El primer telescopio espacial, que revolucionó la forma en la que la astronomía concibe el Universo y nos ha permitido ver más allá de filtros y contaminaciones atmosféricas, cumple 25 años a la espera de que el futuro telescopio Webb lo sustituya.
Un cuarto de siglo de vida lleno de problemas: ya desde el principio tuvo defectos en la óptica que lo limitaron. Pero eso no acortó sus opciones y su potencial. Por fin la Humanidad tenía un “ojo cósmico” fuera de la atmósfera, que filtra, intoxica y limita la capacidad de los telescopios para observar más y mejor. Pero el Hubble solucionó de un plumazo ese problema: estaría fijo en el vacío, sin límites, mirando más profundo y lejos de lo que ningún otro podría. Y las imágenes y datos recabados cambiaron para siempre nuestra comprensión del espacio, desde las estrellas más lejanas a las supernovas, exoplanetas y cometas. Muchas de sus imágenes pasarían luego a ser de domino público, con lo que la labor de divulgación se hacía todavía más importante. Casi más incluso que el rol científico: en la opinión pública, seducida por los ojos, hubo un antes y un después.
Todo comenzó cuando la NASA y la ESA (Agencia Espacial Europea) unieron fuerzas para construir el Hubble. Fue de las primeras veces en las que colaboraron, sentando las bases para una relación política y científica vital para la ciencia. Se le llamó así en honor al astrónomo Edwin Hubble (1889-1953), que determinó la existencia de las galaxias como algo mucho más habitual: la Vía Láctea no estaba sola. En 1977 el Congreso de EEUU (que reparte el dinero de la República) aprobó los fondos para la construcción del telescopio espacial, que no culminaría hasta 1985. El mensaje que se transmitió a los políticos fue que un telescopio fuera del planeta tendría un 100% más de nitidez y que llegaría mucho más lejos. Sobre todo porque, a diferencia de los telescopios tradicionales, puede “ver” en ultravioleta e infrarrojo. Pero como dijimos al principio, no fue una historia de éxito total.
El accidente del Challenger en 1986 retrasó la puesta en órbita del Hubble. A la NASA le entraron miedos, dudas, entró en pánico y durante mucho tiempo se paralizó todo. Hubo que esperar nada menos que cuatro años, hasta 1990, para que lanzaran el Hubble en el transbordador Discovery. Por fin. Ya estaba hecho. ¿O no? Pues no: un defecto de diseño de las lentes ópticas básicas hacía que todo lo que captaba el Hubble estuviera borroso. Se oyeron pataletas, cristales rotos y cientos de millones tirados por la ventana. El espejo principal estaba mal construido. En las agencias tocaron a rebato: había que arreglarlo, no se podía tirar a la basura 2.000 millones de dólares y años de trabajo. El mensaje fue claro: hay que arreglarlo sí o sí. La factura final del Hubble llegó a los 10.000 millones de dólares. Sólo decirlo asusta.
Astronautas reparando el Hubble
Se lanzó otra misión tripulada con un solo objetivo: alcanzar la órbita cercana del Hubble y repararlo por las bravas. Como si estuviera en la Tierra. Pero entonces llegó otro problema, esta vez logístico: sustituir un espejo por otro era algo descabellado, muy complicado y complejo. Así que la NASA actuó como si fuera un oftalmólogo. El Hubble veía borroso, como un miope, así que simplemente se le pusieron unas “gafas”, metáfora que hizo escuela en la agencia. Aún así fue una de las misiones más complicadas nunca realizadas por astronautas. Tardaron casi cuatro años en fabricar las nuevas lentes complementarias y en colocarlas. No fue la última vez: el Hubble necesitaba mantenimiento.
Hubo misiones en 1997, 1999, 2002 y 2009 para asegurarse de que todo estaba bien, colocar nueva tecnología para alargar la vida del telescopio o asegurarse de que todo iba bien. Todo el proceso fue filmado, fotografiado y difundido: la NASA quería hacer ver a la población de todo el mundo que aunque cometiera errores podían arreglarlos. Se usó como material de publicidad de primera: astronautas flotando alrededor del Hubble arreglándolo. Todo controlado desde la sede central de la misión en Baltimore, donde 15 de los técnicos son europeos (el 15% del presupuesto sale de las arcas de la ESA). Desde allí se hicieron las maravillas.
Pero el final fue triste. El Hubble sigue ahí, funcionando “al ralentí”, es decir, que sigue vigente pero no es el eje de trabajo a la espera de que el nuevo telescopio James Webb empiece a trabajar en 2018. En 2011 se decidió jubilarlo por una sencilla razón: los transbordadores ya no estaban operativos y las misiones tripuladas serían una pesadilla antes de que la nueva generación de módulos (como los de SpaceX) empezaran a funcionar. Se le mantiene en órbita hasta 2020, para que sirve de enlace con el James Webb, que estará mucho más lejos de la Tierra y con una mirada mucho más profunda. Sin embargo el Hubble ha dado buena cuenta de su existencia: multiplicó la capacidad de observación más allá de lo normal, fue capaz de detectar los agujeros negros supermasivos en el centro de las galaxias, ayudó a cimentar la caza y captura de exoplanetas, determinando por observación la composición de sus atmósferas y dimensiones. Es más: la primera foto de uno de ellos es del Hubble.
Imágenes tomadas por el Hubble
Pero el gran servicio fue el descubrimiento de la energía oscura. Gracias a las observaciones del Hubble se pudo determinar que el Universo se aceleraba en su expansión por culpa de algo que repelía la materia entre sí. De las deducciones se llegó a la energía oscura. A partir de ahí el Hubble trabajó para determinar la composición del Universo mismo. El famoso diagrama de composición se lo debemos al telescopio: 73% de energía oscura, 23% de energía oscura y apenas un 4% de materia visible (estrellas, galaxias, planetas, cometas, nosotros… somos poca cosa en el gran vacío). Fue capaz incluso de ver el origen mismo del Universo, acercándose a cuando apenas tenía 1.000 millones de años (porque el cosmos es espacio pero también tiempo, y cuando más profundo se ve en el vacío, más cercano se está al principio del punto espacio temporal del origen).
El resultado tiene muchas caras: millones de teras de datos, miles de fotografías, descubrimientos, revoluciones en la Astrofísica y la Astronomía, 10.000 millones de dólares a los que habrá que sumar los casi 9.000 de su heredero James Webb (antes incluso de ser lanzado y que, estiman, tendrá 10 años de vida útil, menos que el Hubble, también porque es mucho más complejo)… pero valió la pena. Mucho además. El conocimiento no tiene precio.
Estructura del Hubble y fotografías