La autora brasileña, referencia del siglo XX, es más actual que nunca gracias a una biografía revisada y la reedición de su catálogo que lleva a cabo Siruela desde hace algunos años. Inclasificable, mística, lírica, capaz de reducir la abstracción a palabras. No ha habido otra como Lispector, un “perro verde” literario que hoy alumbra a muchos otros autores. Más moderna que nunca.
IMÁGENES: Siruela / Wikimedia Commons
Siempre estamos buscando excusas, aniversarios y reediciones para poder hablar de escritores o estilos. Pero pocas veces ha sido tan justificado como con Clarice Lispector, escritora brasileña del siglo XX que parecía una diva del cine de los años dorados, una Greta Garbo literaria que encarnó como nadie la pasión de las letras desde su refugio sudamericano. Emigrada desde Lituania, donde nació en 1920, terminó sus días en una temprana muerte (en 1977, tenía apenas 57 años) en Río de Janeiro, la ciudad desde la que sentó la cátedra de autora monumental. Una biografía editada por Siruela el pasado mes de diciembre (‘Por qué este mundo’, de Benjamin Moser) sirve de excusa para reivindicar a una escritora ya clásica de las letras occidentales (mucho más allá de su lengua de adopción o su Brasil de acogida) que curiosamente, más de 40 años después de su muerte por un cáncer de ovarios, es todavía más moderna y modélica que entonces.
Lo que marcó a Lispector, más allá de su inmenso talento y la forma de expresarlo, de vivir su existencia y de cómo proyectar su imagen, fue un terrible incendio que en 1966 casi le cuesta la vida. Deambuló por este mundo once años más antes de fallecer, pero sufrió demasiado en esa década larga: estuvieron a punto de amputarle la mano derecha (era diestra, escribía a mano) por las lesiones en músculos y tendones, una broma siniestra del destino provocada por su tabaquismo recalcitrante, la manía de fumar en la cama y de tomar pastillas para conciliar el sueño. Como todo autor que se precie, lo primero que hizo fue intentar salvar sus textos, que ya ardían, y lo hizo con las manos desnudas. Fueron tan graves las lesiones que a partir de entonces ya sólo pudo escribir a máquina. Logró salvar la mano con mucho esfuerzo, pero jamás volvería a ser igual, como una garra desfigurada que le recordaba la tragedia.
Y sin embargo, floreció con fuerza después del fuego. Al año siguiente ya tenía su propia columna en la prensa de élite brasileña, con la que demostró sus dotes para la comunicación con una versión, por así decirlo, “rebajada” de sí misma. Allí estaba Lispector, cuyas novelas parecían poesía pura llenas de simbolismos y pasión, escribiendo sobre familia, vida, cultura… conectó con el pueblo, con las madres, con los niños, a los que también dedicó historias de género para poder expandir su talento. Daba igual el tema: abarcó de todo, desde la educación sentimental de las niñas a la moda, gastronomía, organización familiar, política, literatura, arte, la particular psique brasileña… Se le ocurrió, con gran acierto, convertir esos artículos en conversaciones donde rebajaba el lirismo para poder mirar cara a cara a los lectores, y eso la encumbró. Y le dio, además, un feedback que no suelen tener otros autores: Lispector recibía cartas a través del periódico de sus lectores, con lo que podía saber dónde había acertado y lo que les gustaba e interesaba. Así pudo alimentar su propia versión articulista.
Pero aquello, comparado con lo que era literariamente, era casi frívolo. Su poder creativo superaba con creces a los demás. Era inclasificable, un auténtico “perro verde” cultural que marcó su estilo y camino con independencia, jugando con las palabras y también la ausencia de las mismas (como en escultura, donde los vacíos dan forma tanto o más que a la propia materia). Había misticismo en su forma de escribir. Y que consiguiera hacerlo en un país tremendamente clasista, machista y culturalmente apartado de los círculos oficiales de ese difuso Occidente que nunca concibió a Brasil como una parte de sí, tiene todavía más mérito. Tanto en esta vertiente como en la lírica los críticos han considerado a Lispector como la heredera de Virginia Woolf, la cadena de transmisión entre aquel mundo literario que llenaba de mística y fuerza la vida cotidiana y el salto del siglo XXI por su influencia en varias generaciones de autores sin distinguir género, edad o cultura de procedencia. En vida Brasil se lo dio todo, y ella a su país de acogida, pero tuvo que morir y dejar pasar un par de décadas para que se convirtiera en un referente. Europea de origen, viajera incansable, apenas logró destacar fuera del gigante sudamericano.
Su simbolismo y lirismo fueron siempre su seña de identidad, igual que el uso persistente de la primera persona narrativa, una forma de escribir tan apasionada como única que la distinguió enseguida del resto de autores, que le costó muchos rechazos porque en aquel Brasil de clases casi feudales (todavía lo es) muchos no entendían el universo literario de mutaciones, transformaciones y metamorfosis continuas, donde Lispector volcaba toda su imaginación, la capacidad para hacer poesía en aquellas novelas y relatos que eran como vehículos de un río continuo que no cambió nunca. Pero le daba igual: muchas veces reivindicó con un puñetazo de individualismo su estilo, “no escribo para agradar” a los demás. Sólo a sí misma. Lispector concibió la literatura como su forma de salvarse a sí misma y de influir en el mundo. Quizás más ahora que entonces. Escribió un total de 85 textos, la primera publicada con apenas 19 años y la última póstuma, y todos tienen en común algo parecido (salvando las distancias) a lo que le pasa a El Bosco: todavía hoy mucha gente no los entiende, pero se sienten fascinados.
Lispector tuvo una vida de batalla continua, por ser mujer, por ser de origen judío, por su particular estilo… Sólo hay que echar un vistazo a su vida: proveniente de una estirpe de perseguidos, una madre violada en la guerra y sifilítica, un padre depauperado que murió demasiado pronto por el sobreesfuerzo, mujer en una sociedad misógina, un estilo tan inconfundible como imposible de entender a la primera… El matrimonio con un diplomático le dio dos hijos, una posición económica acomodada, pero también la sacaron de su ambiente periodístico y literario, escribió como pudo y cuando pudo, siguió publicando, pero no sería hasta el divorcio (otro golpe en la mesa, otro tabú, otra decisión contracorriente) cuando logró la independencia necesaria. Clarice Lispector fusionó como nadie la particular herencia judía (y su idioma, sus valores poéticos vinculados a la lingüística) con una vital necesidad de dar forma literaria a las abstracciones, en forma de ideas o sentimientos, que son la base fundamental de su obra. No es una escritora fácil. Nunca quiso serlo. No debe serlo. Es simplemente única, poesía en prosa, misticismo y abstracción, una corriente de palabras que lleva la comunicación a un nuevo lugar. Tan increíblemente moderna en 2019 como entonces, pero quizás ahora, ya por fin, reverenciada como debe.
Breve (luchadora y trágica) biografía de Clarice Lispector
Nació como Chaya Pinkhasovna Lispector en Chetchelnik, Ucrania, en diciembre de 1920, en el seno de una familia judía perseguida por el comunismo y los siempre tolerados progromos antisemitas de una Rusia revolucionaria, con una ideología que se suponía estaba por encima del racismo y la xenofobia. Su familia fue castigada duramente (su abuelo asesinado, su madre violada y su padre desterrado a un exilio de mendigo a la otra punta del planeta) y empujada a la emigración continua, con paradas en Moldavia y Rumania antes de llegar a Brasil (al estado de Alagoas), donde mutaron una vez más: Chaya se convirtió en Clarice en 1922. En los años 30 perdió a su madre, enferma de sífilis desde la violación, por lo que su padre (un judío intelectual y liberal) tuvo que hacer todo tipo de trabajos fuera de su formación, además de entregarse a su familia. Emigraron a Río de Janeiro ya en 1930, donde Clarice encontró su lugar. Pero tuvo que luchar incansablemente por su doble condición de mujer y judía contra una cultura hostil donde las mujeres eran sólo carne de consumo sexual o madres-sirvientas. Estudio derecho pero muy pronto encontró que su lugar era la literatura: en 1940 publicó su primer texto conocido, ‘El triunfo’, que antecedió a la muerte de su padre, dejándola huérfana. En 1951 ganó el premio Graça Aranha a la mejor novela por ‘Cerca del corazón salvaje’.
Para entonces ya era una periodista influyente en Río de Janeiro, joven, expresiva, que destacaba por su belleza oriental (en su familia hubo raíces tártaras, con su melena oscura, pómulos altos y ojos rasgados), pero que decidió, en otro giro del timón, casarse en 1943 y convertirse en madre, esposa y compañera de un diplomático católico. Lo dejó todo por ser una mujer “normal”. Ese interludio duró hasta 1959, cuando se divorció. Entre medias hubo otras novelas, viajes continuos a Europa, la maternidad, las depresiones por el desgarro de su nueva existencia lejos de lo que amaba. El matrimonio sólo la aportó dos ventajas: sus hijos y una posición económica desahogada que incluso después de la separación le permitió dedicarse sólo a escribir (con lo que también tenía ingresos). Fue su liberación creativa y también el nacimiento del mito de Clarice Lispector: huidiza, no daba entrevistas, se desconectaba por completo de la realidad política y social, volcada por completa a su universo literario y periodístico. Llegaron a pensar incluso que era el seudónimo de un hombre. Pero era real, y cargó con esa lucha hasta su muerte en 1977, fulminada por un cáncer de ovarios.