Puñalada trapera del tiempo y la economía al cine de animación: el legendario Studio Ghibli japonés fundado por Hayao Miyazaki podría echar el cierre.
Ni comunicado oficial ni noticias muy halagüeñas. Durante una entrevista en los medios japoneses el actual responsable de Studio Ghibli, Toshio Suzuki, anunció que la compañía podría cerrar su línea de producción de contenidos y dedicarse simplemente a gestionar los derechos de las marcas registradas generadas por el estudio, esto es, toda la carrera de Miyazaki (sus películas y series) más el resto del trabajo producido en paralelo al maestro Hayao. El cierre quizás no sea definitivo, sino temporal para al mismo tiempo reestructurar la propia empresa una vez que el fundador se ha retirado. Resumen: despedir gente, abaratar costes y usar “freelances” contratados ex profeso para un proyecto y no plantillas dedicadas en cuerpo y alma.
Sin duda alguna la retirada de Miyazaki tras ‘El viento se levanta’, su última película (2013, estrenada este año en España), ha sido la puntilla a un estudio que trabajaba siempre como un enjambre alrededor de Miyazaki, que impuso un estándar de producción de alta calidad que suponía mucha inversión y volumen de trabajo, lo que dio como resultado una larga lista de películas únicas como ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Mi vecino Totoro’, por poner un par de ejemplos. Al reducir plantilla el Studio Ghibli vuelve a la fase inicial antes de la explosión Miyazaki, cuando se creó para poder aprovecharse del auge espectacular de los 80 del anime (animación japonesa). Pero esa vuelta a los orígenes esconde un recorte de plantilla para reducir costes ante la ausencia del alma del estudio y la previsible caída de ingresos.
Hayao Miyazaki
El estudio nació de la mano de Miyazaki en 1985 (junto a Isao Takahata) gracias, en parte, a su primer éxito, ‘Nausicaä del Valle del Viento’ (1984), en el que compartió mesa de trabajo artesanal con muchos otros creadores que se arremolinaron bajo las alas del maestro. El nombre es clave: escogió de la palabra italiana que define el viento del desierto y que se usó para nombrar a un tipo de avión, una fuerza de renovación y cambio que es la mejor metáfora de la labor de este estudio y del propio Miyazaki, que desde Occidente podría parecer un creador de anime más, pero en realidad es uno de los revolucionarios que lanzaron el arte japonés a un nivel superior en cuanto a valores, profundidad y gusto estético.
Fue con este estudio con el que desarrollaría toda su carrera, organizado por y para Miyazaki y con el que redefinió el anime japonés y el propio cómic nipón. Le dio una vida paralela al éxtasis de violencia y movimientos imposibles que surgieron alrededor de otros éxitos de los 80 como ‘Akira’, por poner el ejemplo más característico. En Nausicaä ya estaban presentes los puntos básicos de Miyazaki que definirían al Studio Ghibli: fantasía desbordante que sin embargo tiene una gran coherencia interna, un amor inmenso por la aviación (otro punto de fuga que le hace tan peculiar y heredado de su infancia), ecologismo y lamento por los desmanes humanos, respeto por el propio espíritu de superación del ser humano, personajes que se superan a lo largo de la obra, pacifismo nada disimulado y un sutil feminismo representado en (casi) todos los personajes principales, que son niñas, chicas o mujeres dispuestas a todo por vencer y solucionar la trama.
Ideología pacifista y ecologista como en muchos niños japoneses que sufrieron la guerra y la posguerra y que pasaron de un mundo muy convencional a otro ultratecnificado. Miyazaki forma parte de esa generación nacida con los bombardeos, de infancias llenas de sacrificios pero que vieron en su madurez un Japón fuerte y tecnificado. En sus obras la crítica a los desmanes del capitalismo también son sutiles pero activas, y eso lo enlaza con otros valores humanistas. Si bien el pacifismo no es algo novedoso en un país marcado a fuego por la guerra y el horror nuclear, el ecologismo es un valor relativamente moderno pero que se enlaza a la perfección con los viejos mitos sintoístas de la cultura japonesa (muy visibles en ‘Mi vecino Totoro’, ‘La princesa Mononoke’ y ‘El viaje de Chihiro’) en los que la naturaleza tiene una dimensión divina. El agua cobra una fuerza enorme como el vehículo de la divinidad, una conexión con el mundo espiritual desde el terrenal (algo muy obvio en ‘El viaje de Chihiro’ o ‘Ponyo en el acantilado’). En todas estas películas se remarca la idea de que la humanidad rompe su acuerdo con la naturaleza y son los protagonistas los que recomponen ese equilibrio.