No sólo caen músicos en 2016, la ciencia ha perdido a uno de sus pioneros más destacados del siglo XX, Marvin Minsky, motivador, desarrollador y responsable intelectual de la nueva visión sobre la inteligencia artificial (IA), que murió hace una semana y al que rendimos un pequeño homenaje.
La cultura popular, y sobre todo el cine de ciencia-ficción, le debe mucho a Minsky, que tuvo tres méritos personales de los que no todo el mundo puede presumir: era neoyorquino, matemático y luchó en la Segunda Guerra Mundial. Fue un producto típico de la Gran Manzana, un hombre inquieto, observador, rápido y que vio más allá. Soñó con un futuro, el siglo XXI, en el que humanos y máquinas serían socios y equiparables, en el que nuestros problemas médicos serían tan sencillos como llevar el coche al mecánico, donde todo estaría previsto para alcanzar hasta el último confín conocido. Cuando murió tenía 88 años y tantos seguidores en la comunidad científica y geek como personas no le conocían. Era uno de esos “sabios” para grandes minorías, las mismas que rigen el destino científico y tecnológico del mundo.
Fue un gran divulgador, padre de la computación moderna, de la inteligencia artificial y amante de la ciencia-ficción, tanto como para asesorar a Stanley Kubrick durante el rodaje de ‘2001: Odisea del espacio’ y luego también en el planteamiento de ‘Jurassic Park’ que escribiría Michael Crichton: fue él quien le dio la idea en realidad. Por ejemplo, la idea de la rebelión de HAL en la película siguió sus indicaciones. Curiosamente sufrió un accidente durante el rodaje en el que casi muere. ¿Saben cómo?: aplastado por una de las máquinas del set. Creía, también, que la ciencia debe divulgarse a toda costa, y si para ello hay que tirar de ciencia-ficción pues estupendo.
De su mente salieron las primeras ideas, ya en los años 50, sobre computación y desarrollo informático. En 1956 cofundó el concepto Inteligencia Artificial junto a John McCarthy, Allen Newell y Herbert Simon. Fue en una conferencia pública que revolucionó a la minoría para luego alcanzar a la gran mayoría décadas después. En 1959-1960 fundó el Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT, la cuna de casi todo lo que uno podría imaginar sobre informática y nuevas tecnologías. Desde esta auténtica Meca tecnológica creó una carrera de investigador y divulgador que sirvió de ejemplo para varias generaciones de científicos. Él y sus colaboradores se aplicaron al trabajo y, entre una larga lista de creaciones, dieron al mundo el primer modelo de manos robóticas con sensibilidad. Su obsesión era el cerebro humano: aseguraba que debía conocerse a fondo para poder luego desarrollar artificialmente una red similar.