Vaya por delante un poco de relativismo y duda: no es la primera vez que científicos chinos tergiversan, exageran o llevan más allá de lo posible un adelanto científico, pero es muy probable también que estemos, finalmente, ante el primer paso real y efectivo, desde antes de la cuna, de la modificación genética no evolutiva del ser humano. U a vez más, con cuidado: su afirmación aún no se ha podido demostrar.

Los chinos se han saltado todas las normas naturales para un avance que, bien llevado, bien administrado y regulado, podría conseguir que el ser humano fuera invulnerable a múltiples enfermedades y degradaciones naturales de tipo biológico. El laboratorio de la SUSTech en Shenzhen (Sur de China) dirigido por el genetista He Jiankui monitorizó el embarazo de unas niñas gemelas (Lulu y Nana) a las que modificaron su ADN para que, entre otras cosas, estén (en teoría, ojo, en teoría) protegidas contra el virus del Sida, entre otros cambios. Para lograrlo utilizó la técnica de edición genética llamada CRISPR, que permite mutar un gen concreto para mejorarlo.

Pero, por muy prometedor que sea, todavía, a día de hoy, no se ha podido contrastar o comprobar si esto es así. Su investigación no se ha presentado con pruebas o con los métodos que regulan en la comunidad científica las investigaciones: esto es ciencia, no creencia, si dices que has hecho algo debes demostrarlo con pruebas; mientras tanto siempre será un “supuesto”, no un hecho comprobado. Es más, el propio gobierno chino no dio nunca la autorización para esta modificación: según informa la prensa del país, las autoridades ya tienen bajo investigación al laboratorio por una decisión que no tenía luz verde administrativa. Y la propia universidad china se ha apresurado a comunicar que He Jiankui está en excedencia y que tampoco sabía nada.

El investigador He Jiankui en una imagen reciente

Así pues es mejor tomárselo con calma y esperar: si lo han conseguido estaríamos ante una de las primeras pruebas factibles de que la ingeniería genética va por un camino que, como en otras ocasiones con otros avances, si se regula y es tratado con escrúpulo ético puede ser muy útil. De lo contrario, estaremos ante una pesadilla que hasta ahora sólo habíamos visto en la ciencia-ficción, la de un nuevo Homo Sapiens salido de un laboratorio, idéntico pero no idéntico. En China no han hinchado el pecho con orgullo, más bien lo contrario: tanto la universidad como el gobierno consideran que se han vulnerado los códigos éticos y legales.

Según el relato de Jiankui, el padre de las niñas era un portador del virus del Sida que ansiaba tener hijos. La fecundación fue por inseminación artificial; ya con el embrión en sus primeros días de desarrollo, cuando se está combinando y recombinando el ADN, los investigadores inyectaron reactivos CRISPR que ejercen como si fueran “tijeras” moleculares que pueden alterar el orden de los genes, activándolos o desactivándolos. Esto último fue lo que hicieron con el gen CCR5, utilizado por el virus del Sida como llave para introducirse en el sistema inmunológico humano y desactivarlo. Supuestamente no tocaron nada más, y aseguran que no se han producido cambios en otros genes o mutaciones después del nacimiento.

Ahora bien, todo hay que ponerlo en cuarentena: el laboratorio asegura que otras seis parejas siguieron el mismo procedimiento, pero no especifica si fracasaron o si también salieron adelante los fetos y hay más niños modificados. Las dos grandes lagunas de esta investigación son legales y metodológicas: las primeras, porque el experimento hubiera sido ilegal en Occidente (la Unión Europea las ha prohibido y EEUU las mantiene en un limbo legal que las hace impracticables si no es en secreto), e incluso en China habría necesitado de un permiso oficial especial para llevarse a cabo, ya que no es una ley sino una recomendación administrativa. Y también de método: como apuntábamos antes, todo experimento debe hacerse con seguimiento y posterior contrastación por parte de otros para saber si es verdad o no, si ha funcionado, si es factible su repetición o fue resultado de unas condiciones muy concretas que imposibilitan su reproducción.

El problema no es tanto que hayan creado un nuevo modelo mejorado de ser humano (que eso está por ver), sino que esos fetos estaban sanos y han sido manipulados de tal manera que podrían en el futuro desarrollar tumores u otras enfermedades ya que la técnica CRISPR no está tan desarrollada y no se conocen los efectos colaterales de esa edición genética. El experimento no era necesario, no estaba justificado y podría suponer para las niñas enfermedades incluso en edad muy temprana. Traducción cinematográfica: He Jiankui habría jugado a la ruleta rusa genética con dos seres humanos. Se defiende argumentando que todo ha salido bien y que no ha cambiado nada en realidad, sólo dado la posibilidad a las familias. Pero las dudas persisten. Mientras no se hagan las comprobaciones públicas necesarias el “hecho” en sí se mantiene como afirmación no contrastada. Y una vez más, a riesgo de ser repetitivos: la técnica CRISPR no está aún lo suficientemente desarrollada y contrastada y hay incluso investigaciones en EEUU, publicadas en Nature este mismo año, donde se apunta a que hay un riesgo más alto de tumores cancerígenos en los modificados genéticamente.

El dilema moral está sobre la mesa, diferenciando a Occidente y China: en nuestra cultura la simple idea de la modificación del ser humano genera pesadillas sociales, políticas y biológicas, una bomba de relojería que alteraría el orden establecido más allá de lo necesario; en China son más laxos con esto, culturalmente no les interesa tanto ese puritanismo ético, pero sí mucho más las consecuencias médicas no controladas de una manipulación genética a ciegas, donde no se sabe qué ocurrirá con esas gemelas en el futuro. Es muy significativo que la comunidad científica china haya fustigado en público a He Jiankui desde el primer instante, señalando lo aleatorio, injustificado y peligroso que suponen este tipo de experimentos. También que todavía no se ha podido demostrar. Tanto desde China como desde Europa han señalado que este investigador también es accionista de empresas biomédicas, lo que induce a pensar que no hay nada altruista detrás de su supuesto logro, sino más bien un negocio donde los seres humanos son el material de comercio.