En estos dos meses van a coincidir en España tres estrenos que demuestran que para la industria no hay tabúes que valgan, salvo los que la estrechez moral imponga. Una nueva versión de Robin Hood (que se estrena hoy), la (probablemente innecesaria) secuela de Mary Poppins y una comedia sobre Sherlock Holmes que (casi seguro) no va a gustar ni un pelo a los seguidores del personaje.

IMÁGENES: Columbia Pictures / Disney / Lionsgate

El colmo del absurdo del remake es Robin Hood: hasta la fecha, antes de que se estrene la enésima versión (que en realidad es un remake de un filme de los 90, que a su vez era un remake de la anterior…), se han hecho ya 41 versiones del mito del arquero justiciero. Alguna son incluso incunables del cine: la primera versión fue en 1908, en cine mudo, antes de la Primera Guerra Mundial. Así de saqueada está la leyenda. Repetimos: 41. Eso entre cortometrajes, series de TV y películas, algunas tan memorables como las de Douglas Fairbanks en 1922 o de Errol Flynn en 1938.

Cada poco tiempo Hollywood abre el armario para calcular si ya ha pasado suficiente tiempo o hay alguna excusa realista para hacer una nueva versión. Más que secuelas, que no lo son, se trata de reconstrucciones: estirar y rehacer, como indica el título, una pasión que ha ido en paralelo a la caída en barrena del nivel de los guionistas. Que Disney se haya atrevido a hacer una secuela de Mary Poppins (comparativamente, como desenterrar a Carlomagno y subirle a un caballo para que dirija Europa) ya dice mucho del nivel de mercantilismo extremo al que se ha llegado.

Se ha escrito mucho sobre cómo el talento creativo de Hollywood ha migrado de las productoras de cine hacia la TV, concretamente a las series y miniseries que son lo que sostienen la imaginación audiovisual. Las majors a la sombra del célebre logotipo de las colinas de Los Ángeles sólo quieren pelotazos fáciles que saquen un 400% de beneficios en taquilla, una riada de dinero. Y cuando dan con la tecla se lanzan a la explotación total e integral de la mina de oro que han descubierto. Hasta el paroxismo.

En los últimos años hay grandes ejemplos: el éxito de Marvel (no olviden, propiedad de Disney) en su planteamiento del MCU (el universo salido a partir de la adaptación de los personajes y franquicias de los cómics de Marvel) marcó al camino y sobre todo el devenir de la industria en los años siguientes. Desde 2008 hasta hoy es el espejo de todos. Universal intentó algo parecido con sus viejos mitos del cine de terror, pero los malos resultados de su nueva versión de Drácula y las proyecciones de los contables cerraron esa posibilidad. No así con Lucasfilm, que una vez pasó a manos de Disney arrancó el proceso de exprimir el limón: nueva trilogía, una probable cuarta trilogía futura, dos spin-off, series de TV de animación y una futura real… Lo que sea con tal de vender.

El efecto es doble. Por un lado se impone la necesidad de no perder dinero y maximizar los beneficios: esto implica aparcar las ideas experimentales y más arriesgadas y optar por los gustos del público mayoritario (no necesariamente buenos y recomendables). Esto es, que el cine artístico deja de contar para las productoras, empujado hacia el circuito independiente y marginal. Se ha optado por las dos varitas mágicas: acción (da igual si son superhéroes con capa o persecuciones de coches con la policía detrás) y comedia (en todos los registros posibles). Todo lo demás es secundario y opcional.

Por otro lado, esta elección corporativa (siempre lo son) ha empujado a los autores hacia otros territorios más propicios donde los efectos especiales duran lo justito. Como decían en HBO, “los efectos están bien para cinco minutos, después pierden sentido y necesitas algo más para el público”. En una serie se exige ese “algo más”. La realidad es que el cine norteamericano ha abrazado con pasión el nuevo orden comercial y ya ni se esfuerza. Por eso permiten a Will Ferrell mancillar la obra de Conan-Doyle con una comedia chusca e infantil, o que necesiten dos guionistas para rehacer un filme de Kevin Costner de los 90. Porque a Disney nadie le va a decir que no haga una secuela con su tótem victoriano de niñera mágica.

Robin Hood’ (hoy 7 de diciembre)

No hacía falta. Nunca lo hace. Pero Robin Hood ya es un clásico, un lugar recurrente que será difícil dejar atrás. Tanto por su mensaje social (lucha de clases a punta de espada y flecha) como por el atractivo del escenario (la Edad Media, el lugar preferido de los occidentales para regocijarse en su virulencia); el mito del noble caído en desgracia que se rebela contra el régimen monárquico de impuestos altos y desigualdad en la Inglaterra medieval es todo un hito cultural, anglosajón, europeo y por extensión de todo occidental.

Y lo peor de todo es que está exprimido hasta la saciedad, y desde el principio de la historia del cine: será difícil superar el encanto de la versión de Errol Flynn, pero es que hay incluso una versión de Disney en animación, la “doméstica” de ‘Robin y Marian’ que protagonizaron Sean Connery y Audrey Hepburn, más aquella absurda carrera de los 90 entre la versión de Kevin Costner y la de los británicos con sarraceno africano incluido (con la cara de Morgan Freeman eso sí), un modelo que ahora recuperan con este nuevo filme. Tampoco hay que olvidar la versión más fidedigna a la historia real, la que protagonizó Russell Crowe con la lucha entre la nobleza y la Corona, verdadero trasfondo del pulso con el poder de Robin de Locksley, que no deja de ser un noble inglés, no un plebeyo.

El nuevo filme se basa en un guión de en Chandler y David James Kelly con dirección de Otto Bathurst y la renovación del dúo original: Taron Egerton (‘Kingsman’) y Jamie Foxx. Más la producción de una compañía especialista en cine histórico y de aventuras, Lionsgate. Este filme no es una reinterpretación del mito, ni una nueva versión, es un remake del filme de los 90 de Costner: Robin de Locksley regresa de las Cruzadas con su compañero de armas morisco (Jamie Foxx), al que le une una cuenta pendiente, y al encontrar su región sumida en la tiranía y la corrupción de la Corona inglesa, decide rebelarse. A Egerton y Foxx les acompañan Ben Mendelsohn, Eve Hewson, Tim Minchin, Paul Anderson y Jamie Dornan, entre otros.

El regreso de Mary Poppins’ (21 de diciembre)

Definida por la prensa norteamericana como “la madre de todas las secuelas”, Disney ha decidido, en su política de hacer limonada hasta con los cadáveres exquisitos, hacer una secuela de Mary Poppins, algo así como la piedra de toque de la compañía, el éxito que le permitió ser inolvidable más allá de la animación. No es un remake, es una secuela en toda regla, centrada en la siguiente generación de la familia Banks. Todo es más o menos igual, salvo los actores, pero el esquema es idéntico: Emily Blunt es Poppins, y Lin-Manuel Miranda hace un papel muy similar al de Van Dyke en el primer filme, un farolero llamado Jack que lleva “la luz y la vida a las calles de Londres”.

El mismo pastel pero con cambios cosméticos y muy probablemente desprovisto de la alegre subversión soterrada de la primera película, que encerraba guiños muy adultos (pero muchos) entre las canciones del musical. Mary Poppins ha sido carne de cañón durante décadas, aunque el férreo control de derechos de Disney (y su pudor con un clásico) habían evitado que dieran el salto definitivo. Pero la nueva política comercial expansiva no entiende de tabúes, y crearon una secuela a medida que apenas se despega del rastro dejado por la producción anterior.

Es incluso similar en el objetivo: restaurar la “alegría de vivir” de la familia. Si en la original era la rigidez paterna la que lastraba a la familia, ahora es la pérdida de un miembro de la misma la que rompe esa vitalidad que la niñera victoriana con poderes mágicos puede restaurar. Dirigida por Rob Marshall, con guión de David Magee, música de Marc Shaiman y Scott Wittman, además de Blunt y Miranda aparecen Ben Whishaw, Emily Mortimer, Julie Walters… e ilustres secundarios como Dick Van Dyke (que vuelve brevemente), Angela Lansbury, Colin Firth y Meryl Streep.

Holmes & Watson’ (4 de enero)

Fans acérrimos de Sir Arthur Conan-Doyle, de Sherlock Holmes, de la literatura de detectives, de la novela inglesa, incluso de la cultura vintage victoriana, dejen de leer. Uno de los trucos preferidos de la comedia es la sátira, darle la vuelta como un calcetín a algo mucho más serio y tradicional. Holmes se había vuelto demasiado contundente, incluso con las películas que había protagonizado Robert Downey Jr, que lograron modernizar al personaje y darle el humor negro y la socarronería necesaria para que fuera asimilable incluso para los que no han leído un libro en su vida.

Pero hay algo que puede moler grano con los mitos: la comedia norteamericana. Son auténticos especialistas en el humor chusco y chabacano con una buena capa de sofisticación, películas pensadas para consumir palomitas como posesos, reírse a carcajadas y olvidarse a los cinco minutos de lo que has visto. Son como las cerillas: combustión rápida, vida corta. En ocasiones, como con ‘American Pie’, pueden incluso alcanzar cierto grado de longevidad, pero poco más. Uno de los reyes de este tipo de comedia es Will Ferrell, de los mejores actores del género que ha dado EEUU, estrella indiscutible del Saturday Night Live durante la primera década del siglo. Cuando era rey de la TV se amoldaba a la perfección con guiones bien elaborados, pero en solitario su especialidad es esa comedia mundana de consumo rápido, chiste fácil con algo de humor físico y que, en el fondo, es teatro puro pero en pantalla.

Es bueno en su oficio, borda el personaje patoso y perdedor que es un histrión al mismo tiempo. En este caso se ha aliado con otro actor mucho más polivalente, John C. Reilly, que alterna la comedia con el drama, y que da vida al doctor Watson mientras que Ferrell se encarga de Holmes. No tiene nada que ver con el personaje tradicional, es una versión desnortada donde todo es sátira y la mencionada cerilla de las carcajadas, producida por el propio Ferrell con dirección de Ethan Cohen. El elenco incluye también a Lauren Lapkus (conocida por el público español por su aparición en ‘Orange is the new black’ y ‘Big Bang Theory’), Rob Brydon, Rebecca Hall, Ralph Fiennes, Hugh Laurie y Kelly MacDonald. Es lo que es: una cerilla perfecta para las Navidades, aunque en España se estrenará en enero.