La NASA diseña desde hace años el proyecto HAVOC, siglas en inglés de ‘Concepto Operacional a Gran Altitud en Venus’, tecnicismo que resume cómo sería una misión útil al gemelo de la Tierra: flotar en la densa atmósfera venusiana y estudiar el planeta a fondo. No hay fechas de misión, pero el proyecto es el único viable si tenemos en cuenta que Venus es el último lugar donde un ser humano debería intentar poner sus pies.

La idea de la agencia es sencilla: ante la imposibilidad de hacer un aterrizaje viable (por razones que ahora detallaremos), mejor usar la vieja tecnología de los dirigibles pero adaptándola y mejorándola. Usando como plataformas volantes estos dirigibles, los tripulantes y los ordenadores de abordo podrían realizar diferentes misiones atmosféricas y liberar sondas suicidas que pudieran atravesar las capas bajas y enviar información sobre el resto del planeta. Este tipo de tecnología no es nueva, tanto la NASA como otras agencias han testado sistemas de dirigibles pensados para la exploración de Marte e incluso para usarlos como plataformas de lanzamiento de sondas y satélites, ahorrándose así la inversión en cohetes.

Venus es un lugar único en el Sistema Solar, tan extraño como la imaginación nos pueda dejar volar: la temperatura de su superficie es de 460º C, más caliente aún que Mercurio a pesar de estar a más del doble de la distancia del Sol, suficiente para fundir el plomo, que podría incluso llegar a nevar sobre la superficie debido a esta temperatura y a la presión de decenas de atmósferas con nubes de ácido sulfúrico y toxinas que corroen cualquier metal o elemento, incluyendo las rocas volcánicas y las planicies de basalto que conforman la mayor parte de su superficie terrestre. Existe un problema añadido: es geológicamente joven e inestable, con cordilleras volcánicas del tamaño de continentes y una acumulación de calor y energía por subducción como para quebrar la corteza terrestre, derretirla parcialmente, liberar materiales y que éstos se enfríen y compacten de nuevo.

Ilustración que recrea cómo serían las naves flotantes HAVOC en la atmósfera (NASA)

Ante esa situación, la densa y compacta atmósfera venusiana (mucho más que la terrestre) es el lugar perfecto, ya que esos dirigibles espaciales podrían mantener una altura y rumbos estables con poca inversión de energía. Si bien sobre el papel el diseño es viable y con la tecnología actual se podría intentar un prototipo en nuestra atmósfera a gran altura, lo cierto es que en 2019 es poco menos que un proyecto teórico de cara a alcanzar Venus. El problema no sería depositar las naves, sino llegar hasta allí y poder estabilizarlas en las capas altas de la atmósfera de Venus, que es sorprendentemente parecida a la de la Tierra. De hecho Venus es por tamaño y componentes más parecido a nuestro mundo que Marte, que sería algo así como el hermano frío, pequeño y desvencijado de la Tierra.

Las misiones HAVOC se ceñirían a una franja de entre 50 y 60 km de altura respecto a la superficie, que tienen una presión y temperatura similar a las de la Tierra, y a los 55 km es el 50% de la que hay al nivel del mar en nuestro planeta (la que habría sobre una cumbre alpina), y con una temperatura que no supera los 30ºC. El problema de Venus es una vez se supera esa franja en descenso y se entra en las capas inferiores de la atmósfera, ya cerca de la corteza. Y que la composición atmosférica es un peligro: un 97% es dióxido de carbono y otro 3% es nitrógeno, a lo que se suman las nubes de ácido que le dan a Venus ese particular brillo que la convierten en la “Estrella de la Tarde”. Lo que a nosotros nos parece tan hermoso es en realidad de las peores amenazas tóxicas para la vida que oscila a una altura de unos 45 km, por lo que las naves se colocarían por encima de esta capa. No obstante el resto de nubes también tienen trazas de ácido, por lo que los vehículos deberían ser capaces de aguantar cierto grado de corrosión, como el teflón.

El efecto “cápsula” que hace la atmósfera de Venus sobre la superficie rocosa es insoportable y condiciona cualquier tipo de fenómeno de erosión o incluso el comportamiento geológico. Esta particular situación se debe a efecto invernadero extremo sin fin (es decir, que el ciclo está cerrado y sólo se rompería con una acción que afectara a la composición química de la atmósfera y las circunstancias planetarias) que rompió con las condiciones de un planeta que, muy probablemente, tuvo condiciones similares a las de la Tierra en sus primeros tiempos. El mismo posible proceso que sufrió Marte, pero en dirección contraria: mientras el planeta rojo se quedaba sin magnetosfera ni atmósfera viable, en Venus la capa gaseosa se cerraba y constreñía al propio planeta hasta el límite.

Comparativa de tamaños entre Venus y la Tierra; Venus aparece sin su atmósfera, superficie reconstruida a partir de las observaciones con instrumentos que pueden atravesar las capas de nubes (NASA)

Esa presión hace inviable tecnológicamente otro tipo de exploración salvo el envío de sondas suicidas, como en el pasado, que apenas aguantaron un par de minutos antes de descomponerse. Otra ventaja de esa altura: sobre las tripulaciones existe aún una capa de protección natural suficiente contra la radiación solar y cósmica, principal enemigo de cualquier tipo de misión tripulada. Esto también sería una ventaja técnica: al haber más radiación solar las naves podrían alimentarse directamente de la luz solar a partir de paneles que cubrirían su superficie superior.

Las naves HAVOC se dejarían llevar (aunque con correcciones continuas) por los vientos atmosféricos, cubriendo todo el planeta y escapando de las tormentas ocasionales. Recibirían energía solar directa y podrían mantenerse activas durante más tiempo. En el interior habría una mezcla de gases útiles para la misión: nitrógeno y oxígeno, que por diferencias de presión son gases “de elevación” (empujan los cuerpos hacia arriba) al ser más ligeros que los componentes que los rodean. La idea es que la tripulación respire aire filtrado cíclicamente que estaría dentro de la propia nave-dirigible, con lo que la flotabilidad y la habitabilidad estarían aseguradas por el mismo sistema.

Opciones de que exista vida en Venus

Cuando en los años 70 la URSS envió la serie de misiones Venera su intención era encontrar posibles señales de vida y una primera cartografía general del planeta. De hecho no se han realizado más análisis de la superficie de Venus, aunque sí de su atmósfera. Lo que consiguieron los soviéticos es el grueso de la información gráfica y detallada que tenemos de la superficie, hostil y extrema, tanto que cualquier forma de vida conocida perecería en poco tiempo. Aquí es donde entra la teoría de la “vida aérea”. Al igual que ocurre con Júpiter o incluso con Saturno, existen posibilidades de condiciones apropiadas para la vida (a un nivel microbiano) en la capas medias y altas de la atmósfera, donde sí es viable.

Los ojos de la ciencia están fijos en los llamados organismos extremófilos, que existen en los nichos ecológicos más extremos imaginables de la Tierra, allí donde ninguna otra forma de vida se ha adaptado, incluso en ambientes ácidos similares a ciertas capas sulfurosas de Venus. Los extremófilos podrían habitar en esa capa de entre 50 y 60 km de altura, a merced de los vientos, aprovechando su tamaño microscópico para flotar y ser arrastrados por los vientos. De hecho este sistema ya existe en la Tierra: en las últimas décadas hay suficientes pruebas físicas sobre la existencia de seres microbianos que viajan con las nubes por nuestra atmósfera.

Esquema de la nave HAVOC de la NASA

Imagen real de Venus tomada por una sonda japonesa (Fuente: JAXA / ISAS / DARTS / Damia Bouic)