Pocas cosas parecen ya firmes en el universo: la NASA ha detectado pruebas de que el Sistema Solar, en su migración dentro de la galaxia, atraviesa actualmente una supernova.

Es cuestión de echarle imaginación: nuestro “barrio”, es decir, el Sistema Solar, se mueve dentro de la galaxia y con la galaxia, y actualmente (es decir, los últimos millones de años) atraviesa los restos de una antigua explosión de supernova, una de las fuerzas destructivas más grandes del universo. Y a pesar de eso la vida surgió en la Tierra. No es que explotara y alrededor nuestro, es que atravesamos lo que quedó tras su explosión. Esto supone que estamos expuestos a los efectos colaterales de ese suceso.

Hace unos diez millones de años un cúmulo de supernovas estalló y creó una burbuja de energía y restos en un punto concreto, dentro del cual estamos. Es decir, que la vida ya existía antes pero logró superar la prueba. La NASA lo ha demostrado y ha apuntado que una supernova es un suceso extraordinario que se suele dar cada medio siglo, más o menos, y que puede llegar a eclipsar a una galaxia entera en el apogeo de la liberación explosiva de energía. La actual fue “intuida” desde los años 70 cuando los equipos de rayos X detectaban gran cantidad de energía alrededor del Sistema Solar, que provenía de todas direcciones. Es decir, que el origen de ese brillo nos rodeaba.

Los astrónomos llaman a esos restos difusos “la Burbuja Local”, si bien en realidad tiene forma de cacahuete  y calculan que tiene unos 300 años luz de largo. En su interior apenas hay nada salvo vacío (y menos mal para nosotros) y la concentración de gas es increíblemente baja (0.001 átomos por cm cúbico). Pero eso sí, a altísimas temperaturas, ya que ese gas post-supernova podría alcanzar el millón de grados centígrados, suficiente como para fundir a fuego lento cualquier cosa. Las explosiones no estaban tan cerca de nosotros como para fundirnos, pero sí para envolvernos con sus restos.

La confirmación final llegó cuando un equipo de investigadores internacionales dirigidospor el profesor de física Massimiliano Galeazzi en la Universidad de Miami desarrolló un detector de rayos X para ajustar y concretar, para tener pruebas, y que fue denominado DXL. El 12 de diciembre de 2012, DXL fue lanzado desde White Sands (Nuevo México) en un cohete de sondeo de la NASA para ser colocado a unos 160 km de altura de la superficie. Durante cinco minutos de ascenso hizo mediciones para comprobar si esa emisión de rayos x de la burbuja era real o un efecto de otros elementos. Las conclusiones son importantes, ya que durante años se ha creído que parte de la emisión de rayos X se confundía con la emitida por el propio Sistema Solar. Pero el resultado fue que el 40% de este tipo de señal provenía de nuestro sistema, pero el resto proviene de la Burbuja Local. Para 2015 hay pensado otro lanzamiento de un DXL con más y mejor instrumental para poder dibujar mejor la situación.