SpaceX (contracción de Space Exploration Technologies) ya tiene a punto el modelo con pasajeros del Dragon, el carguero espacial no tripulado que será vital para la NASA en el futuro. 

No sólo para la agencia americana ya que el Dragon será usado como transporte de conexión con la Estación Espacial Internacional (ISS) y que podrá “alquilarse” para las agencias, empresas y gobiernos que paguen su precio. La versión actualizada y que podría llevar pasajeros está lista para que de aquí a un par de años pueda plantearse su uso. La gran ventaja del Dragon es que funciona como un transbordador: sale del planeta con cohetes externos pero aterriza gracias a sus propios retrocohetes y sistemas de soporte que la asemejan a una nave espacial digna de una película de ciencia-ficción.

El fundador de SpaceX es Elon Musk, dueño también (sirva de apunte) de Tesla Motors, una de las principales empresas de automación únicamente eléctrica (sin hidrocarburos) del mundo. Según Musk, “se podrá aterrizar en cualquier lugar de la Tierra con la precisión de un helicóptero. Así es como una nave espacial del siglo XXI debe aterrizar”. La versión no tripulada ya es usada por la NASA para hacer de puente con la ISS. El Dragon es lanzado además con cohetes propios de la empresa, los Falcon 9, y es uno de los únicos tres modelos de nave privada que compiten por el gran y goloso regalo que supondría un contrato final con la NASA. Actualmente SpaceX ya tiene un contrato 1.600 millones de dólares para 12 misiones de reabastecimiento de la estación. Se espera que la agencia americana seleccione un modelo final de “taxi espacial” antes de octubre de este año.

Elon Musk junto a la nave Dragon en la presentación

Fue el propio Musk en su sede de California el que demostró cómo es para un ser humano entrar: un asiento de piloto frente a un panel de control mucho más avanzado y con un diseño más depurado que no se parece al aspecto casi de garaje que suelen tener muchas de las construcciones de la NASA, que es sobre todo un agencia práctica y espartana con los detalles, porque lo que importa es el objetivo final. La cabina del Dragon tripulado tiene capacidad para siete personas. La idea de Musk y de la NASA es no volver a depender más de Rusia para el envío de tripulaciones a la ISS antes de 2017.

Las razones son varias: EEUU cerró su programa de transbordadores y se quedó sin capacidad de vuelo, algo que Rusia ha aprovechado con el alquiler de sus cohetes y naves a un precio a veces abusivo. Además hay un componente político: que la NASA dependa de Roscosmos, la agencia rusa, que ha tenido graves problemas logísticos en los últimos años (tres accidentes de sus sondas incluidos) y cuyo gobierno está enfrentado al de EEUU es un problema. Con la financiación privada y la supervisión pública se combinan ambos lados de la economía para ahorrar costes y llegar más lejos.

De momento la NASA es ambiciosa y pone su horizonte en 2016 para poner en marcha todo el nuevo sistema de vehículos espaciales con un mismo tipo de estructura que puede ser tanto autónomo y no tripulado como tripulado. La idea de SpaceX es reducir costes (vital para continuar con la exploración espacial) para poder llegar más lejos, reutilizar las naves e incluso los cohetes Falcon 9, vital para reducir la factura y poder hacer más misiones. Según la NASA, la apuesta es crear un sistema logístico a largo plazo que rompa ese círculo vicioso de diseños a corto plazo que encarece y evita que la astronomía progrese.

Siguiente proyecto de SpaceX: el Falcon Heavy para llegar a Marte

La exitosa empresa privada SpaceX anunció el 5 de abril de 2011 que se dispone a poner en marcha el desarrollo de su próximo proyecto espa­cial: un cohete, basado en su actual Falcon 9, que se con­vertirá en el vector más po­tente del mundo. De hecho, el Falcon Heavy será el cohete desechable más potente de la historia, si descontamos al Saturno-V estadounidense y los soviéticos N-1 y Ener­giya. Además, podrá colocar más carga hacia el espacio que cualquier otro vehículo disponible. Según la empresa, el cohete será capaz de llevar a cabo un viaje de ida y vuelta al Planeta Rojo y traer muestras a la Tierra. El Gobierno estadounidense ha hecho especial hincapié en asociarse con la empresa privada para desarrollar la tecnología necesaria para em­prender una nueva conquista espacial, que tiene como objetivo llegar a un asteroide en 2025 y a Marte en 2030.

El Falcon Heavy tendrá un aspecto parecido al actual Falcon 9, pero añadirá dos etapas de propulsión la­terales con las mismas pres­taciones de la primera fase de este último. Esto quiere decir que, durante el lanzamiento, se encenderán un total de 27 motores Merlin mejorados, que proporcionarán la poten­cia necesaria para impulsar hasta 53 toneladas métricas en dirección a una órbita baja. Esta cifra duplica la del actual cohete Delta-4 Heavy, usado para lanzar pesados satéli­tes militares. Para que nos hagamos una idea, 53 tone­ladas es equivalente a enviar al espacio a un avión Boeing 737-200, con su combustible y 136 pasajeros. El Saturno-V lanzó 100 toneladas durante el programa Apolo. Porque la realidad terrestre se impone en el espacio. Ya no son los años de la abundancia de los 50 y 60, ni la apuesta cien­tífica de los 80 y 90, ahora son otros tiempos. Se abre un siglo XXI donde ya no es una hazaña mandar a alguien fuera, ni enviar máquinas a Marte, sino hacer cuadrar las cuentas. Es lo que hay, pero la ciencia no se rinde nunca. El Falcon y Space X son una prueba.