Antonio Altarriba y Keko Godoy han unido armas y talentos para ‘Yo, asesino’, una de las mejores novelas gráficas de este año con firma española.

La mejor manera de presentar ‘Yo, asesino’, es una pequeña sinopsis que haga de cuña. El personaje es Enrique Rodríguez, un profesor de Historia del Arte en la Universidad del País Vasco de 53 años, en la cima de su carrera y una de las grandes figuras de su campo que, además de la vida diaria de envidias, estudios y clases magistrales tiene una peculiar afición: el asesinato como forma de arte, algo que cada vez le quita más tiempo y le llena de más placer y pasión. Enrique aprovecha convenciones y compromisos académicos para cometer asesinatos motivados sólo por fines estéticos, donde cada uno es una obra de arte inspirada en una técnica concreta.

Con semejante apertura uno puede imaginar cómo es el resto de una obra escrita por Antonio Altarriba, Premio Nacional del Cómic 2010 por ‘El arte de volar’ y el dibujante Keko Godoy, que practican el mismo juego de violar fronteras morales que muchos otros han practicado durante siglos en la literatura o el cine. Un buen ejemplo es ‘Asesinos SA’ de Jack London, pero también la mayor parte de los grandes villanos del mundo de las letras. Pongan a un profesor Moriarty en la memoria, malvado porque puede serlo además de por la simple codicia material. La novela gráfica (Norma Editorial, cartoné, 136 páginas, 19,90 euros) es en blanco y negro, con muchos juegos de sombras y la inclusión del rojo como contrapunto que fue una pequeña imposición de la edición francesa que, en realidad, ayuda mucho a esta obra. Godoy es de sombrero en la mano y reverencia, y da forma a las paranoias de Altarriba.

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Juntos crean a este profesor de nombre común con aficiones nada comunes y que igual mata a un transeúnte anónimo en Madrid entre una charla y otra de un simposio como que se recrea eligiendo víctimas. Una historia que primero vio la luz en Francia (esa Meca del cómic) con la editorial Denoël y que fue consagrada con el Gran Premio de la Crítica de 2015 en el país vecino. Estarán también en el próximo Festival de Angulema (el más importante de Europa), donde compiten también con esta obra. Un honor poco habitual para extranjeros pero que demuestra que los franceses sí saben ver y detectar el talento ibérico que, sólo ahora, empieza a hacerse hueco en España. Nuestro país siempre maltrató el cómic, industrializado en el franquismo con el tebeo pero que tiene muchísimo talento y que gana puntos artísticos y espacios en las librerías.

‘Yo, asesino’ no deja de ser un experimento nietzschiano: el superhombre, la libertad absoluta llevada al punto demagógico de siempre que permite a un individuo pasar por encima de las leyes morales escritas y no escritas de toda sociedad y elegir quién debe vivir y quién no. Tiene mucho también de homenaje a ese subgénero negro que es el psycho killer que tanto éxito ha tenido en cine y televisión, ese criminal que lo es porque su mente no está bien o que directamente, como opina una parte de la filosofía, “hace lo que hace porque puede hacerlo”. El mal no necesita justificaciones, se justifica a sí mismo. Es una afirmación muy peligrosa, pero no deja de ser verídica.

El crimen como consecuencia de la codicia o la lujuria, ya sea de dinero, poder o sexo, es el arquetipo clásico que fue acunado por la primera oleada de la serie negra. Pero ahora, en este mundo donde lo psicológico gana peso poco a poco, el asesino también es ese Moriarty que simplemente sigue adelante por su propia naturaleza perversa. Es curioso que el psycho killer, perfectamente dibujado por Hitchcock en ‘Psicosis’ por primera vez (creando un arquetipo que muchos han seguido a pies juntillas desde entonces), haya crecido justo en el tiempo de la blancura social. Esa doblez entre lo correcto y el crimen queda también retratado por Altarriba y Godoy en el personaje de Rodríguez: la doblez de quien se escandaliza por los asesinatos de ETA pero que no muestra empatía humana alguna cuando mata él. Y que Altarriba, profesor universitario también, vivió en parte. El conflicto vasco tiene cierto peso, pero la verdadera línea argumental es ese arte de matar llevado al extremo.

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