La evolución humana es un compendio sin fin de saltos y sustos: cuando todo parece por fin bien establecido salta de nuevo por los aires por otro descubrimiento, que incluye ahora un eslabón “fantasma” en África que podría haber contribuido a nuestro desarrollo posterior.
Un estudio genético sobre población del África subsahariana de la Universidad de Buffalo (EEUU) ha revelado que existe una aportación no descubierta hasta ahora de un eslabón humano muy arcaico, que quizás cambió la deriva posterior del ser humano moderno. Esto se debería, principalmente, a que el mestizaje entre homo sapiens y otras especie fue algo mucho más común de lo que se pensaba en un primer momento. Ya es conocido que los europeos son en realidad una fusión de los homo sapiens que llegaron en la última oleada con los Neandertales, de los que asimilamos varios rasgos fisiológicos e incluso tendencia genética a algunas enfermedades. La teoría clásica establecía que el ser humano era producto de una evolución lineal: cada salto evolutivo daba como resultado una especie que a su vez evolucionaba hacia la siguiente, y cada una era más “humana” que la anterior. En ocasiones se generaban más de una línea evolutiva pero esa direccionalidad se mantenía. Pues va a ser que no…
Sin embargo esa mezcla debió ser mucho más común entre sapiens y el resto de especies derivadas del grueso tronco de los homínidos, y que en Asia implico a los Denisovanos y en otras partes del mundo otras especies emparentadas y paralelas. Ahora se ha descubierto otra de forma indirecta. La investigación fue publicada ayer 21 de julio en la revista Molecular Biology and Evolution, que recoge los sucesivos estudios que demuestran el mestizaje continuo entre especies. La piedra de toque fue la proteína MUC7, un tipo de mucina presente en la saliva humana y que queda codificada por un gen en concreto. Al rastrearlo han descubierto que hubo más mezclas de las que se creía. El origen de la investigación estaba en saber por qué existe la MUC7, que permite adherir a los microbios y así poder expulsarlos del cuerpo al escupir.
El estudio decidió analizar una población de 2.500 personas de diferentes lugares del mundo para poder estudiar su origen genético. En el transcurso descubrieron que un grupo originario del África subsahariana tenía una versión del gen totalmente distinto al del resto de humanos modernos, incluso distinta de las de Neandertales y Denisovanos. Como si hubieran tenido un origen al margen del Homo Sapiens tradicional y de las dos especies con las que se mezcló en su viaje por el mundo. Según los investigadores sólo habría un a explicación, y es que en algún momento se introdujo en la población de la zona una variante genética alternativa, desconocida hasta ahora y calificada de “fantasma” por no ser detectada con anterioridad.
Ahora bien, ¿qué especie o subespecie pudo haberse mezclado con estos africanos para darles esa particularidad? La apuesta es por los Homo Erectus o puede que una nueva especie que pudo evolucionar por su cuenta en África y de la que se desconoce todo, incluso su apariencia o antigüedad. El gen no coincide con ningún otro tipo de especie catalogada, por lo que debe ser nueva o una variante secundaria de alguna conocida que evolucionó por su cuenta. A partir de estas variaciones genéticas, y dada la capacidad para mutar del ADN, se calcula que el cruce debió de ser hace 150.000 años, lo que evolutivamente es un suspiro, “ayer mismo”. Y tuvo que ser, además, una variaciones larga en el tiempo: los humanos modernos y la especie fantasma habrían convivido de forma independiente durante al menos 1,5 millones de años antes de “reabsorberse” o cuando menos haber compartido material genético.
Un árbol muy poblado
Que la evolución humana es muy compleja y diversa ya es algo conocido. Y que cada vez parece más un barrio atestado de vecinos también. No es lineal, no es tampoco un juego de eslabones claros, hay muchos huecos por rellenar, muchas sombras sin luz, y sobre todo, es posible que fuera un juego de vías paralelas más que de dominantes. Existe desde hace algún tiempo una idea nueva, una visión más renovada: el ser humano moderno es una variación de una de las muchas líneas africanas que se mezcló con otras especies de homínidos y cogió de ellas, en cada lugar, características genéticas que conformaron al homo sapiens contemporáneo. Por así decirlo, el humano definitivo no salió ya formado de África, sino que se expandió por el planeta fusionándose con las oleadas anteriores. Esto ha quedado muy claro en Europa y Asia, donde Neandertales y Denisovanos contribuyeron a diferenciar a la misma especie.
Reconstrucción de Lucy
Pero ese mismo proceso de vías paralelas no fue exclusivo de la fase final evolutiva, sino que se repitió continuamente: en cada estadio de evolución hubo diferentes especies emparentadas entre sí que en muchas ocasiones se fusionaban con parejas mixtas que daban lugar a poblaciones con ambos ADN entremezclados y que reconfiguraban a la descendencia humana posterior. Un auténtico ensayo y error de laboratorio, pero durante cientos de miles de años, y a cielo abierto. Fue lo que descubrieron en la primeravera-verano de 2016 los miembros del equipo de investigación formado por Yohannes Haile-Selassie y Denise Su, de The Cleveland Museum of Natural History, y Stephanie Melillo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Alemania. Entonces publicaron el resultado de un trabajo de investigación que compila evidencias y hallazgos fósiles acumulados durante las últimas décadas sobre cómo era Lucy, el ejemplar considerado como “humano” en primer lugar, el Australopithecus aferensis. Y sorpresa, no estaba sola.
Lucy compartía el nicho ambiental con otras especies de homínidos que guardaban relación biológica con ella; su especie, el Australopithecus afarensis, habitó África hace entre 3,8 y 3,3 millones de años. La clave de esta actualización de visión está en esa contextualización obligada por los fósiles hallados en Etiopía, Kenia y Chad. A partir de los detalles y dataciones los investigadores crearon un mapa temporal y geográfico de las especies, y el resultado es algo bastante obvio: igual que coexisten distintas subespecies de la misma especia general hoy en día, también lo hacían los homínidos antes de que la evolución las condenara a la extinción frente al homo sapiens, cada vez mejor preparado para dominar el mundo. El estudio consideraba obvio que no sólo coexistieron (como lo harían luego en Eurasia los neandertales y sapiens) sino que quizás compartían recursos. Lucy no era la única que deambulaba por Afar (Etiopía) y cuyos restos fueron encontrados en los años 70 para marcar un primer punto de anclaje en la paleontología y la evolución humana: África, hace entre 3 y 3,8 millones de años. Ya entonces era bípeda y tenía los primeros rasgos diferenciadores del resto de primates.
Se pensó en un principio que eran variantes laterales de la especie de Lucy. En 2012 llegaría otro fragmento, una parte del pie de un homínido que vivió hace 3,4 millones de años y entonces ya no hubo más remedio que aceptar que en efecto hubo otras especies paralelas. Las diferencias entre ellas eran escasas: compartían estructura pero los detalles genéticos eran los que marcaban la separación. El yacimiento de Woranso-Mille en Afar (Etiopía) permite contrastar líneas temporales y sacar conclusiones: se movían de forma diferente (algunas más bípedas, otras menos) y tenían distinta dieta. Una de las ventajas de esta investigación es que en paralelo reconstruyeron parcialmente los ecosistemas en los que vivieron para concluir que necesariamente tuvieron que compartir recursos para evitar la aniquilación en la zona.