La Agencia Japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA) lanzó el viernes pasado su primer “limpiador” de basura espacial en el carguero no tripulado Kounotori 6. Y el objetivo no puede ser más simple: las órbitas cercanas de la Tierra son un estercolero de piezas que ganan velocidad y son el mayor peligro para la exploración espacial.
Un envío de suministros a la Estación Espacial Internacional (ISS), quizás la principal beneficiada de una limpieza de basura espacial, es el viaje programado que ha subido el Kounotori Integrated Tether Experiment (KITE), una correa de sujeción electrodinámica de nos 700 metros que quiere fijar y controlar la basura espacial. La correa generará un corriente eléctrica (interactuando con el campo magnético de la Tierra, si necesidad de alimentación externa) que ralentizará la basura espacial; esto a su vez hará que sus órbitas sean cada vez más bajas y caigan en la atmósfera terrestre para su desintegración. El experimento durará siete días.
Así que no se trata tanto de un “basurero” con una red que recolecte los miles y miles de piezas, fragmentos rotos, desechos o satélites en desuso que han convertido las órbitas cercanas de la Tierra en un auténtico campo de minas, sino de un truco que permita dejarlas caer poco a poco y limpien por la vía rápida (carbonizarse por la fricción con la densa atmósfera terrestre) un área que es vital para las telecomunicaciones, investigación científica, seguridad y exploración espacial. Más que su tamaño (pequeño la mayoría de las veces) el problema es la velocidad que adquieren al orbitar la Tierra a gran velocidad, sin fricción, en el vacío y sin capacidad de encontrar más obstáculos que satélites, naves y estaciones espaciales. Su eliminación es vital: un tornillo de un cm es una bala de francotirador que podría atravesar la ISS de parte a parte y provocar un desastre.
El experimento KITE de la agencia japonesa
En 2014 se hizo un cálculo del volumen de la basura espacial en órbita: 16.900 objetos. Casi 17.000 balas. Pero en realidad son muchos más: se calcula que superan los 50.000, pero que muchos de ellos están en órbita larga o son de apenas un par de centímetros. Los grandes, los que pueden provocar auténticas catástrofes, son esos casi 17.000 contabilizados. La Tierra empieza a tener su propio anillo, pero a diferencia de Saturno el nuestro no es de hielo y rocas, sino de los recuerdos de nuestro pasado aeroespacial, desde piezas sueltas a satélites fuera de uso, restos incluso de las piezas de cohetes del Programa Apollo, trocitos metálicos de las explosiones cuando se liberaban las secciones de un cohete, incluso objetos de uso militar.
En apenas la primera mitad de este año había aumentado en más de 250 objetos. Estos datos son del único programa activo de seguimiento que existe más allá de los recuentos esporádicos que hacen Europa y China, el de la Oficina de Restos Orbitales de la NASA. Japón no es el país que más basura tiene orbitándonos: curiosamente es de los menos “contaminantes”, apenas 213 objetos. Individualmente se lleva la palma EEUU (5.008 objetos) por razones obvias: son los únicos que han mantenido la exploración espacial una vez que Rusia la redujo al mínimo y China (con 3.716 objetos) está empezando la suya. Sin embargo una gran porción (6.380 objetos) son obra y gracia de Reino Unido y su Commonwealth (Canadá, Australia, etc), que son los más contaminantes. La más limpia es Europa, apenas 93 objetos ha dejado fuera la Agencia Espacial Europea, mientras que Francia, por su cuenta, ha dejado 506 objetos en órbita.
Un simple tornillo es el principio del fin
Una pieza minúscula que apenas pesa 10 gramos, en órbita en el espacio, dando vueltas y vueltas a la Tierra, es uno de los mayores peligros imaginables, un dolor de cabeza para todas las agencias espaciales y la amenaza más grande para cualquier satélite. Con apenas cinco centímetros de largo, ese tornillo, a una velocidad de miles de kilómetros por efecto de la gravedad terrestre, sin erosión alguna al no haber resistencia en el vacío espacial, podría llegar a hacer un boquete en un transbordador, en la Estación Espacial Internacional (ISS) o dejar sin funcionamiento un satélite. Y el agujero no es a escala, sino que aumenta. Es una pesadilla, y el mayor recordatorio se dio en 2011 cuando toda la tripulación de las ISS fue evacuada a la Soyuz a cientos de kilómetros sobre el planeta, para evitar un cúmulo de basura espacial que podría haber pulverizado el mayor sueño aeroespacial de la civilización.
Simulación de los cúmulos de basura espacial alrededor de la Tierra, en órbitas bajas y lejanas
Cada nave tripulada tiene radares y sistemas de detección de basura en órbita, pero lo cierto es que a veces no da tiempo para “dar un golpe al timón”. Más o menos es como un barco en los polos tratando de evitar los icebergs, sólo que aquí no son masas de hielo gigante, sino en ocasiones un grupo de piezas o tornillos perdidos disparados a toda velocidad. Cuando la ISS se ve amenazada por la basura espacial, y el blindaje que lleva incorporado no es suficiente, se ordena a la tripulación que suba a bordo de la cápsula de rescate para poder dejar la estación si fuese necesario. Es el procedimiento de escape urgente habitual, y ocurre muchas más veces de lo que aquí abajo suponemos.
Ya en 2003 había 10.000 perfectamente identificados, con un peso global por encima de las cinco toneladas, lo que da una idea de la gravedad para la carrera espacial. La misma, por cierto, que irónicamente, en este círculo vicioso, alimenta su propio problema: los componentes de las etapas de los cohetes son el mayor problema; queda muy bonito en los vídeos, pero algunos de esos fragmentos no se hacen polvo en la reentrada, sino que se dispersan en fragmentos más pequeños. Cerca de 100 toneladas de fragmentos generados durante aproximadamente 200 explosiones todavía están en órbita.