El próximo proyecto de Scorsese, que verá la luz este mismo año, es ‘Silence’, la historia de dos jesuitas que viajan a Japón y chocan de frente con un mundo único, aislado, en el extremo opuesto del suyo y que no perdona la debilidad.

Pocas cosas debieron ser tan impactantes como un jesuita en el Japón del siglo XVII, un mundo aislado durante siglos, una cultural totalmente ajena a Occidente que vio llegar a un religioso que preconizaba el amor y la compasión en una era donde Japón encadenaba una guerra civil tras otra, el siglo en el que los samuráis competían entre sí para saber quién era el mejor en función de las cabezas cortadas que podían llevar colgando del caballo. No era una costumbre extendida, pero debía ser factible habida cuenta de los testimonios, relatos e incluso dibujos que quedaron de aquellos tiempos de asentamiento del Shogunato, el modelo político vigente en Japón hasta la llegada de la Era Meiji en 1868, basado en el poder absoluto de una grupo de aristócratas que redujeron la figura del emperador a la de mero símbolo religioso sin poder efectivo. En ese contexto apareció la ambición de Occidente, empeñado en abrir la lata de Japón para explotar el país. Pero el archipiélago era un mundo cerrado que respondía con enormes dosis de violencia ante cualquier intento de entrar.

Los jesuitas repitieron en Japón el mismo proceso que con China, la India, el sureste asiático o Corea: enviar jesuitas, la élite de la Iglesia posterior a la Contrarreforma, para que evangelizaran Asia siguiendo un proceso doble, primero aprender de ellos y luego cristianizarlos. En muchos casos terminaron de la peor forma posible. Sin embargo en China e Indochina tuvieron cierto éxito, incluso político, al convertirse en consejeros extranjeros de los emperadores. En Japón también tuvieron una intensa relación, que a veces terminó mal, y otras peor. En ‘Silence’, de Martin Scorsese, con Liam Nesson, Adam Driver y Andrew Garfield, ocurre algo intermedio. Japón no siempre fue el país de gente apocada, llena de tabúes, normas, códigos e incapaces de expresarse sentimentalmente correctamente. También fue el país más violento imaginable que vivió, de facto, una guerra civil entre clanes feudales, familias y regiones durante más de 100 años antes de que una tiranía oligárquica (el shogunato) la cortara por la vía de la guerra.

Foto de portada, Liam Nesson; sobre estas líneas, Andrew Gardfield (Paramout / Entertainment Weekly)

Los tres actores interpretan a jesuitas incrustados en ese mundo. El irlandés es Cristobal Ferreira, un miembro de la orden con ideas propias, casi renegado, que después de ser torturado y apresado acepta integrarse en aquella sociedad que sólo vivía para la guerra, la poesía y el formalismo. Y por el camino también reniega de su fe. Neeson se dejó ver (y fotografiar) terriblemente delgado, pero nadie decía nada. Ante el temor a que estuviera gravemente enfermo decidieron negar la mayor y esperar a que Scorsese liberara imágenes e información sobre la película. El proyecto original se basa en la novela homónima de Shusaku Endo, y en un principio no tenía a Neeson sino a Daniel Day-Lewis, Benicio del Toro y Gael García Bernal en 2009; pero en Hollywood todo va muy deprisa, y como el proyecto no terminaba de salir decidieron seguir cada cual su camino. Incluso Scorsese decidió rodar otras, como por ejemplo ‘Shutter Island’ y ‘The Wolf of Wall Street’ con su nuevo actor fetiche, Leonardo di Caprio.

Tras muchos retrasos y problemas con las productoras, terminó la espera en 2014 con más incorporaciones, como Tadanobu Asano, que a su vez sustituyó a Ken Watanabe. La película arrancó en enero de 2015 y ya está preparada para su estreno este año en el Festival de Cannes. Entre medias hubo casi 20 años de espera, un proyecto que ya empezó en los 90 antes incluso que la segunda oleada de películas de la vida de Scorsese, cuando se cansó de hablar de la Mafia y el crimen en todas sus expresiones posibles y empezó a explorar otros territorios. Uno de ellos iba a ser este filme, uno de los más acariciados por el director neoyorquino, que ha tenido que pasar de todo, incluyendo líos judiciales con productores de otras compañías antes de que Paramount terminara colocándose a la espalda de Scorsese y le diera vía libre. Supuestamente la productora prefiere no presionar mucho al director para evitar problemas, así que el estreno en Cannes tampoco está asegurado.

La película tiene un fuerte componente cultural y religioso, el choque de dos mundos destinados a colisionar y que atrapó entre medias a los tres personajes, y a aquellos que optaron por seguir aquella extraña fe que preconiza que todos somos iguales cuando en su día a día había castas, estamentos y miles de normas duras como el acero. Los Tokuwaga, que dominaban el shogunato entonces, prohibieron el catolicismo y purgaron el país de influencias occidentales, todavía más dañinas a sus ojos que las que podían llegar de China o Corea, igual de perseguidas. No hay que olvidar que durante siglos sólo hubo un punto de contacto con el mundo, el puerto de los holandeses, llamado popularmente así porque sólo ellos acordaron con el shogunato poder comerciar. A través de estos comerciantes flamencos entrarían en Japón las armas de fuego y otros inventos. Pero no la fe. Todavía hoy el cristianismo es muy minoritario en Japón, masivamente taoísta y budista zen.

Scorsese durante la presentación del proyecto ante algunos medios de comunicación.