Como parte de la exposición que el Museo del Prado ha organizado sobre El Bosco (única en el mundo por su amplitud) la institución ha creado la videoinstalación ‘El jardín infinito’ donde su cuadro ‘El Jardín de las Delicias’ es proyectado en pantallas de forma continua.
La sala C del museo alberga esta pieza de Álvaro Perdices (artista), Andrés Sanz (director de cine), Javier Adán y Santiago Rapallo (músicos), una creación conjunta para poder ver uno de los cuadros más enigmáticos de El Bosco desde una nueva perspectiva: el visitante entra en el cuadro y lo recorre por dentro, a su alrededor cobra vida y detalle por detalle permite conocer más de cerca la obra. La música es la que se encarga de culminar la atmósfera envolvente para que el espectador pueda ir un poco más allá de la clásica obseravción de los cuadros que forma parte de esta exposición abierta hasta el 11 de septiembre y que ya ha superado los 150.000 visitantes.
La videoinstalación necesita 18 proyectores, 16 pistas de sonido y 75 minutos de imágenes para poder hacerse realidad en las paredes de la sala, que tienen casi 20 metros de largo por seis de alto para poder crear una cúpula visual sobre el visitante. Y no hay rincón del imaginario de ‘El Jardín de las Delicias’ que no haya sido multiplicado para su completa visión. Las fotografías y grabaciones de alta resolución de la obra han permitido a los creadores acercarse hasta casi el milímetro a cada personaje, bestia, quimera o invención de la mente de El Bosco. Así el espectador se aleja de la bidimensionalidad ya clásica para intentar que El Prado tenga una nueva vida contemporánea, darle la vuelta a un cuadro ya legendario y poder hacer de imán sobre la exposición.
La exposición (hasta el 11 de septiembre) se dividirá en cinco secciones de carácter temático a las que se añade una sexta sección dedicada a los dibujos. Como introducción, se situará al pintor y a su obra en su ciudad natal junto a los otros artistas de su época como Alart du Hameel o Adriaen van Wessel. La última sección, denominada ‘Después del Bosco’, la formarán obras en las que se evidencian la influencia que el pintor ejerció tras su muerte a lo largo del siglo XVI. Todo el catálogo de obras incluye pinturas, miniaturas, dibujos, entalladuras, grabados a buril, en los que se representan algunos de los temas abordados por él, bien como antecedente, en paralelo y en algún caso como fuente, a fin de que se puede llegar a comprender mejor el trasfondo en el que se gestaron las pinturas del Bosco o la personalidad de alguno de sus comitentes como Engelberto II de Nassau.
Detalle de la parte superior de ‘El Jardín de las Delicias’
Se trata de eso, averiguar quién era Hyeronimus van Aeken, El Bosco para los siglos que le siguieron, extraño, bizarro, adelantado de su tiempo pero también un antiguo entre modernos, pintor, dibujante y grabador que creó mundos imposibles capaces de subyugar a miles de personas 500 años después de hacerlo en su tiempo. Cuenta la leyenda que en los últimos años de vida Felipe II, enclaustrado en el monasterio de San Lorenzo del Escorial, observaba enfebrecido los cuadros de El Bosco que poseía como si fueran llaves místicas hacia el Paraíso y la divinidad. El rey que era emperador sin serlo oficialmente era un ultracatólico místico como ha habido pocos, defensor de la Fe y un esotérico que gastó fortunas en alquimistas, oráculos y todo tipo de teólogos para esa obsesión. En el camino descubrió la obra de El Bosco (fallecido mucho antes), y la atesoró, coleccionó, diseccionó y poseyó como un paranoico obseso imbuido de ese espíritu irreal, fantasioso, moralizante, épico, milagroso, místico, excesivo, desubicado del mundo y del tiempo.
El Bosco fue una rara avis a todas luces, un superviviente de tiempos antiguos que no encajaba en los nuevos tiempos. Su obra era para el Renacimiento lo que un motor de vapor para un superdeportivo moderno: una incongruencia inútil. No ejercía las técnicas renacentistas, no buscaba proyecciones, ni dar forma. Fue el último de los góticos cuando ya nadie ansiaba serlo, y su mundo era un oasis simbólico, místico y espiritual que ya no casaba con el nuevo modelo cultural y humano. Fue un ser totalmente incrustado en la psique medieval que usaba su pintura como espejos moralizantes que ansiaban valores y virtudes divinas en un mundo gris y grotesco, lejos, muy lejos, de la modernidad del modelo renacentista de luz, color, forma, racionalidad y humanismo. La Humanidad es pecadora, y sólo a través de la elevación de los valores prístinos puede encontrar el camino de elevación. Pero es que lo mejor de ese camino es el propio arte: sus cuadros propios de alucinación.
Detalles de obras de El Bosco (de izquierda a derecha): tormentos del infierno, una de las escenas del paraíso y finalmente otra escena de ‘El Juicio Final’
El suyo fue otro culto humano, el de ese otro lado que durante mil años había sido la vara de medir en tiempos oscuros: Dios, la religión, la mística, la simbología, los trucos, los juegos de apariencias, como si sus cuadros fueran como esos frescos vivos que daban forma a las iglesias y catedrales para que el pueblo “leyera” en la piedra con imágenes. Eso fue El Bosco: un dinosaurio rodeado de nuevos mamíferos que todavía no sabía que se había extinguido. Y sin embargo no fue eso tampoco. Si hoy en día hay turistas que viajan cientos de km para poder ver esos cuadros es por algo. Es porque su estilo y su universo artístico e icónico ha conectado con esa otra parte de lo contemporáneo, el de la épica, la fantasía y el revival continuo que sufre nuestra civilización occidental con su pasado medieval.
A un artista como El Bosco, tan legendario como conocido por el gran público (mucha gente reconoce sus obras incluso de lejos entre otros parecidos, quizás con la excepción de Brueghel el Viejo), hay que ponerlo en su contexto, cierto, pero también hay que proyectarle y conectarle con nuestro tiempo para saber qué podemos extraer de él más allá de lo meramente educativo. Es un buen ejercicio de proyección, sea realista o no. Estéticamente El Bosco fue un producto de la escuela flamenca del gótico tardío, que todavía tendría influencia y peso en la pintura flamenca del siglo XVI y XVII en cuanto a texturas, color y tonos. Pintaba directamente, corrigiendo quizás sobre la marcha, pero antes de eso trazaba un plan concienzudo de lo que iba a hacer.
También desarrolló colores y tonalidades especiales que superaron a los de sus contemporáneos. El arte medieval de la fase final de este periodo tuvo una tendencia cada vez más marcada por el realismo formal dentro de la temática religiosa. Fue una anomalía en esa tendencia: estéticamente asumió parámetros góticos y medievales y a partir de formas algo más realistas planteó una obra simbólica sin atisbo de realismo. Sus pinturas están plagadas de lo grotesco, como una conexión del mundo de ‘Gargantúa y Pantagruel’; la fealdad, lo grotesco e infernal, el humor negro y cruel, sarcástico, persiste en una era en la que todos tienden hacia el hedonismo y la alegría de vivir, la nueva era en la que la cruz y la Fe ya no son la vara de medir, sino el ser humano.
El tríptico de ‘El Jardín de las Delicias’ al completo
El Bosco es un moralizador que alerta de los vicios y pecados a través de monstruos y fealdades (un formato llamado “drollerie”, surgido en los libros ilustrados monacales y que él los lleva a la pintura), proyecta imágenes celestiales tan fantásticas que son incluso más irreales que las canónicas, y de hecho no tienen nada que ver con los usos de representación de la Iglesia. Sus santos son casi caricaturas endebles que generan compasión. Porque si el santo sufre, el pobre creyente común más todavía. Todo el bestiario medieval es parte de sus recursos, incluso inventando nuevos seres surgidos de su imaginación.
El primer paso fue tirar de tradición, pero el segundo fue crear toda una fauna y flora nueva a partir de su imaginación. La cima absoluta será el tríptico del ‘Jardín de las Delicias’, donde Cielo, Infierno y quizás Purgatorio son representados a su manera, la cumbre absoluta de su estética y letra moral. Nunca antes un artista (y quizás mucho después, hasta Dalí) alcanzó ese punto de fantasía descarrilada, libre y absoluta, fuera del tiempo, del mundo. Y todo tiene un mensaje: cada escena, criatura o personaje son representación de proverbios morales de su época, una era de cambio absoluto en Europa. Lo dicho, un último mohicano en toda regla.