Esta primavera se estrenan en EEUU (y esperemos que pronto en España) dos ambiciosos biopic sobre estas dos figuras del jazz, diferentes entre sí, que compartieron escenario pero nunca tocaron juntos, y a los que dan vida Don Cheadle y Ethan Hawke.
FOTOS: Lumanity Productions / New Real Films / Black Hangar Studios – Bifrost Pictures / Crescendo Productions / Naked City Films
Fue el 13 de septiembre de 1953 en el Lighthouse (California), un escenario que reuniría (pero tangencialmente) a Miles Davis y Chet Baker. Esa noche darían pie a un álbum conjunto sin que apenas intercambiaran unas cuantas palabras. Nunca interpretaron, sino que a posteriori juntaron los dos conciertos. Primero tocó Baker, blanco, tímido y un talento tremendo para la música; luego lo hizo Davis, un animal musical de vida extrema y con tantos altibajos como la hoja de una sierra. Baker había evolucionado como trompetista inspirándose en Davis, y a éste le hacía (quizás) gracia que un blanco le imitara. Aquella noche Baker interpretó suficiente como para hacer un álbum (‘Chet Baker and The Lighthouse All Stars – Witch Doctor’), fusión de su parte con la que interpretó Davis. Eso sí, el álbum llevaba bien claro el nombre de Miles para que el público pensara que realmente se habían juntado aquella noche dos de los mejores trompetistas de la historia. Falso. Pero la música, como el resto del arte, también vive de mitos.
Ahora ambos también coincidirán, pero por separado, en dos biopic forjados al calor de Hollywood pero en sus márgenes, con Don Cheadle interpretando y dirigiendo ‘Miles ahead’ (que se estrenará en abril en EEUU), y Ethan Hawke encarnando a Chet Baker en ‘Born to be blue’ (en marzo en EEUU). No hay fecha todavía para sus estrenos en España. Han hecho falta seis productoras diferentes, tres por cada lado, y muchas ayudas externas, para llevar a la gran pantalla a dos músicos de jazz que cumplen con el cliché: vidas atormentadas, drogas y un talento inmenso. 2016 va a ser un buen año para los amantes de jazz y del cine, porque no es muy habitual que Hollywood se acerque a este mundo lento, inhóspito, denso, profundo y siempre alterado. Un género que no se deja domesticar porque es pura reinterpretación continua, libertad absoluta, el paso intermedio entre la compleja y ambiciosa música clásica y el frívolo pero efectivo mundo de la música popular.
Don Cheadle en ‘Miles ahead’, en la etapa de los primeros años de Miles Davis. La foto de portada es del filme en la etapa clave de los años 70
‘Miles ahead’ se estrenó en el Festival de Nueva York en 2015 y fue uno de los pases más aplaudidos y esperados. Ha cosechado muy buenas críticas y en la meca del cine ya han levantado las orejas pensando en los Oscars de 2017: lo tiene todo para la nueva política de la industria, porque reúne a un gran actor afroamericano (Cheadle), una historia genuinamente americana y arte en estado puro. Sin embargo a Cheadle le costó mucho sacar adelante este proyecto (en parte logrado por el método del crowdfunding) en el que logró sumar al todoterreno de Ewan McGregor como el secundario clave para contar a Davis desde un pequeño pedazo de su biografía y extenderse hacia atrás para comprenderle. En ella, además de interpretar casi a la perfección al músico (aspecto, tono de voz, en especial la particular cadencia al hablar), ejerció de guionista junto a Steven Baigelman y también de director. Le acompañan, además de McGregor, los actores y actrices Michael Stuhlbarg, Emayatzy Corinealdi, Lakeith Lee Stanfield, Morgan Wolk y Austin Lyon.
El filme ha sido definido como una reinvención de Miles David por Cheadle, esto es, un buen trabajo de adaptación de un músico con muchas caras diferentes. La estructura del filme viene definida por la aparición de un periodista de la revista Rolling Stone, interpretado por Ewan McGregor, que visita a Miles Davis durante su largo retiro de principios de los años 70 (la acción transcurre en 1975), y al que después de una demostración del carácter de Davis (le pega, le arrastra a la discográfica armado con un revólver que usa para disparar contra los productores y marcar su terreno musical) abre la puerta de su pasado. Así Cheadle logra en flashbacks contar parte de la vida de Davis mientras desarrolla la búsqueda incesante de unas grabaciones de estudio del propio músico, el punto a partir del cual volvería a la vida pública y artística. El resultado es un filme estilo “dientes de sierra” que indirectamente es como el propio objetivo cinematográfico, porque Davis era igual de cíclico en todo, subidas y bajadas llenas de caos donde sólo el jazz parecía aplacar a la bestia superviviente que llevaba dentro Davis. Ese proceso de montaña rusa es uno de los aspectos que más han destacado los críticos que la han visto y definido como un biopic “que no parece un biopic”.
Ethan Hawke en ‘Born to be blue’
Frente a este biopic está el otro, ‘Born to be blue’, que se estrenará el próximo mes de marzo y sin fecha tampoco para España por ahora. Chet Baker era muy diferente de Davis: blanco, nacido en Oklahoma y con una cadencia que le hizo partícipe del cool jazz de EEUU (el estilo “west coast”). Pero los dos están unidos por el mismo género, el mismo instrumento (la trompeta) y la misma vida errática llena de supervivencias y drogas. En el caso de éste músico se une además un asunto delicado: las drogas. Era blanco en un mundo de negros, enamorado además de una mujer negra. Le apodaron el “James Dean del Jazz” por su actitud entre rebelde y lastimera, en parte forjada por esa lacra social que aparece en el filme: durante una pelea (alentada, cuenta el filme, por ese racismo inverso por estar con una mujer negra) le dejaron hecho un Cristo, boca incluida, por lo que no pudo seguir tocando. Fue el derrumbe absoluto que le empujó a las drogas. Pero volvió, de otra forma, a ser músico.
De esa superación habla ‘Born to be blue’, dirigida y escrita por Robert Budreau (que en 2009 ya hizo un corto sobre el músico, ‘The Deaths of Chet Baker’) con Ethan Hawke en una de las interpretaciones de su vida si hacemos caso a la crítica norteamericana. Le acompañan Kevin Hanchard como Dizzy Gillespie y Kedar Brown como Miles Davis, lo que de nuevo tiende lazos entre ‘Born to be blue’ y ‘Miles ahead’. Son además dos figuras con un peso específico en el biopic, llaves para entender el filme que también cuenta con Carmen Ejogo, Callum Keith Rennie, Stephen McHattie y Janet-Laine Green entre otros. En este caso la estructura arranca de un punto concreto también: la película que rodó el propio Baker sobre sí mismo y en el que se enamora de una de las actrices, Jane (interpretada por Carmen Ejogo).
Igual que el periodista ayuda a Davis en el filme de Cheadle, en este caso Jane ayuda a Chet a volver a ser el gran músico que había sido y que vuelva a componer. El pulso que echa el músico con la mujer le ayudará a regresar triunfante por encima de su pasado convulso y dramático. Mientras que la historia de Davis es en los 70, la de Baker es en los 60. Sin embargo la película es diferente: huye del mito de auge y caída dramática que siempre gusta al público, le da una dimensión romántica y de asimilación del dolor, y aunque mantenga ese esquema intenta ser fresca basándose en el trabajo de Hawke, que bien podría terminar luchando por el mismo premio frente a Cheadle.
Miles Davis, el mito
Davis (1926-1991) es parte de ese particular Olimpo del jazz que forma junto a Louis Armstrong, John Coltrane, Charlie Parker y Duke Ellington. Contemporáneo de Chat Baker y al que apenas sobrevivió tres años más. La mezcla perfecto de sutileza artística, alma, tren de mercancías vital y montaña rusa. Tuvo problemas de todo tipo: con las drogas, con el crimen, con la industria discográfica y en el amor, donde dio tantos tumbos como en el resto de escenarios. Su origen es acomodado: nacido en Alton (Illinois) termina siendo criado por una familia burguesa y negra de Saint Louis, pero no duraría mucho porque terminó en Nueva York para dedicarse a la música, siempre alrededor de Charlie Parker, la calle 52 y el club Birdland.
Miles se sumó a la ola renovadora del jazz y terminó siendo una figura del bebop. Pero para triunfar tuvo que irse primero a Francia, donde destacó enseguida con su particular estilo inicial. Su regreso a EEUU para repetir triunfo fue muy duro casi desde el principio: la policía le apalizó nada más llegar al aeropuerto. Bienvenido a EEUU y al racismo rampante, Miles. Entre la depresión y el amargor porque no avanzaba se refugió en la música y en la heroína. No superaría estos problemas hasta que regresó al hogar familiar en Saint Louis; el éxito llegó después de que se desintoxicara y que el músico y arreglista Gil Evans le ayudara a forjar su propio estilo, más cool, fusionado y que daría luego grandes obras en hardbop y coqueteos con el rock que le valieron un peso artístico enorme.
En 1959 publica ‘Kind of blue’, quizás su mejor álbum, que tuvo nada menos que a John Coltrane como saxofonista. Perseguía ese nuevo sonido propio con la misma saña con la que se metía en problemas y a cada ciclo de ascenso seguía otra de caída. En parte lo logró con la trompeta al usar la sordina de acero Harmon, con el que lograba un sonido más melódico, suave, lírico e íntimo. En los años 70 se retiró por la acumulación de problemas: drogas de nuevo, un accidente de coche y caos sentimental. No volvería con fuerza hasta finales de los 70 y principios de los 80, cuando coqueteó con el funk y el acid jazz inicial. De entonces es el último Miles Davis, el mito que influyó en una segunda generación de músicos.
Chet Baker: auge, crisis y regreso de un músico
Chet Baker (1929-1988) tuvo una vida que parecía escrita por un novelista entre ansioso y sádico. En los años 40 entro y salió del Ejército de EEUU en dos ocasiones, y en ambas terminó como miembro de una banda militar por su talento con la trompeta. Vivió en San Francisco entre estudios que abandonaba y clubes de jazz, y en los años 50 se hizo tremendamente popular en EEUU y en Europa (donde hacía giras cíclicas), una década de éxitos pero también de problemas: entraba y salía de prisión por su adicción a la heroína. Pero Baker aguantó ese lastre hasta los años 60, cuando las drogas le arrancaron de los brazos de la música; estuvo más de un año encarcelado en Italia y cuando volvió hizo un gran disco para RCA que no le evitó volver a Europa y terminar, otra vez, metido en problemas. En 1964 fue deportado a EEUU, y en 1966 llegó la paliza que lo dejó fuera de sitio al dañarle boca y dientes.
Baker se arrastró hasta los años 70 por estudios y pequeñas grabaciones ocasionales, hasta que en esa década se retiró (casi en paralelo, por cierto, con Davis). Dizzy Gillespie tiró de él como pudo y en el 73 logró que volviera para tener una nueva vida musical que le acercó todavía más a Europa e incluso a otros estilos musicales. Dos años antes de que muriera Bruce Weber inició el documental que sería, a la postre, el último testamento vital de Baker. Curiosamente el penúltimo concierto que dio fue en el Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid (el “Johnny”, hoy desmantelado) en marzo de 1988. En mayo, durante una noche de drogas con heroína y cocaína se cayó por la ventana de un hotel de Ámsterdam. Apenas tenía 58 años.