Todos conocemos la historia, elevada casi a parte de la cultura popular: un meteorito gigante que hace 65 millones de años impactó sobre la Tierra y provocó una reacción en cadena letal que mató a los dinosaurios, lo que a su vez abrió la puerta a los mamíferos para extenderse por el planeta. Pero no ha sido el único asesino brillante que ha caído sobre la Tierra. Y no es la única extinción que provocaron.

El geólogo James Kennett de la Universidad de California en Santa Bárbara y su equipo de investigadores aseguran que un cuerpo celeste impactó contra la Tierra hace 13.000 años, provocando algo parecido a un “invierno nuclear” conocido como “Dryas Reciente”, una época de gran frío que mató a la megafauna de mamuts y mastodontes de Norteamérica. Si jugamos con los tiempos establecidos, y al margen de teorías más arriesgadas, el ser humano llegó de forma evidente (y masiva) a América hace unos 10.000 años, aprovechando los últimos coletazos de la glaciación que hizo transitable lo que hoy es el Estrecho de Bering. Siempre se ha supuesto que el calentamiento y la caza masiva por parte de los humanos provocó la extinción en masa de estos grandes animales, que serían objetivo prioritario de la depredación humana por la cantidad de carne que conseguían sólo con matar uno.

Ahora bien, puede que los humanos no fueran los asesinos de especies. Quizás llegó desde el espacio. El impacto de un asteroide libera una extraordinaria cantidad de energía, similar a cientos de bombas atómicas juntas, y sus efectos son devastadores no sólo en las inmediaciones. El calor y la presión son tan grandes que crean capas de esférulas de alta temperatura, provocan la cristalización de los materiales y todo tipo de subproductos que sólo pueden encontrarse allí donde la energía liberada es similar a la de un estallido estelar, como nanodiamantes y metales pesados producidos por reacciones físicas y químicas a miles de grados y con una presión extrema. Este impacto provocó un frío general tan grande que empujó hacia el hambre y la extinción a la megafauna de toda América del Norte.

Un estudio anterior, de 2013, encontró en Groenlandia restos de platino provocados por un impacto no natural. Y lo más curioso: el platino estaba dentro de las capas de hielo groenlandés. El grupo de Kennett tomó como punto de partida este estudio para intentar establecer una teoría alternativa: hubo un impacto en Norteamérica que desperdigó estos materiales por la región, lo que favorece además que se puedan datar por el lugar en el que son encontrados. Esto ha demostrado que hubo un cambio radical en un periodo de tiempo muy reducido, lo que impulsa la idea de que hubo un impacto.

Los puntos de extracción cubren un área descomunal: un punto estaría en Groenlandia, otro en la isla de Santa Rosa (costa de California), el este de Nuevo México, Arizona, Ohio, Carolina del Norte y del Sur. Todos estos puntos tienen el mismo volumen de materiales y de condiciones físicas para su producción. En todos ellos se encontró platino con las mismas condiciones físicas del yacimiento original, y todos al inicio del Dryas Reciente. Es decir, que algo provocó esa producción anómala de platino en todos esos puntos, que bien podrían haber sido los bordes de una zona sometida a la lluvia de materiales producidas por el impacto. No obstante hay que tener en cuenta que los estratos pueden mezclarse y erosionarse por motivos alternativos a los de su tiempo. A su favor cuenta con la regularidad observada, y también que un proceso similar ayudó a datar el impacto del meteorito que probablemente fue el principio del fin de los dinosaurios, aunque en aquel caso el material de seguimiento fue el iridio.

Y en las Malvinas, una huella gigante de impacto

Norteamérica no es el único lugar que sufrió un impacto brutal. Junto a las islas Malvinas se ha encontrado una huella de impacto con casi 250 km de diámetro, suficientemente grande como para ser la huella del impacto asociada a la mayor extinción de vida en la Historia de la Tierra, la del Pérmico. Es una cuenca submarina más grande incluso que las propias islas, y situada al oeste de las mismas. Los investigadores del Departamento de Biología de la Universidad de Nueva York, con el profesor Michael Rampino como uno de los jefes de estudio, han apuntado hacia allí para encontrar el punto de origen. No obstante, hacen falta pruebas más certeras además de datos, cronologías y las huellas de investigación de los satélites. Por ejemplo con pruebas de gravedad de la Tierra: si es menor sobre ese punto significa que los sedimentos son jóvenes y sobre todo que hubo una gran fuerza magnética en ese lugar, un rasgo característico de otros cráteres de impacto.

A la izquierda, en rojo, la formación geológica submarina del posible impacto

Esta cuenca, enorme, está situada en la llamada “meseta de las Malvinas”, y su forma, a pesar de la erosión, guarda similitud geológica con la huella de un impacto. Cada vez que un asteroide o cometa impacta con la Tierra sigue un proceso físico similar, lo que provoca unas formaciones sobre la superficie muy parecidas. Los estudios realizados con sónar han creado un dibujo de relieve muy particular que puede adaptarse a ese tipo de “huella de impacto”, que consiste en algo más que un cráter. Estas huellas además se repiten: a día de hoy se han localizado más de 200 en toda la superficie terrestre.

La datación se ha estimado en una horquilla que va entre los 250 y los 270 millones de años, es decir, durante la Era Paleozoica, ligada a la extinción del Pérmico, que aniquiló al 90% de todas las especies de vida sobre la Tierra. Para siempre. De hecho todo lo posterior, incluyendo dinosaurios y mamíferos, deriva de los pocos supervivientes de aquella catástrofe. La formación geológica además está parcialmente cubierta por sedimentos acumulados durante mucho tiempo, lo que indica que es antigua. Se formó pues mucho antes que el entorno geológico que lo circunda. Es, además, una irregularidad evidente en su región: no corresponde con el fondo marino que la circunda. Es decir: no apareció ahí por formación natural.