeau, Alphonse Allais y Alfred Jarry, o músicos como Erik Satie, Vincent Hyspa y Gustave Charpentier. Todos ellos, de una forma u otra, plasmaron aquel micromundo oscuro de la vida fin de siècle en París.

Las actuales calles del barrio de Montmartre no se diferencian mucho de las antiguas, salvo que donde antes había cabarets, burdeles y cafés de artistas hoy hay tiendas y turistas

Y entre todos ellos hubo uno que lo encarnó a la perfección, Toulouse-Lautrec, figura que enlaza a los artistas e intelectuales que orbitaban Montmartre y que lo convirtieron en la incubadora de lo que llamamos arte moderno. Su influencia posterior fue enorme, y llega incluso hasta nuestros días a través de carteles, ilustraciones, impresiones y diseños, que expandieron a nuevos públicos el espíritu bohemio y las creaciones artísticas. Una enorme onda expansiva capaz de arrasarlo todo.

Lautrec sin embargo era un renovador y un radical artístico que se valió de la ilustración, el dibujo, el cartelismo y su conocimiento de la vida nocturna para narrar una existencia que el gran público no conocía o no quería conocer. Fue él uno de los primeros que quiso romper la enorme distancia entre las clases populares y la alta cultura que recibía mecenazgo del poder, uno de los motores idealistas que luego tendrían las Vanguardias, romper esa separación. Lautrec lo hizo fusionando arte y publicidad: acercaba el primero a través del segundo, que llegaba a cada rincón de París en carteles y anuncios. Y era además una forma de ganarse la vida.

Montmartre era el corazón mismo de la punta de lanza de la Belle Époque, formó parte del cambio, la época en la que el arte académico saltó por los aires. Los impresionistas rompieron el molde que luego cada movimiento artístico quebraba más y más; a los maestros impresionistas, que dieron el primer golpe, siguieron el expresionismo, el fauvismo, el modernismo, el futurismo, el incipiente arte abstracto… Luego la Gran Guerra dejó una Europa de rodillas y el campo abonado para todo tipo de rupturas, revoluciones culturales y vanguardias mucho más virulentas que las que vio Lautrec. Para entonces el arte moderno ya había nacido, Montmartre siguió siendo un barrio marginal y luego una parte más del París turístico, lejos de la centrifugadora de ideas que fue en su día.

El pequeño Henri

Enano, enfermizo, lastimero, putero y revolucionario del arte. Inconmensurable en su subversión continua, que iba desde su vida nocturna a un carpe diem que lo convirtieron en electrón libre peligroso. Nacido en Albi (sur de Francia) en 1864 y muerto en 1901, fue pintor, cartelista y promotor de la ruptura entre alta y baja cultura. Supuestamente era un postimpresionista y modernista, pero en realidad tuvo un estilo muy personal que le llevó directo a otras cotas diferentes del arte. Era, simplemente, Lautrec, adicto a la vida marginal y a los burdeles, al amor libre. Muchas décadas antes de que se gritara esa libertad sexual por las calles de Occidente, Lautrec ya la recogía y celebraba, no sin un punto de melancolía y tragedia, en sus obras.

Henri nació ennoblecido, en la aristocracia del sur francés, pero también lastrado de por vida por la endogamia de esas élites: sus padres eran primos hermanos, lo que le valió nacer tullido y de salud quebradiza. Esa misma carga le valió una enfermedad infantil de los huesos (se rompió los dos fémures y no se desarrolló bien) que no le permitió crecer y le condenó a ser un enano el resto de su vida. Apenas medía 1,52 en un mundo en el que la burla del tullido era casi un género en sí mismo.

Pero aquel chico encontró en el arte su pasión y vida. Con el apoyo de su familia y amigos de la misma, viajó a París en 1881 para convertirse en artista, siempre alrededor de Montmartre; pero fue en los cafés, cabarets y clubes donde más se expandió como persona, lo que incluía visitas a los burdeles, donde retrataría entre el cariño y el drama la vida de las prostitutas, muchas de las cuales le concedían sus favores por dinero o compasión, como muchas veces él mismo relató. Sus ojos y sus manos recrearon el Moulin Rouge, el Folies Bergère, la Rue des Moulins, El Moulin de la Galette o el celebérrimo Le Chat Noir.

En sus obras Henri retrató el mundo nocturno y marginal como nadie supo hacerlo antes y después. Sus amigos eran también sus modelos: actores, burgueses puteros, bailarines, borrachos y prostitutas. Tal fue su pasión humana que dejó atrás el paisaje y el ensimismamiento de lo natural. Su selva era la ciudad, y ese mundo humano, demasiado humano, fue el que transmitió con pasión, creando un sello indeleble en la cultura francesa y occidental. De esa vida recogió lo que sembró, pero también un alcoholismo demoledor que lo devoró tanto o más que la sífilis que contrajo en los burdeles. Llegó a tener brotes psicóticos derivados del delirium tremens. Finalmente moriría en 1901 en la casa de su madre en Burdeos, postrado en la cama.

Dos ejemplos del cartelismo de Lautrec, con el que se ganó la vida y brilló en Francia

Tres de Toulouse-Lautrec: ‘La pelirroja con blusa blanca’ (1889), ‘Yvette Guilbert’ (1894) y ‘Mujer en el baño’ (1889)