Los océanos podrían recuperar la vida perdida en tres décadas si se iniciara un proceso general y escalonado de conservación de fondos marinos, masa biológica y vertidos según un macroestudio de 16 universidades coordinadas para intentar poner fecha, plazos y soluciones prácticas para el mayor ecosistema planetario y que más influye en el cambio climático.
El estudio coordinado de 16 universidades y publicado hace unos días en la revista Nature es uno de los más ambiciosos que se han hecho hasta ahora en cuanto a proyecciones de futuro en el cambio climático y sus consecuencias en los océanos. El resultado es que tenemos 30 años como plazo más optimista para recuperar niveles de recuperación. Con el punto de arranque de daño no asumible a partir de los años 70, el grupo entiende que hay planes que se pueden realizar, y ha desarrollado una hoja de ruta en caso de que hubiera acuerdo firme. Uno de los principales autores del estudio es Carlos Duarte, de la King Abdullah University of Science and Technology de Arabia Saudí.
Han bastado dos o tres semanas de confinamiento para que la polución baje en picado, para que los animales se atrevan a adentrarse en las ciudades… Pero es un espejismo: ni el cambio ha sido tan grande ni la Naturaleza volverá a ser lo que era por mucho tiempo que sigamos confinados. La única variación real ha sido el desplome de los niveles de contaminación por razones obvias: sin apenas tráfico rodado, sin vuelos comerciales, con los mares más liberados de tránsito, sin que muchas fábricas funcionen, es lógico que se haya desplomado ese nivel. Pero el ecosistema marino sigue en la misma posición que estaba: en peligro. Y si lo perdemos el daño económico será mucho más grande que el teórico gasto de inversión en conservación.
Llanura de posidonia en el Mediterráneo, un tipo de pradera marina especialmente amenazada
El ciclo del agua en el planeta se basa, según el estudio, en nueve ecosistemas concretos: profundidades marinas, praderas submarinas, megafauna marina, pesquerías, arrecifes de coral, algas, bancos de ostras, marismas y manglares. En cada uno se aplicaría una combinación de seis medidas que incluyen protección de especies, pesca sostenible (que deje tiempo para la reproducción efectiva), restauración de los hábitats, conservación de las áreas marinas, reducción drástica de la polución y mitigación (en lo posible) de los efectos concretos en el mar del cambio climático. Así podrían no volver atrás, pero sí al menos conseguir una sostenibilidad mínima. Porque aunque el daño es grande, es peor aún en los ecosistemas terrestres.
Especial importancia tiene la conservación de la biodiversidad y una reducción paulatina de la pesca hasta que se encuentre el equilibrio entre ciclos biológicos y campañas pesqueras. El cálculo es que un tercio de las especies conocidas están sobreexplotadas. A esto se añade la excesiva eutrofización de las aguas costeras (reciben residuos orgánicos en exceso), la subida de la temperatura (que favorece a determinadas algas y medusas que saturan el hábitat y matan al resto de especies, y el agotamiento del oxígeno, que crea “zonas muertas” en los océanos, en las que la falta de oxígeno no permite la vida.
Y sin embargo, es posible. La capacidad de recuperación de los caladeros y de algunos ecosistemas costeros es notable y ha quedado demostrado que cuando se reduce la presión humana e industrial sobre ellos pueden renovarse. El estudio cita varios ejemplos de megafauna, pero uno es especialmente simbólico: las ballenas jorobadas, cuya ruta de migración de la Antártida a Australia, ahora protegida, ha permitido que se recuperen hasta superar los 40.000 ejemplares en la actualidad en apenas 60 años, ya que a mediados del siglo XX prácticamente habían desaparecido. Precisamente son las actuaciones de esos años, cuando empezó el ecologismo a traducirse en medidas concretas, las que ahora dan resultados.
Basándose en ese efecto a largo plazo, el estudio marca la idea de que sí se puede actuar a 30 años vista, especialmente si se hace de forma masiva y controlada. Los autores ponen el acento en la reducción, imprescindible, de los vertidos al mar de la agricultura intensiva, especialmente dañinos en España, Francia e Italia, donde todo pasa a los mismos canales, desde las aguas fecales y sin depurar de las ciudades al agua de riego intoxicada de productos químicos y fertilizantes. Y por último el ecosistema más delicado y que más difícil sería recuperar: los arrecifes de coral, ya casi condenados a muerte. El estudio indica que serían necesario mucho más de 30 años para conseguir alcanzar un nivel parecido, y puede que ya no se consiga. Estos ecosistemas necesitaron miles de años para florecer, y en tres décadas no hay tiempo para que se recuperen.