No hay lugar de la Tierra donde no germine la vida. Se supone que en el Manto donde el fuego es casi líquido por la presión bien podría ser que no, pero de momento la superficie está más que poblada. La última frontera es la Fosa de las Marianas.
Imaginen un lugar oscuro, helado y sometido a una presión tan desmesurada que incluso los metales pueden deformarse. El lugar más profundo que existe. La Fosa de las Marianas, en el océano Pacífico noroccidental, 2.550 km de herida abierta en la superficie y unos 70 km de máximo de anchura. Es tal el peso del agua y la presión por centímetro cuadrado que es casi imposible que nada mayor que una uña pueda sobrevivir: 1.072 atmósferas. Físicamente imposible para casi todo. Y aún así hay vida. Por dar una imagen final, esa fosa (la mayor hendidura sobre la superficie terrestre conocida) es el Everest invertido; no, más de ser una montaña superaría en altura al gigante himalayo. Tiene una profundidad de 11.034 metros desde la superficie del mar y podría ser una de las zonas de subducción tectónica entre la placa de las Marianas y la del Pacífico.
Es un ambiente tan hostil que podría catalogarse de alienígena. Hay planetas con menos presión atmosférica y gravitatoria que las Marianas, pero incluso en esas condiciones han encontrado vida los investigadores japoneses de la Japan Agency for Marine-Earth Science and Technology (JAMSTEC). Concretamente bacterias microscópicas heterótrofas y que ocupan la parte más profunda. La investigación, publicada en la revista Proceedings, es una demostración de que los nichos de la vida son inagotables. Ya se conocía la existencia de vida cerca de las chimeneas volcánicas submarinas, muchas de las cuales están a miles de metros de profundidad en las dorsales donde se unen o chocan las placas tectónicas. Pero los miembros del JAMSTEC han ido un poco más allá, ya que esto puede ayudar en la búsqueda de vida en otros planetas al trazar nuevos escenarios biológicamente sostenibles.
Usaron un dron submarino (ROV) provisto de detectores más finos que una simple cámara de televisión que puede no captar todo lo que debería; los nuevos sensores estaban preparados para encontrar vida microscópica. Y ha funcionado. A cada nivel se inmersión la vida cambiaba: desde el fitoplancton de las zonas donde la luz solar todavía llega hasta las zonas abisales. Estas franjas de océano se consideran relativamente “muertas”, ya que no hay luz, y por lo tanto no hay nutrientes. El frío y la oscuridad limitan mucho la actividad. Porque estamos hablando de una zona todavía más profunda que esa en la que viven los peces y formas de vida tan peculiares que quitan el sueño que todos conocemos.
Mapa topográfico de la Fosa de las Marianas
Por debajo de ese cinturón final de vida en la oscuridad repleto de calamares gigantes y peces monstruosos está otro nicho ecológico de quimiolitotrofos que convierten el amoníaco o el azufre en nutrientes. La fase siguiente son los heterótrofos descubiertos, que no fijan las moléculas de carbono y deben usar compuestos externos. Resulta que en la profundidad sí que hay nutrientes, más incluso que en las capas intermedias, y que estas bacterias los aprovechan. Síntesis: esos nutrientes son ten realidad material fecal o pequeños cadáveres que caen desde las capas altas del océano. También hay movimientos en el suelo marino (terremotos, deslizamientos) que liberan otro tipo de nutrientes que pueden ser aprovechados. Todo esto convierte a la Fosa de las Marianas en algo parecido a un pozo estancado. Un tesoro biológico.
La fosa más profunda y el reto de llegar al fondo
El conocimiento de la existencia de la fosa de las Marianas data del siglo XIX, incluso de antes. Los marineros ya la conocían antes incluso de que los primeros submarinos se acercaran. El primero sondeo es de 1870, limitado a la longitud del cable usado en la medición y a que el peso debió de impactar con algún saliente de las paredes de la fosa, ya que sólo midió 8 km de profundidad. Dos años más tarde la fragata británica Challenger volvió a medir una profundidad parecida, y bautizó la parte más profunda, el Abismo Challenger. En 1951 las nuevas tecnologías permitieron ir un poco más allá: se usaron sónares y la profundidad aumentó hasta los 11.012 metros, más ajustada a la realidad. En 1957 los soviéticos calcularon 10.934 metros. Y en 1962 otra expedición la cifró en 10.915 metros.
El primero ser humano que descendió, al menos reconocido y que regresó de la oscuridad de la fosa, fue Jacques Piccard, que descendió con el batiscafo Trieste junto a Don Walsh. La nave era experimental, diseñada por Auguste Piccard (padre de Jacques), un proyecto franco-estadounidense que se interesó en el extremo suroccidental (zona de la isla de Guam) de la fosa. Midieron 11.034 metros en el Abismo Challenger. Lo que encontraron por el camino abrió una nueva era en la oceanografía y la biología. Para empezar encontraron un calamar gigante y varias especies de peces desconocidas hasta entonces. Y más abajo, casi en el fondo, varios tipos de vida microscópicas de las que tampoco se tenía conocimiento. Fue el anticipo de lo que han encontrado los japoneses. En 2012, el director de cine y explorador James Cameron emuló a Piccard y Walsh llegó a las profundidades de la fosa a bordo del DeepSea Challenger.