Hollywood entregó este fin de semana los Oscars Honoríficos, apartados de la ceremonia oficial desde hace algún tiempo y que recibieron Maureen O’Hara, Hayao Miyazaki, Jean-Claude Carrière y Harry Belafonte.
Eran los únicos que sabían que tendrían su estatuilla dorada: Hayao Miyazaki, Maureen O’Hara, Harry Belafonte y Jean-Claude Carriere. Se entregaron el pasado 8 de noviembre en el Ray Dolby Ballroom Hollywood & Highland Center. Se hace así para no recargar todavía más la ceremonia de los próximos Oscars, ya de por sí larga y tediosa: desde 2010, los Oscar honoríficos y los Premios Irving Thalberg y el humanitario Jean Hersholt tiene una ceremonia propia. Destaca el nuevo gesto de Hollywood hacia estrellas de fuera del circuito americano pero que han dejado una impronta vital en el cine. Es el caso del guionista francés Jean-Claude Carrière, que empezó como novelista y en los años 60 se reconvirtió en demiurgo para el cine. Colaboró con Pierre Étaix y con Luis Buñuel, con el que sería nominado a los Oscar en varias ocasiones. La lista de películas donde metió las manos es legendaria: ‘El discreto encanto de la burguesía’, ‘Ese oscuro objeto de deseo’, ‘El tambor de hojalata’, el ‘Dantón’ de Andrzej Wajda y ‘Sálvese quien pueda’ de Jean-Luc Godard.
Igual de especial es el reconocimiento a Hayao Miyazaki tras su retiro profesional. Hollywood rinde así pleitesía a un maestro de la animación con Oscar propio y que es reverenciado por todos, desde los jefes de Pixar a Spielberg o el público occidental, que le tiene entre sus preferidos. Pocas veces un autor, sea cual sea el soporte en el que se expresa y trabaja, puede influir tanto desde Oriente hacia Occidente, o cuando menos, puede ser un puente entre ambos lados de un planeta esférico donde, curiosamente, no hay lados ni bandos. Hayao Miyazaki está a la altura de Akira Kurosawa o Murakami en cuanto a capacidad creativa y huella indeleble en el arte y la industria, tanto en su país como en ese lejano Oeste del mundo donde ha sido agasajado, imitado, premiado y encumbrado.
Harry Belafonte, Miyazaki, Carrière, y sentada, Maureen O’Hara
Pasó de estudiante universitario a dibujante no muy estiloso a gran maestro en una progresión continua de su trabajo, pero sobre todo de una visión revolucionaria que se alejaba de lo habitual en la hiperdesarrollada industria del cómic y el anime japonés. Es un gran maestro que utiliza el mundo infantil para transmitir valores, para lanzar mensajes que educan y calan en los más pequeños, pero son también para los adultos, el recuerdo de lo que importa por encima de lo material. Fruto de esa desbordante imaginación que toma prestados símbolos y figuras de todas las culturas es una de sus obras cumbre, ‘El viaje de Chihiro’, que ganó el Oso de Oro de la Berlinale de 2002 y luego el Oscar a la Mejor Película de Animación. Un triunfo doble que allanó el camino para ser más un fenómeno que un autor.
Entre sus obras destacan ‘Mi vecino Totoro’, ‘Nausicaä del Valle del Viento’, ‘La princesa Mononoke’ y muchas otras en las que siempre están presentes las mismas claves: fantasía desbordante que sin embargo tiene una gran coherencia interna, un amor inmenso por la aviación (otro punto de fuga que le hace tan peculiar y heredado de su infancia), ecologismo y lamento por los desmanes humanos, respeto por el propio espíritu de superación del ser humano, personajes que se superan a lo largo de la obra, pacifismo nada disimulado y un sutil feminismo representado en (casi) todos los personajes principales, que son niñas, chicas o mujeres dispuestas a todo por vencer y solucionar la trama.
Maureen O’Hara a lo largo del tiempo, del blanco y negro al color
Luego están dos leyendas del Hollywood antiguo acunado entre los 50 y los 60. Maureen O’Hara, (que recibió en silla de ruedas el premio de manos de Clint Eastwood y Liam Neeson), dublinesa de nacimiento, llegó a Hollywood en 1939 para protagonizar junto a Charles Laughton ‘El jorobado de Notre Dame’. Un primer paso muy serio, mucho. Se convirtió en parte del entramado industrial de los estudios; así fue como protagonizó clásicos como ‘El cisne negro’, ‘Simbad el marino’, ‘El secreto de una mujer’, ‘The parent trap’, ‘Milagro en la calle 34′, ‘Nuestro hombre en La Habana’ y un sinfín de películas del Oeste donde se hizo habitual del público americano. Y lo hizo gracias, en parte, al apoyo de John Ford, que la incrustó en mitos del cine como ‘Rio Grande’, ‘¡Qué verde era mi valle!’ o una de las películas que más hicieron por su carrera, ‘El hombre tranquilo’.
Harry Belafonte, por su parte, además de activo luchador por los derechos civiles de los afroamericanos durante los años 60 y 70, de ser investigado y perseguido, amigo de Martin Luther King y de otros activistas, fue además el primer afroamericano en ser parte de la industria. Por eso recibió el Premio Humanitario Jean Hersholt. En su momento fue llamado “el negro bueno” de películas como ‘Adivina quién viene a cenar esta noche’ o ‘En el calor de la noche’. Pero también ha tenido una larga carrera como músico. Y le viene en la sangre: es hijo de Harlem, en Nueva York, el barrio afroamericano por definición en EEUU. De la fusión de talento y lucha política surgieron filmes como ‘Carmen Jones’, ‘Apuestas contra el mañana’ y ‘El mundo, la carne y el diablo’. Belafonte fue nombrado Embajador de Buena Voluntad del UNICEF en 1987 y actualmente es miembro de los consejos de administración de la Advancement Project y el Instituto de Estudios Políticos. Su trabajo en favor de los niños, la educación, la lucha contra el hambre, el SIDA y los derechos civiles, han sido reconocidos por todo el mundo.