El mismo día en el que la NASA conmemoraba los 58 años del lanzamiento de su primera nave espacial, el presidente Barack Obama hacía público el objetivo más importante de la agencia para Marte: una misión tripulada para 2030, mucho antes de lo que pretenden inversores privados como Elon Musk.

El sector público siempre ha sido más precavido que el privado a la hora de proyectar. Quizás por eso han sido más sus éxitos. Una vez dominada la Luna, y luego abandonada (aunque hay proyectos muy serios de volver a ella para explotar sus recursos mineros o moleculares como el Helio 3 de la superficie), el siguiente objetivo obvio es Marte, que ya está monitorizado por misiones de la NASA, pero también europeas, y dentro de poco hindúes, rusas y chinas. Es, de largo, el cuerpo estelar más vigilado y escudriñado después de la Tierra. Y ha pasado mucho tiempo desde aquella Pioneer 1 de 1958, en plena carrera espacial con la Unión Soviética.

Pero ahora las motivaciones son otras: competición tecnológica y científica, menos virulenta políticamente pero sí igual de agresiva. Aunque eso no significa que no haya alianzas futuras. Es obvio que para llegar a Marte la NASA deberá asociarse. La Agencia Espacial Europea (ESA), la agencia canadiense, la japonesa o Roscosmos (Rusia) son candidatas principales para el proyecto de llegar a Marte en 2030, aunque no se descarta que China finalmente se asocie de alguna forma con la NASA. Cuantos más, mejor. Porque el proyecto es inmensamente grande: una misión tripulada que no sólo vaya, sino que vuelva. Y el desafío es inmenso.

La frase de Barack Obama es definitoria: “Hemos establecido una meta clara que es clave para el próximo capítulo de la historia espacial de EE UU: enviar humanos a Marte para 2030 y traerlos de vuelta sanos y salvos a la Tierra, con el objetivo último de que un día puedan permanecer allí por una temporada larga”. Obama es, de largo, uno de los presidentes que más han apoyado la ciencia en su administración, y quiere que sea EEUU el que dé el segundo gran paso después de la Luna. Llevar la delantera en este terreno no sólo es “poder blando” (conseguir que tu país o sociedad sea referente mundial por su cultura, capacidad científica, tecnológica o económica), también supone abrir las puertas para el futuro en avances aplicados en medicina, climatología, ingeniería, astronomía…

En sus palabras, será imprescindible que la actual relación mixta del sector público y el privado (1.000 empresas trabajan en proyectos de varios niveles en el país) se mantenga, para que no todo el coste recaiga en las arcas públicas y, de paso, generar negocio, licencias y patentes. Y una gran mayoría de ellas van encaminadas a la conquista planetaria en pos de la futura gran bicoca humana: la minería espacial. No todo es interés altruista por el conocimiento. A muy largo plazo, el propio Obama lo recalcó en su mensaje: “Estamos trabajando con nuestros socios comerciales para construir nuevos hábitats que puedan mantener y transportar a astronautas en misiones de larga duración al espacio profundo”.