A finales de marzo de este año se estrena la nueva vampirización de Hollywood, ‘Ghost in the Shell’, con Scarlett Johansson de actriz protagonista y Rupert Sanders en la dirección. Un trabajo complicado: ciberpunk existencialista japonés rumbo a tu cine. Es la cresta de la nueva ola de adaptaciones, ahora del manga japonés y sus respectivas adaptaciones en animación, el anime.

IMÁGENES: Paramount Pictures / Production IG / Tokio Movie Shinsha

La industria del cine huele la sangre como un tiburón en una piscina llena de gente. Es tan sencillo como extender un cheque y comprar ideas de otros. Primero fue el mundo literario, luego el teatral, después llegó el turno del cómic americano y los videojuegos. Y finalmente han cruzado el Pacífico rumbo a Japón, donde desde hace años una industria independiente de creación ha inundado el mundo de historias nuevas, con una filosofía diferente, una aproximación estética distinta a la occidental, y sobre todo un contexto totalmente antagónico. Asia es una mina de oro creativa. No sólo Japón: es un mundo por descubrir. Pero en Occidente despertaron con dos golpes: primero fue el Studio Ghibli, con Hayao Miyazaki a la cabeza, y luego, en los 80-90, con dos anime (versión en formato de animación del manga, el cómic japonés): ‘Akira’ (1988, inspirada en el manga de Katsuhiro Otomo) y ‘Ghost in the Shell’ (1995, basada en el manga de Masamune Shirow, publicado entre 1989 y 1991). No sólo fueron éxitos de crítica y público en Japón, sino que ayudaron a Occidente a comprender mejor que era eso del manga-anime, un binomio que hoy parece el nuevo objetivo de Hollywood, en plena decadencia creativa (que no económica).

Mientras esperamos (y tememos) la adaptación de ‘Akira’ (de la que hablamos en uno de los segmentos del reportaje), para este año 2017 ya tenemos en parrilla la que ha hecho Paramount Pictures con el director Rupert Sanders de ‘Ghost in the Shell’, adaptada a la pantalla por Mamoru Oshii en 1995 (director también de otras dos películas basadas en el mismo manga, ‘Innocence’ en 2004 y ‘Ghost in the Shell 2.0’ en 2008). Es la preparación para dos asaltos más “made in Hollywood”: ‘Alita: Ángel de Combate’ y ‘Death Note’, en diferente soporte visual (película y serie) pero idéntico instinto depredador. El mismo que ha empujado también a devorar los propios mitos originales del cine, los remakes y reboots que sólo tapan con ideas viejas la total falta de las nuevas. Más allá de la simple adaptación, que no es algo nuevo y no tiene por qué ser malo (grandes clásicos lo son a pesar de haber vampirizado o re-adaptado otras películas), el problema que plantea un proyecto así es que romperá con lo original y puede pecar de excesiva occidentalización. Lo que vale allí no tiene por qué funcionar aquí, y viceversa. Y hay millones en juego.

 

La polémica ya arrancó cuando se eligió a la mujer que interpretaría al personaje central, Motoko Kusanagi. En inglés existe un concepto muy peliagudo ligado al racismo, “whitewashing”, traducido como “lavar en blanco”, es decir, occidentalizar una historia de otra cultura con personajes de diferente raza, etnia o religión para que el público europeo y norteamericano pueda digerirlo mejor. Si fuéramos mal pensados (y lo somos) diríamos que es una sutil forma de racismo encubierto: Scarlett Johansson fue la elegida, una mujer occidental de ojos claros para dar vida a un personaje que es claramente japonés. Ahí ya empezaron los problemas, con los productores saliendo en defensa de una silente Johansson, que prefirió trabajar y no meterse en problemas. Sonó con fuerza Rinko Kikuchi para la adaptación, pero la cara y la presencia de Johansson (mucho más bajita y menos estilizada que el personaje original) es más comercial que una japonesa, quizás demasiado para la América de Donald Trump, donde cualquiera que no sea blanco, cristiano y a ser posible anglosajón es sospechoso de todo lo malo.

Si eliminamos este tema (para compensar han contratado a una larga nómina de actores asiáticos, incluyendo a Takeshi Kitano, Rila Fukushima, Kaori Mamoi y Chin Han) la adaptación de Rupert Sanders tenía otro problema más acuciante: ¿cómo convertir la ciencia-ficción existencialista y por momentos onírica del manga y el anime originales en una película que pueda ser entendida y apreciada por el público occidental, demasiado acostumbrado a productos de rápida masticación y fácil digestión? Aunque visualmente Sanders ha respetado, incluso a imitado descaradamente el anime japonés (el trailer oficial está casi pensado para tranquilizar a los fans originales y a los japoneses, que temen con razón las zarpas reduccionistas de Hollywood), es muy complicado trasladar el núcleo original del cómic, la generación de inteligencia artificial a partir de pequeñas diferencias puntuales y el choque con la sociedad humana, a la pantalla de cine. Porque ‘Ghost in the Shell’ es mucho más que una mujer armada repartiendo mientras hace cabriolas, es ciberpunk existencialista al más puro estilo de ‘Blade Runner’ o William Gibson (Trilogía del Sprawl).

Que exista un anime de calidad anterior como base no promete nada: la ‘Ghost in the Shell’ de los 90 no pensaba en el espectador occidental, sino en el japonés más que acostumbrado a la ciencia-ficción distópica y existencialista. No se hizo pensando en nosotros, sino en su mercado. Que luego encontrara un público devoto (que en el fondo es el más agresivo con la adaptación) en el otro lado del mundo es fruto de las ideas universales y valores transculturales que tenían el manga y el propio anime. Un cyborg que descubre su propia independencia y humanidad perdidas, el debate sobre la inteligencia artificial o el excesivo control telemático sobre la población, incluso la nueva vida a través de la red de conexiones virtuales (más allá incluso de internet), son elementos que están presentes en la obra. El existencialismo filosófico también tiene una presencia destacada: es la consecuencia lógica de máquinas pensantes, saber qué es existir, qué es la vida, qué destino o libertad podemos todos tener, humanos o no humanos. Es una acumulación continua de preguntas que conforman el mensaje interno del manga.

Intentar meter todo eso en una película que pueda asimilar un espectador de Arkansas que jamás ha leído un manga o un texto de ciencia-ficción, o cualquier espectador europeo más acostumbrado a su cine nacional (y sus propios valores culturales) es muy complicado. El éxito del filme dependerá, sobre todo, de si es capaz de conectar con la masa de fans que conocen la historia, o con el segmento de población predispuesta culturalmente a aceptar este tipo de temáticas. Si Sanders ha sido fiel e inteligente el tipo de Arkansas no entenderá nada, el europeo medio arqueará una ceja existencialista y los demás probablemente disfruten. No sólo se trata de trasladar una estructura literaria con soporte visual (cómic) al cine, sino de mover valores propios del manga japonés al público de todo el mundo, una mezcla de ciencia-ficción, thriller y narración salpicada de elementos propios de la cultura japonesa y occidental. El manga supo recoger y fusionar ambos mundos y crear algo nuevo.

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No obstante, la sinopsis oficial ya marca distancias con el enrevesado concepto original: en un Japón del futuro cercano (entendamos por “cercano” más allá de 2025), dominado por la tecnología informática y de telecomunicaciones, la agente Motoko Kusanagi, The Major, lidera el grupo de fuerzas especiales perteneciente a una agencia gubernamental llamada Sección 9, parte del conglomerado estatal de Seguridad Nacional, sobredimensionado en el futuro por una serie de guerras en las que Japón sale con buen pie. El objetivo de esta unidad es luchar contra el ciberterrorismo y los crímenes tecnológicos. Con un cuerpo artificial, Kusanagi ha reemplazado la totalidad de su cerebro, lo que le permite ser capaz de realizar hazañas sobrehumanas. Es la punta de lanza de la unidad, su líder, y el nuevo problema (del Estado, pero también suyo) es un fanático hacker terrorista (‘Puppet Master’ en el anime) que ansía acabar con los avances de Hanka Robotic, la misma corporación detrás de su propia existencia. La filosofía propia de la historia viajará dentro de ese guión, aunque está por ver aún cómo.

A partir de ahí se mezclan el thriller con todo lo mencionado para crear un mecano que ha tenido ya muchas vidas: una serie manga de varios años, cuatro películas y una serie de televisión con dos temporadas. Todo eso condensado en pequeñas entregas. Los productores y Sanders decidieron cuartear el primer trailer oficial en cinco partes y liberarlos al público durante los capítulos de la serie ‘Mr Robot’: fue una buena jugada, porque es su público objetivo, así que fueron a buscarlo allí donde podía estar. Luego saltaron a internet y poco después llegaría el primer trailer completo más cinco minutos enteros del filme, que, curiosamente, son casi una copia perfecta del arranque del manga de 1995. Además la presentación oficial fue en Tokio, en formato bilingüe inglés-japonés. Sanders estaba mandando un mensaje: Motoko puede ser blanca y tener la voz y el acento de una chica de la Costa Este de EEUU, pero la historia es la que conoces, pero con personajes reales. La adaptación de Rupert Sanders se rodó entre Nueva Zelanda, Hong-Kong y Shanghai, dos urbes que emulan hoy el Tokio descomunal y sobredimensionado de ‘Ghost in the Shell’. Ahora sólo queda esperar a finales de marzo.

 

Lo que el manga original contaba: el alma de la máquina

‘Ghost in the Shell’ tuvo ya un salto de lenguaje anterior: Mamoru Oshi creó en los 90 un cruce entre el cómic y el homenaje al ciberpunk de Ridley Scott en ‘Blade Runner’ o de William Gibson con su trilogía ‘Sprawl’. Pero el cómic de Masamune Shirow se centró en las consecuencias abstractas de la inteligencia artificial en un cyborg, ese paso de lo humano a lo mecánico para regresar a la conciencia humana, esto es, la generación de la inteligencia artificial y su encaje filosófico y ético, cómo pueden fusionarse el ser humano y la máquina para crear algo nuevo. Hay otra faceta más del anime de Shirow que es importante: la red global de conexión, una Humanidad hiperconectada con terminales neuronales internos que crea un mundo paralelo al real. Simplemente imaginen internet pero a un nivel desmesurado e imposible de obviar.

La red de computadoras omnipresente del manga es un elemento narrativo más, un fondo que siempre está presente y facilita el trabajo, pero que también es parte del problema al que se enfrentará Motoko. Porque la distancia entre lo artificial y lo biológico se difumina, y ese nuevo mundo puede resultar aterrador y problemático. Según el manga la única manera de establecer la pertenencia a lo humano por parte de una máquina es que tenga su “fantasma” (ghost), un atributo abstracto humano identificable con la conciencia, las emociones y la diferencia respecto a los otros. Esto es: el alma. Supuestamente ese ghost podría ser trasladado de una máquina a otra, que sólo serían el soporte de la verdadera “alma de la máquina” que convertiría a esa inteligencia artificial en un ser vivo auténtico.

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La otra (temida) adaptación: ‘Akira’

Si ‘Ghost in the Shell’ es grande e importante en el mundo del manga y el anime, ‘Akira’ es algo así como un pequeño Santo Grial que los occidentales (y muchos japoneses) han elevado a la categoría de leyenda, una “biblia” sci-fi asiática que supera las 2.000 páginas. Es, por así decirlo, la suma de todos los elementos que hicieron enloquecer al público: ciencia-ficción distópica con toques punk, fantasía desbordante, violencia, filosofía existencialista, elementos del budismo zen, de la tradición japonesa, tecnofilia sin fin y espectacularidad, mucha, desde el primer momento. El proyecto de adaptación del anime de 1988 (que abrió las puertas de Europa y EEUU al cómic japonés definitivamente), creado por Katsuhiro Otomo entre 1982 y 1990 y convertido en anime por él mismo a partir de una historia paralela al propio cómic, viene de lejos y ha tenido muchos amantes, tantos como fans.

Desde que arrancó el siglo XXI lleva Hollywood buscando la forma de adaptarla. Con los derechos ya comprados, Warner Bros está dispuesta: supuestamente habría encargado a Justin Lin la dirección con un guión firmado por Marco J. Ramírez, famoso por el éxito como desarrollador de la serie ‘Daredevil’ en Netflix. Antes que Lin, autor de la saga ‘Fast & Furious’, desfilaron por los despachos Jame Collet-Serra, Christopher Nolan y George Miller, pero ninguna negociación cuajó. Ni siquiera poder contar con Leonardo di Caprio (otro whitewashing, y de los gordos) motivó a la industria.

Akira

Poster oficial

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La Kusanagi del anime y la de carne y hueso (abajo), casi mimetizadas

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