El Museo Thyssen-Bornemisza tiene todos los años una gran exposición centrada en un artista concreto, una de las grandes, un plato fuerte para poder ofrecer al público. Si este año será Munch, en 2016 será sobre uno de los impresionistas modélicos, Pierre-Auguste Renoir (finales de 2016).
Será en la última parte del año que viene cuando el público madrileño podrá ver la retrospectiva, que incluirá obras nunca antes vistas en España. Ha sido este fin de semana cuando el director artístico del museo, Guillermo Solana, responsable de organizar las exposiciones temporales de la institución, cuando ha revelado que ésta será uno de los platos fuertes de la programación del año que viene. Será la segunda vez que Renoir reciba tanta atención en solitario en España, ya que la anterior fue del Museo del Prado y que contó con varias decenas de pinturas de uno de los grandes maestros del impresionismo.
Según Solana la temática de la muestra será la vida íntima del francés, poniendo especial acento en las técnicas y las temáticas. Uno de sus rasgos definitorios era la especial atención de Renoir (1841-1919) por incluir al espectador en la historia, creando escenarios íntimos para crear empatía en el que observa, lo que incluía muchas escenas sobre vida familiar o de relaciones. La exposición tendrá como aliciente varias obras nunca vistas antes en España, si bien la lista del catálogo todavía está sin cerrar y podría incluir sobre todo fondos de colecciones privadas de EEUU. Sobre los formatos tampoco hay mucha información salvo que incluirá todos los estilos en los que Renoir trabajó, desde los paisajes (uno de los temas recurrentes del impresionismo) a los retratos.
‘Almuerzo de bañistas’
Pierre-Auguste Renoir, que entre sus muchos talentos y obras hay que incluir a su segundo hijo, Jean Renoir, uno de los grandes del cine del siglo XX, fue un pintor determinado por una corriente en la que ha quedado encajonado y donde destacó por su particular punto de vista, el impresionismo. Entre sus características más acusadas estuvo la sensualidad entendida como técnica, desde la forma de los cuerpos a las temáticas, inspirándose en el Renacimiento y en la figura de la mujer, a la que representó una y otra vez. Todos los impresionistas tuvieron un toque de obsesión repetitiva con los temas, sólo hay que pensar en Monet. Renoir la tuvo también, pero aquí no había nenúfares sino la exaltación del cuerpo y el paisaje.
Apenas hay rastros de la civilización industrial en la obra de Renoir: en el fondo era un costumbrista con otros medios estilísticos, lo que le valió tener cierto éxito personal a la hora de colocar sus obras. Hay un fondo de optimismo y alegría en su producción, incluso en los momentos de supuesto estrés, como en sus pinturas sobre obreros y campesinos. Y de la alegría de la vida a la de la carne hay un paso: abunda el desnudo femenino con los patrones pre-industriales, es decir, mujeres contundentes de formas rubensianas, si bien los cambios de parámetros de la belleza femenina ya se atisban en varios de sus cuadros.
Hay mucho de la vida primigenia de Renoir en lo que pasaría con su obra. Vivió su niñez de prodigio del dibujo entre los mercados parisinos y el Louvre, con lo que siempre estuvo en contacto con el arte. Sobre todo le gustaba el viejo París, un punto de tradicionalismo estético que se vería arrollado cuando Francia transformó la vieja capital y su casco histórico en la escuadra y cartabón que es hoy con un plano en las manos. Son los años también de formación académica y su amistad con Sisley y Claude Monet, también con el prematuramente fallecido Bazille. Una amistad que se retroalimentaría cuando todos desplegaron sus carreras artísticas. Fue también de los primigenios del impresionismo, guiados todos por Edouard Manet desde que en 1863 se viera en público su ‘Almuerzo sobre la hierba’. Un principio y un final de toda una era condensada en una zona de París y que en su caso continuó después de la Guerra Franco-Prusiana en la que perdió a Bazille y buena parte de la inocencia en aquel marasmo de trincheras, barricadas, revoluciones y la Comuna de París.
Su madurez de posguerra fue mucho más poderosa y potente que la juventud, a pesar de que la muerte de Bazille le haría mucho daño. Otro año le marcaría para siempre: 1874. Fue uno de los pintores rechazados de las salas del Grand Palais. Esos “rechazados” se unieron en la Sociedad Anónima Cooperativa en la que decenas de artistas de todos los estilos y formatos se las ingeniaron para ayudarse entre sí y crear una exposición paralela a la oficial, que a la postre sería la primera exposición impresionista. La que cambiaría toda la historia del arte en adelante. En total fueron 29 autores con 165 obras. Renoir estaba entre los más destacados de aquella exposición que fue una piedra de toque sin vuelta atrás. En adelante, y a pesar de las vicisitudes, Renoir conocería una carrera progresiva y que culminaría a finales del siglo XIX con su explosión como autor reconocido y de prestigio.
‘El columpio’ y ‘El palco en el teatro’