Tal y como había calculado la Agencia Espacial Europea (ESA), el módulo Philae ha dado señales de vida a la Tierra una vez que el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko se ha acercado al Sol lo suficiente como para que se recarguen las baterías parcialmente.
Durante siete meses Philae ha permanecido en ese estado de hibernación en el que se quedan las televisiones cuando usted las apaga. Quizás mucho peor: no había ni pilotito rojo que avisara de que estaba en línea para encenderse en cualquier momento. Su hibernación fue total después de que las placas solares no fueran capaces de cargar suficiente energía solar como para recargar las baterías. La sonda Rosetta, que transportó a Philae hasta el cometa, orbita el mismo a la espera de que su socio tecnológico se ponga en marcha de nuevo y pueda seguir con la misión. Fue anoche cuando Rosetta avisó de que “el pequeño” volvía a la vida.
La emisión de una señal corta de apenas unas decenas de segundos a Rosetta (y de ahí a la Tierra) avisa de que en efecto se ha reactivado, que las baterías tienen suficiente carga y que el módulo ha podido resistir las condiciones climáticas y ambientales del 67P, que viaja en dirección al Sol a gran velocidad. Fue el pasado 12 de noviembre cuando se posó en la superficie, un hito histórico de la exploración espacial. Durante 57 horas emitió información y usó el instrumental que funcionaba o podía usar para no desestabilizarse para enviar información a la Tierra. Pero estaba en la zona oscura del cometa, es decir, no le llegaba suficiente luz solar. Ahora, siete meses de viaje después, ya recibe energía, ha recargado y se prepara para seguir adelante.
Imagen de la ESA en la que se puede ver, por reconstrucción fotográfica (desde la Rosetta) la parte superior de Philae en el cometa
A Philae le dio tiempo a trabajar: perforó la superficie para tomar muestras, colocó un termómetro fijo y envió datos inéditos hasta ahora hacia las estaciones de la ESA durante lo que se denomina “Primera Secuencia”, es decir, la primera parte de su misión. El contacto se perdió a las 1.36 horas (franja continental europea), un poco antes de que Rosetta pasara al otro lado de su órbita (por debajo del horizonte) y no fuera posible establecer comunicación. Accidentes aparte, y pequeños fallos, finalmente se trata de un suceso único. A nadie se le escapa las posibilidades no sólo teóricas sino prácticas: Marte está más cerca ahora porque la tecnología usada puede aplicarse a muchas campos de la exploración espacial. La ESA se jugaba mucho: cerca de 1.400 millones de euros, su prestigio y las opciones de poder desarrollar tecnología aplicable a otras misiones futuras. Eso sin contar con el avance en el estudio teórico del origen del Sistema Solar y de la vida en la Tierra.
El 67P/Churyumov-Gerasimenko no es un planeta, es un cuerpo celeste que se mueve a una velocidad endiablada (55.000 km por hora) a 500 millones de km de distancia de la Tierra. La misión empezó hace diez años, 20 si se tiene en cuenta el primer momento en el que brotó la idea. Pero el aterrizaje fue múltiple y accidentado: rebotó dos veces antes de posarse una tercera y final, pero lo hizo en un plano inclinado (peligroso), y además los arpones que debían anclarla con firmeza al suelo no funcionaron. Philae se sostiene pues por los taladros de sujeción de sus patas. Se temió incluso que el taladro científico que tenía que excavar en la superficie pudiera incluso desequilibrar la sonda y lanzarla al espacio dada la baja gravedad de un cometa que, en realidad, tiene el tamaño del centro de Los Ángeles y que es tremendamente irregular, con forma de pato de goma.
Diez años de misión
Atrás queda mucho trabajo. Una década de tiempo, 6.400 millones de km después y toda la Agencia Espacial Europea (ESA) conteniendo la respiración para que la inversión finalizara con éxito. La gran sonda Rosetta, que albergaba a la pequeña Philae, enviaba el 20 de enero la señal de que empezaba a descender con éxito. Desde entonces se trató de múltiples giros para llegar al 67P, un tipo de cuerpo celeste que podría ser, incluso, el origen de la vida en la Tierra. Dará información, además, de cómo se formó nuestro planeta y el propio Sistema Solar, ya que los cometas son supervivientes fallidos de aquella época. Ayudará a dar respuestas sobre si la teoría de que la vida llegó a la Tierra gracias al impacto de uno de estos cometas donde estaban los compuestos necesarios. Porque los cometas de hoy son los mismos de hace 4.000 millones de años, sin cambios, es decir, justo en el momento en el que la Tierra empezó a ser un planeta.
La Rosetta rompe un techo más de la astronomía y la exploración espacial: ser capaz de orbitar un cometa para poder analizarlo a fondo. Una misión de una década en la que la Rosetta ya estudió los asteroides Steins (2008) y Lutetia (2010) antes de volver a apagarse y reiniciarse en enero de este año. La sonda Philae será vital para poder entender mucho mejor qué es un cometa, de qué se compone (aunque hay muchas clases y puede variar muchos) y cómo se comporta. Por ejemplo el 67P es un auténtico carámbano congelado, ya que viaja con una temperatura media de -70º. La Rosetta, con los espectrómetros que lleva abordo, ha podido determinar que sin embargo esta temperatura es demasiado alta para ser una bala de hielo. A más hielo más agua, y a más agua más intrigante el papel de los cometas en el origen de la vida.