Mucho más al sur de lo que se pensaba (siempre se habló del Valle del Rift, en Kenia), y en un lugar mucho más paradisíaco que una sabana, ya que es un humedal repleto de recursos. El problema es que los fósiles hallados (que sólo son indicios) no concuerdan con lo que cuenta la genética (que apunta directamente a un lugar).
La pregunta es sencilla, pero tan concreta que puede resultar incluso imposible de esclarecer. Si partimos de la teoría aceptada de que fue en el este de África donde nació el ser humano moderno, y de que fue alrededor de zonas húmedas (los primeros pasos de la especie habrían sido en zonas de sabana), la búsqueda ahora es determinar en qué lugar y momento concretos el anterior eslabón evolucionó hacia el Homo Sapiens. La contestación es casi imposible: una nueva especie no surge como una explosión, sino como un lentísimo cambio sostenido de cientos de miles de años, generación tras generación, cuyos individuos se mueven de una región a otra y sólo optaban por el sedentarismo cuando las condiciones eran perfectas.
Algo parecido debió suceder en el entorno del lago Makgadikgadi, que fue el mayor de África y que reunió durante miles de años unas condiciones climáticas y de recursos naturales casi idílicas. Similar metafóricamente al Paraíso bíblico, pero con unas consecuencias muy importantes, ya que refinaron la evolución biológica hasta llegar al Homo Sapiens hace 200.000 años. El problema es que esta conclusión sólo la ofrecen los estudios genéticos, ya que los registros fósiles (las únicas pruebas físicas concretas y concluyentes de las que disponemos) apuntan hacia Etiopía y Marruecos, que distan entre sí miles de km. ¿Por qué? Sencillo: los individuos se mueven, migran en una África sin fronteras artificiales. Que no haya fósiles de Homo Sapiens en otros lugares no implica que no estuvieran allí. Simplemente no los han encontrado.
La senda genética se ha apuntado un tanto con el estudio de la Universidad de Sidney liderada por Vanessa Hayes, que ha determinado por la lógica inapelable de la herencia genética que los Homos Sapiens primitivos (que luego derivarían en nosotros) surgieron en las lindes de ese lago en el norte de Botsuana. Su prueba es la genética mitocondrial (la línea materna) de la tribu de los khoisán, la que menos cambios ha sufrido desde la Prehistoria y que practica una vida de caza y recolección seminómada. Su ADN mitocondrial, que pasa de madres a hijos y es casi un “reloj evolutivo” para los genetistas, demuestra que el linaje original de esta tribu es el más antiguo que existe en el mundo, llamado L0 (Linaje Cero).
La pureza genética de los khoisán permitió a los investigadores basarse en el ADN de 1.217 personas, las cuales mostraron cómo se abrió el abanico desde el África austral hacia el resto del continente. El origen de este linaje (recuerden, es el más antiguo que existe) tiene su origen en torno a ese lago Makgadikgadi, que hace 200.000 años era el más grande del continente africano pero ya había empezado a sufrir las consecuencias del cambio climático generalizado. El lago se secaba lentamente, lo que propició que a su alrededor se crearan humedales o lagos más pequeños (creados al bajar el nivel del agua y redistribuirse el volumen) que favorecían la vida. Hoy la zona es desértica, pero entonces era muy parecido a las zonas boscosas del sur africano y se mantuvo en ese estado durante unos 70.000 años.
La razón de las primeras migraciones
Lo importante llega ahora. Si aceptamos ese punto de partida, ¿por qué llegaron luego los Homo Sapiens hasta otras regiones más conocidas? La respuesta la dan los escenarios climáticos de esa época y en ciclos posteriores. Hace unos 130.000 años el clima del África austral, que se recalentaba y desertizaba, volvió a variar y se abrieron “corredores verdes” entre diversas zonas. Uno de ellos habría permitido a los Homo Sapiens emigrar hacia el noreste (actuales Zimbabue y Mozambique, que conectan hacia el norte por lagos y ríos hacia Tanzania y Kenia). Poco después se abrió otro que permitió que otro grupo emigrara hacia el suroeste, a lo que hoy son Namibia y el oeste de Sudáfrica.
Aquí es donde la historia humana se vuelve más peculiar. Casi en paralelo (con unos cientos o pocos miles de años de diferencia, tiempo suficiente para el movimiento humano) los primeros humanos modernos salieron de África por lo que hoy es Egipto. No fue, sin embargo la definitiva: hubo muchas más posteriores, y esta primera fue un fracaso ya que no se han encontrado rastros genéticos de la primera oleada (que, recuerden, tenían un ADN diferenciado del actual) en los humanos actuales. Se supone que la Gran Emigración fue hace unos 70.000 años y logró poblar todo el planeta en un movimiento de cascada donde cada región colonizada era la base para saltar a la siguiente.
Las contradicciones del estudio genético
El problema el estudio, y las primeras críticas contra él, residen en algo tan sencillo como que los fósiles la contradicen y, sobre todo, que el Homo Sapiens original no brotó en un punto concreto, y no de forma permanente, sino que se movió y pudo evolucionar en paralelo en más de un lugar, fusionándose luego en una sola especie dominante (como ocurrió en África). El estudio alude sólo a que se ha utilizado ADN mitocondrial materno, por lo que la especie se podría haber enriquecido luego con otras muchas aportaciones que derivarían en el Homo Sapiens conocido. Y luego está el problema de la datación de los fósiles: si el Homo Sapiens brotó en el norte de Botsuana hace 200.000 años y luego se desparramó por África, ¿por qué hay fósiles de la misma especie con 300.000 años, cien mil más antiguos, en la otra punta de África, en Marruecos?
El mismo problema aparece en otro punto también distante: Etiopía. Aquí la datación indica que tienen la misma antigüedad que el potencial origen genético en ese gran lago. Esto no sería un problema si no fuera porque el estudio apunta a que la migración fue mucho más posterior, hace 130.000 años y no 200.000, por lo que no podría surgir la especie evolucionada al mismo tiempo en un punto y en otro. Todavía peor: en las cercanías del Monte Carmelo, en Israel, aún más lejos, se han encontrado restos fósiles de los primeros Homo Sapiens salidos de África… hace 180.000 años. Es decir, que ya había emigrados en Oriente Medio apenas 20.000 años después de surgir en el sur de África y antes incluso de que se produjera la primera migración desde ese punto.
Los autores, con Hayes a la cabeza, se defienden indicando que ellos sólo han analizado el ADN mitocondrial de personas vivas, y que hasta que el de los fósiles de Marruecos, Etiopía o Israel no se analicen no habrá forma de concretar todavía más y saber si se trata de diferentes especies, o de variaciones de la misma con mucho tiempo de intervalo. Esto es complicado por el estado de conservación: el ADN de los fósiles es casi imposible de extraer por su altísima degradación. Es decir, que la comprobación será muy improbable. Pero la idea de un origen concreto en el tiempo y el espacio es muy atractiva, ya que consolidaría un relato lineal, muy distinto del que muchos teóricos plantean a la vista de las pruebas: que la Humanidad moderna surgió de múltiples mezclas entre diferentes grupos de Homo Sapiens surgidos en paralelo o incluso del mestizaje con otras especies emparentadas de homínidos, como ocurrió con los Neandertales y los Denisovianos.
Un detalle más para el lector: el ADN mitocondrial materno es muy fiable para calcular la antigüedad ya que permanece casi inalterable, pero eso deja de lado el legado por la vía masculina, que conforma la otra mitad de todo ser humano. El estudio propone la idea de que la Humanidad quedó congelada durante cientos de miles de años para luego expandirse y variar a toda velocidad, lo que contradice no sólo otros estudios genéticos basados también en la herencia por la vía paterna (y que muestran una mayor diversidad de aportaciones en la evolución humana) sino décadas de estudios fósiles y de dataciones realizadas con todo tipo de metodologías para evitar errores. Es decir: la virtud del estudio está en que aporta información muy detallada y concreta, pero su defecto es que al centrarse sólo en un aspecto o dimensión se ciega ante todo lo demás y no da una visión completa.
Mapa satélite de la región donde se aprecian las fronteras artificiales para que el lector pueda ubicar la zona (Google Maps)