Un informe tras otro, una investigación tras otra, queda claro que el volumen de pájaros desciende alarmantemente en Europa, América del Norte y en otras regiones del mundo. Disminuye el número de ejemplares, algunas especies pasan a estar en riesgo y la sociedad humana cada vez reclama más espacio. Y miles de millones de aves desaparecen, poniendo en riesgo la diversidad biológica.
IMÁGENES: Wikimedia Commons / Imagen de portada: Golondrina (Hirundo rustica)
De los campos españoles al desierto de Mojave en EEUU pasando por los bosques continentales europeos, los grandes ríos y lagos de América del Norte, de Europa y de África (en los que se han podido hacer estudios), en todos estos lugares se ha producido el declive alarmante del volumen de aves, clave en el ecosistema y la biodiversidad planetaria. Las aves son el tercer grupo de especies que más pérdidas acumula después de los mamíferos (en especial los de medio y gran tamaño) y por encima de todos los anfibios, en caída libre por la saturación de humedales y ecosistemas propios de esta rama animal. Su papel es fundamental, en especial por el impacto que tienen en el mundo rural después de milenios de relación entre ser humano y pájaros. No sólo participan en la polinización, también en el transporte de semillas, como controladores de los insectos que pueden degenerar en plagas (como las langostas), especies vegetales invasoras (en los campos franceses ha quedado demostrado que el descenso de alondras ha multiplicado la maleza y las plantas arvenses de cuyas semillas se alimentaba parcialmente).
En septiembre pasado la revista Science ponía sobre la mesa de debate datos acumulados por ornitólogos e investigaciones específicas: en medio siglo habían desaparecido sólo en América del Norte (EEUU y Canadá) 3.000 millones de ejemplares, lo que significa un descenso dramático del volumen, es decir el 30% del total de pájaros en la región. Y es generalizado. Todas las familias de aves se han visto afectadas de alguna forma, pero el daño se concentra en el 60% de ellas, especialmente entre los paséridos (como los gorriones), los aláudidos (como las alondras) y los estúrnidos (estorninos en especial), donde las cifras suponen casi 3 de cada 4 ejemplares. Sólo han ganado peso aquellas que se aprovechan de los vacíos, como las rapaces y las aves acuáticas (todas, en muchos casos, ejercen también de carroñeras). Un ejemplo: en Norteamérica subió en 250 millones el volumen de rapaces terrestres y marinas, así como las especies tradicionalmente de caza interior, como pavos y faisanes, en gran medida por los esfuerzos de conservación y el control de las vedas de caza.
Estornino (Sturnus vulgaris)
Esto sin embargo apenas es un detalle en la tendencia generalizada de descenso del número de aves. Lo que más llama la atención es que se produzca en especies que hasta ahora eran las grandes beneficiadas; las más especializadas y débiles frente a los cambios se han estabilizado sin dejar de estar en peligro (no todas, pero los esfuerzos de conservación ornitológica han tenido su efecto positivo), mientras las demás mantenían su peso biológico. Pero ahora ha quedado demostrado que esa situación no era así, sino que también perdían peso las aves comunes, incluso con cifras más grandes aún. Han sido muy importantes las redes de observación ornitológica, tanto amateurs como profesionales a través de la red NEXRAD de radares en Norteamérica, destinados a la observación meteorológica pero que también se usaron para el control de aves.
En Europa el trabajo fue parecido, iniciado originalmente en 1980 y que abarcó hasta 2010, para luego ampliarse. El resultado era una drástica caída de 400 millones de ejemplares de los más de 2.000 millones estimados. El estudio se redujo a 144 especies comunes, las más abundantes y con menos riesgo de extinción, pero cuya relativa seguridad ha demostrado no ser tal. El Plan Paneuropeo para Monitorear las Aves Comunes (PCBMS), que acumula datos hasta 2016, muestra que un tercio de la masa de aves más habituales en nuestro continente están en declive comprobable. Europa ha perdido un 15% de aves desde 1980, con un pico trágico del 57% entre las aves de pastizal, las más vulnerables frente a la intensificación del sector agrario, donde al no dejar en barbecho el suelo y aumentar la producción evita los ciclos naturales de estas aves.
Así pues el declive tiene más que ver con las especies que los ecologistas consideraban que estaban más a salvo. Al centrarse sólo en una parte de la fauna, los esfuerzos no entraron en el fondo de la cuestión real, y es el descenso generalizado de todas las especies, también de las aves. Según una idea difundida por los investigadores y los ornitólogos, los conservacionistas sólo han prestado atención a un grupo concreto, pero no al resto, que ha sufrido las consecuencias de una larga decadencia atribuible a muchos factores, desde los estrictamente humanos a los ambientales. Y el efecto en la naturaleza y el ecosistema es obvio: las aves, como hemos apuntado, no sólo forman parte de los ciclos de polinización, sino que son el mejor antídoto y herramienta contra las plagas de insectos o incluso la dispersión de las semillas clave en todos los ciclos de alimentación humana.
Alcaudón (Lanius meridionalis)
Y como todo forma parte de una misma cadena, los insectos son también clave. Se ha confirmado el descenso global del volumen de insectos por la expansión de la agricultura y por tanto de los insecticidas, sean más o menos contaminantes; al no haber tanta biomasa de insectos, la mayoría de las aves (que son insectívoras) no encuentran suficiente comida, por lo que cae su volumen de efectivos. Y la misma expansión de los cultivos elimina también opciones a determinados tipos de aves vinculadas con ese control de plagas natural. Una y otra vez se hace mención de cómo la industria agraria está detrás de ese efecto. No es tanto que haya más campos roturados (en algunos países incluso se abandonan, como es el caso de España), sino el uso que se hace de ellos. Al ser un proceso mucho más intensivo, los ciclos naturales de los animales con esos campos se reducen o directamente se cortan.
Tampoco hay que desestimar el cambio climático como parte del todo que provoca el declive. Hay un efecto contrario: por un lado, la deforestación reduce el volumen de aves tropicales y selváticas, y por otro el cambio atmosférico tiene un impacto en las zonas climáticas que provocan que zonas húmedas muten en secas, con lo que todos los ciclos biológicos cambian. Las especies que no se adaptan terminan por extinguirse después de un paulatino descenso. Es el proceso de “sabanización” del mundo: los antiguos bosques y selvas se convierten en sabanas en la que las especies tradicionales no tienen sitio, invadidas a su vez por las que sí se adaptaron en el pasado, por lo que el desequilibrio resulta ser trágico. Un proceso de reducción de la biodiversidad que sólo puede afectar negativamente al todo interrelacionado. Todo repercute negativamente, a nuestra forma de vida también. Cada golpe al orden natural volverá multiplicado contra nosotros.
Gorrion común (Passer domesticus)
El caso español: más aves en los bosques, menos en el campo
Quizás producto de la desruralización que vive el campo español, en nuestro país se da un efecto inverso: cae el volumen de pájaros en los campos (donde eran omnipresentes) mientras aumenta el de especies adaptadas a las ciudades y el de los bosques. España es de los pocos lugares en los que el balance es positivo, pero exhibe la alarmante baja de biodiversidad y que nos conduce a un mundo animal limitado y con efectos clave en todo el ecosistema. La razón podría estar en que el abandono del campo y las masas forestales, más la reforestación, permite más libertad a la reproducción, mientras aumenta el modelo de especie parásita del entorno humano. Pero en 20 años hemos perdido 95 millones de aves. Especialmente trágico es el caso de los gorriones y las codornices, esquilmados también por la irrupción de especies foráneas. Por cifras: la calandria común ha perdido un 47,1% desde 1998, el alcaudón un 53,8%, la golondrina un 51,4% y la codorniz un 73,9%.
En su mayoría son especies de pequeño tamaño, con 40 especies en declive, otras 26 estables y otras 44 en aumento, pero siempre vinculadas con la acción humana. En los bosques aumentan el papialbo (un 132,5%), el trepador azul (147,1%) o el de la curruca capirotada, que ha duplicado su volumen desde 1998. Las razones podrían ser la reforestación natural o artificial, la agricultura intensiva que lamina las especies de prado y pastizal, el abandono de tierras que fomenta el avance del sotobosque (donde unas especies suplantan a otras). Y en las ciudades es engañoso: se ha detectado que el aumento del 12% de la masa de aves urbanas se debe a la migración de especies rurales hacia zonas urbanas, como la paloma torcaz, y en especies invasoras como la cotorra argentina y la tórtola turca, mientras caen los gorriones y los vencejos.
Alondra (Alauda arvensis)
La extinción masiva de las especies en el Antropoceno
En mayo de este año veía la luz el mayor informe sobre biodiversidad mundial, auspiciado por la ONU, y que arrojaba un dato escalofriante por sus consecuencias: un millón de los ocho millones de especies animales y vegetales conocidas están en peligro de extinción de aquí a 20 años. El informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios Ecosistémicos (IPBES) dejaba bien claro que cada extinción tendrá un impacto directo en el ecosistema y por ende en nuestro modelo agropecuario, desde la polinización a lo que podemos comer. Es un declive sin precedentes y que se hace eco del proceso de las grandes extinciones pasadas por causas naturales, mientras que la actual (la llamada Sexta Extinción) es obra directa e indirecta del ser humano.
En el informe se identifican los cinco sucesos que han provocado ese declive: primero la expansión de la acción humana, ya que el 75% de la superficie terrestre y el 66% de los océanos han sido manipulados o explotados por la Humanidad, sin que haya muchas veces un respiro de regeneración. Segundo, la explotación masiva de animales y plantas, sin que se respeten los ciclos de regeneración tampoco. Tercero, el cambio climático, alimentado por las industrias humanas y el uso abusivo de los recursos, el más difícil de frenar a corto y medio plazo. Cuarto, la contaminación, tanto la atmosférica como la de plásticos, avisada desde hace décadas pero que sólo ahora es visible para la opinión pública. Y en quinto lugar, más sutil pero igual de desastrosa, es el intercambio de especies entre nichos ecológicos, lo que altera el equilibrio y lleva a la extinción a formas de vida locales frente a la irrupción de especies invasoras libres de depredadores adaptados.
Calandria (Melanocorypha calandra)
Golondrina europea (Hirundo rustica)
Trepador azul (Sitta europaea)