Caída de la biodiversidad global, deslizamiento de las franjas de humedad hacia el norte y el sur, retroceso de los polos y el calentamiento terrestre y atmosférico en Europa, con los cambios naturales que nos afectarán directamente. Todo eso es lo que veremos este siglo.

Los ecosistemas de vida naturales se hilvanan por difíciles equilibrios, y uno de ellos es el de la biodiversidad: a más variedad de especies, más vida y por lo tanto más opciones de que ese ecosistema sea biológicamente útil. Su mantenimiento supone una gran riqueza natural porque mantiene el propio ecosistema. Sin embargo nunca antes esa biodiversidad había caído tanto salvo en las grandes extinciones del pasado. Y vamos camino de la sexta, por causas humanas. Según el University College de Londres, el Museo de Historia Natural en Londres y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), más de la mitad de la superficie terrestre (no marina) del mundo han perdido esa biodiversidad.

Supuestamente casi el 60% de la superficie no sumergida ha perdido su biodiversidad, con desaparición de especies animales y vegetales, dejando sólo a un puñado que ha sabido adaptarse o bien que está en riesgo de extinción. Es la primera vez que se ha calculado el efecto de la presencia humana en el nivel de biodiversidad en medios terrestres, y el resultado es muy alarmante porque ha superado, con creces, los límites de seguridad a partir de los cuales será casi imposible recuperarlos. En muchos de esos ecosistemas sólo la intervención externa de la ciencia podría salvarlos o recuperarlos. Y eso es un coste económico que bien podríamos ahorrarnos de tener un desarrollo sostenible y no meramente explotador de recursos naturales.

La Sabana, uno de los ecosistemas que más ha sufrido

Las zonas más afectadas son también las más frágiles: las sabanas, las tierras de sotobosque y matorral, los pastizales, zonas naturales donde todo depende de un equilibrio muy débil por no ser tan ricos como podrían ser otros, y que tienen por tanto menos opciones de soportar impactos ambientales. El siguiente nivel serían los bosques y selvas, acosados por la tala sistemática y los vertidos en ríos. Todo esto altera el ciclo de nutrientes y la capacidad de esos ecosistemas para engendrar nuevas formas de vida, lo que provoca un despoblamiento de vida de esos territorios.

No hay que olvidar que el modo de vida humano depende de que esos ecosistemas se mantengan, desde la polinización a las poblaciones de animales y plantas de las que nos alimentamos. El gran problema es la sobreexplotación del suelo, que tiene efectos terribles por la saturación del uso de acuíferos, ríos, lagos, costas y masas forestales, que muchas veces desaparecen para dar paso a más tierras de cultivo. Uno de los aspectos que destaca el estudio, publicado en Science, es que una “recesión ecológica” es mucho peor que una recesión económica, porque mientras que ésta supone una caída de negocio y consumo, la primera implica el derrumbamiento del propio sistema económico, que no se sostendría sin los recursos naturales. Además, los impactos más grandes se dan en las regiones más pobladas, lo que sustituye el medio natural del ser humano por otro mucho más tóxico.

Las nubes se desplazan hacia los polos

Las tormentas han cambiado sus rutas naturales de los últimos siglos. A primera vista puede parecer un detalle más, pero lo cierto es que las nubes tormentosas siguen una serie de zonas y vías atmosféricas donde se dan las condiciones físicas para ello. Pero una investigación de la Institución Scripps de Oceanografía en San Diego (California) ha detectado que estas nubes han cambiado las rutas y se desplazan cada vez más hacia las regiones polares. Traducción: las zonas ecuatoriales serán cada vez más secas, y las templadas más húmedas e inestables.

El estudio (publicado en Nature) se basa en miles de imágenes de los satélites de control meteorológico, con los que se ha podido construir un patrón que demuestra que las zonas subtropicales secas se expanden y las templadas se contraen, concentrando además mayor cantidad de cúmulos tormentosos. Además, las cimas de esas nubes crecen cada vez más hacia capas superiores de la atmósfera. Este nuevo patrón de movimiento y comportamiento corrobora los modelos climáticos surgidos para exponer cómo ser el clima en este siglo, afectados por el negado cambio climático.

Y es muy malo para esas zonas medias. Las nubes forman parte de los escudos naturales del planeta para reflejar la radiación solar que llega a la Tierra: cuanta más luz reflejen, menos se recalentará la superficie del planeta. Si esas nubes se desplazan hacia el norte enormes regiones del mundo recibirán todavía más luz, lo que a su vez las calentará más en un círculo vicioso que no parece tener solución salvo a largo plazo. Así se refuerza la retención de radiación y la emisión se reduce. Muy malo para el futuro, porque a más calor más potente será el efecto invernadero ya que se emitirá menos calor al exterior.

La corriente del Golfo podría salvar a Europa

La división entre un norte rico y un sur pobre se acrecentará a lo largo del siglo por el cambio climático, ya que, como hemos visto antes, las zonas ecuatoriales y tropicales se expandirán con temperaturas muy altas que afectarán a los ciclos de las cosechas. El norte, concretamente Europa, podría salvarse parcialmente del impacto directo del cambio meteorológico, gracias a que la corriente del Golfo se ralentizará a lo largo del siglo. Esta corriente es esencial para el clima de esta parte del mundo ya que bordea el Atlántico Norte y permite que no se enfríen en exceso la costa de Norteamérica y la dorsal atlántica europea.

El calentamiento global, con la consecuente licuación del hielo polar, altera el equilibrio de salinidad, la cantidad de agua en el Atlántico y la corriente marina del Golfo se altera. Podría incluso llegar a detener muchas de esas corrientes marinas vitales para los ecosistemas marinos y para el clima de Norteamérica y Europa, que se conservan más cálidas de lo que deberían gracias a ese efecto llamado Circulación Termohalina. Metafóricamente es como una gran cinta transportadora de agua caliente desde la zona del Golfo de México y el Caribe hacia las costas del Atlántico Norte de ambos lados del océano. De hecho la corriente asciende por la Costa Este de EEUU y Canadá, llega a Islandia y desciende por la dorsal atlántica europea, España incluida. La razón de que se transporte es que en la zona del Caribe hay más evaporación, lo que hace que la densidad del agua disminuya y parte de ella descienda en el océano desde la superficie.

Sendas por donde discurre la Corriente del Golfo por el Atlántico Norte

Sin embargo si los polos se funden y toda esa agua dulce fría (casi el 70% de todas las reservas de agua dulce del mundo) termina en el océano, esa reacción se detendrá y la corriente podría ralentizarse e incluso desaparecer. Además habrá más agua líquida en el sistema de circulación mundial, con lo que aumentarán las lluvias y el efecto de enfriamiento en Europa, que sin esa aportación marítima podría ver caer sus temperaturas medias y arruinar todo el sector agropecuario continental. Literalmente los inviernos se expandirían y los largos veranos que sacuden toda Europa en los últimos años serían añorados, y con razón, cuando las temperaturas invernales cayeran incluso por debajo de los 20 bajo cero en latitudes muy bajas.

No obstante, quizás no sea tan dramático. Según un estudio realizado por la Universidad de Sussex, Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de California en Berkeley, esta desaceleración podría mitigar en realidad el efecto contrario: Europa se recalentará igual que el resto del mundo, pero al detenerse la corriente podría equilibrar la subida de temperatura con un enfriamiento progresivo. El calentamiento existiría, pero sería mucho más lento y atenuado por ese repentino frío. Es decir, que Europa podría salvar parcialmente sus campos y su nivel de vida frente a la ruina del resto, lo que reforzaría y aceleraría considerablemente los movimientos migratorios que han puesto tan nerviosos a los europeos. Esto supondría además una mayor brecha futura entre ricos y pobres a causa de ese calentamiento global, ya que mientras enormes zonas del mundo se secarían, Europa podría incluso acumular mayores cantidades de agua por el aumento de lluvias y nevadas. Y eso no es una buena noticia para el siglo XXI.