El Museo Thyssen-Bornemisza tiene todos los años una gran exposición centrada en un artista concreto, una de las grandes, un plato fuerte para poder ofrecer al público. En 2015 fue Munch, y este año será Pierre-Auguste Renoir (finales de 2016) desde sus temas íntimos.
La retrospectiva ‘Renoir y la intimidad’ (hasta el 22 de enero), que se inaugura hoy, incluirá obras nunca antes vistas en España. Será la segunda vez que Renoir reciba tanta atención en solitario en España, ya que la anterior fue del Museo del Prado y que contó con varias decenas de pinturas de uno de los grandes maestros del impresionismo. La temática de la muestra será la vida íntima del francés, poniendo especial acento en las técnicas y las temáticas. Uno de sus rasgos definitorios era la especial atención de Renoir (1841-1919) por incluir al espectador en la historia, creando escenarios íntimos para crear empatía en el que observa, lo que incluía muchas escenas sobre vida familiar o de relaciones. La exposición tiene como aliciente varias obras nunca vistas antes en España.
Su hijo, el también fundacional cineasta Jean Renoir, escribió que su padre “miraba las flores, las mujeres, las nubes del cielo como otros hombres tocan y acarician”. Sobre esta calidez e intimidad se basa la exposición, el papel central de esa sensación táctil que pueden apreciarse en las diferentes etapas, desde la impresionista a la de su madurez, cuando fue vilipendiado por las nuevas generaciones que le llamaban “pequeño burgués”. Ese calor se refleja en una amplia variedad de géneros, tanto en escenas de grupo, retratos y desnudos como en naturalezas muertas y paisajes.
La muestra, comisariada por Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen, se exhibirá posteriormente en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, entre el 7 de febrero y el 15 de mayo de 2017. El recorrido organizado por Solana incluye más de setenta obras del artista francés en las que se observa cómo Renoir utilizaba las sugerencias táctiles de volumen, materia y texturas para poder recrear elementos psicológicos o invisibles ante los sentidos, desde las relaciones familiares a las sentimentales, eróticas o incluso el orden social imperante en su tiempo. Utilizó la pintura para recrear las relaciones humanas con un grado de intimidad reservada para los auténticos talentos. Y todo con color, pinceles y una superficie bidimensional.
Pierre-Auguste Renoir, que entre sus muchos talentos y obras hay que incluir a su segundo hijo, Jean Renoir, uno de los grandes del cine del siglo XX, fue un pintor determinado por una corriente en la que ha quedado encajonado y donde destacó por su particular punto de vista, el impresionismo. Entre sus características más acusadas estuvo la sensualidad entendida como técnica, desde la forma de los cuerpos a las temáticas, inspirándose en el Renacimiento y en la figura de la mujer, a la que representó una y otra vez. Todos los impresionistas tuvieron un toque de obsesión repetitiva con los temas, sólo hay que pensar en Monet. Renoir la tuvo también, pero aquí no había nenúfares sino la exaltación del cuerpo y el paisaje.
Apenas hay rastros de la civilización industrial en la obra de Renoir: en el fondo era un costumbrista con otros medios estilísticos, lo que le valió tener cierto éxito personal a la hora de colocar sus obras. Hay un fondo de optimismo y alegría en su producción, incluso en los momentos de supuesto estrés, como en sus pinturas sobre obreros y campesinos. Y de la alegría de la vida a la de la carne hay un paso: abunda el desnudo femenino con los patrones pre-industriales, es decir, mujeres contundentes de formas rubensianas, si bien los cambios de parámetros de la belleza femenina ya se atisban en varios de sus cuadros. Hay mucho de la vida primigenia de Renoir en lo que pasaría con su obra. Vivió su niñez de prodigio del dibujo entre los mercados parisinos y el Louvre, con lo que siempre estuvo en contacto con el arte.
Sobre todo le gustaba el viejo París, un punto de tradicionalismo estético que se vería arrollado cuando Francia transformó la vieja capital y su casco histórico en la escuadra y cartabón que es hoy con un plano en las manos. Son los años también de formación académica y su amistad con Sisley y Claude Monet, también con el prematuramente fallecido Bazille. Una amistad que se retroalimentaría cuando todos desplegaron sus carreras artísticas. Fue también de los primigenios del impresionismo, guiados todos por Edouard Manet desde que en 1863 se viera en público su ‘Almuerzo sobre la hierba’. Un principio y un final de toda una era condensada en una zona de París y que en su caso continuó después de la Guerra Franco-Prusiana en la que perdió a Bazille y buena parte de la inocencia en aquel marasmo de trincheras, barricadas, revoluciones y la Comuna de París.
Su madurez de posguerra fue mucho más poderosa y potente que la juventud, a pesar de que la muerte de Bazille le haría mucho daño. Otro año le marcaría para siempre: 1874. Fue uno de los pintores rechazados de las salas del Grand Palais. Esos “rechazados” se unieron en la Sociedad Anónima Cooperativa en la que decenas de artistas de todos los estilos y formatos se las ingeniaron para ayudarse entre sí y crear una exposición paralela a la oficial, que a la postre sería la primera exposición impresionista. La que cambiaría toda la historia del arte en adelante. En total fueron 29 autores con 165 obras. Renoir estaba entre los más destacados de aquella exposición que fue una piedra de toque sin vuelta atrás. En adelante, y a pesar de las vicisitudes, Renoir conocería una carrera progresiva y que culminaría a finales del siglo XIX con su explosión como autor reconocido y de prestigio.