La comunidad científica, con los geólogos a la cabeza, debaten si proclaman definitivamente el Antropoceno (la era humana del planeta) o no, lo que supondría a decidir si de verdad la Humanidad tiene tanto efecto sobre el mundo geofísico o sólo es una influencia circunstancial. También sirve para explicar qué es esa nueva era que ya nace maldita por sus connotaciones negativas (extinción de la vida, explotación de recursos naturales, cambio climático…).

IMÁGENES: Wikimedia Commons / NASA – Imagen de portada: Imagen nocturna de la Tierra (NASA)

Lo primero es definir algunos conceptos: Antropoceno es un neologismo helénico que significa “ser humano nuevo”, que aplicado a la estructura temporal vendría a ser una “Era de los Humanos” a una escala planetaria, puesto que las eras globales (medidas en escala geológica) se miden geológicamente. No obstante, aquí ya hay un problema: para que una era sea asumida geológicamente deben existir estratos geológicos (no los hay todavía, ya que la Humanidad lleva apenas 200 años afectando directamente al clima o la estructura medioambiental) y la modificación del clima planetario estaría en marcha, no existiría aún como tal. A partir de ahí, la comunidad científica se divide en dos bloques, los que consideran el Antropoceno como un concepto político y cultural, muy válido para concienciar y divulgar, pero nulo (aún) desde una lógica científica, y los que sí consideran que se ha producido un cambio global. El término fue acuñado en el 2000 por el Premio Nobel Paul Crutzen; explicó que el Holoceno había quedado atrás por el tremendo impacto humano sobre el planeta, ya que la Humanidad es el eje y motor del cambio geofísico planetario por definición.

Para los geólogos debería ser muy sencillo, ya que apenas hay estratos estables demostrables de la presencia humana a escala planetaria salvo las ruinas de las viejas civilizaciones, las cenizas de los incendios, la sequedad por alteración de cuencas hidrográficas y la contaminación, que empieza ahora a fijarse al suelo de manera definitiva, como un estrato o parte del mismo. Sin embargo para los biólogos el Antropoceno es una lamentable realidad por la Sexta Extinción en marcha, provocada esta vez por la Humanidad, no por meteoritos, cambios geológicos o atmosféricos. Los climatólogos también estarían dentro de este segundo bloque, pero también podrían aludir a que el clima terrestre ha cambiado muchas veces a lo largo de millones de años, y que esta variación convertida ya en problema mundial es leve en comparación con otros, y golpearía sobre todo al actual modelo de desarrollo humano más que al propio planeta.

A pesar de todo, un grupo de investigación de geólogos (autodenominado Anthropocene Working Group – AWG) avalado por la International Union of Geological Sciences (IUGS) aboga pública y profesionalmente por establecer de forma canónica el Antropoceno, de tal manera que la actual datación cambiaría para añadir una nueva era que supondría el fin del Holoceno vigente, ya que consideran que los humanos han alterado ya lo suficiente el planeta como para considerar que se ha entrado en otro tiempo. El AWG, conformado por 34 geólogos, quiere presentar la propuesta formal en 2021 a la entidad profesional encargada, la Comisión Internacional de Estratigrafía, que supervisa las tablas de tiempo a partir de los estratos geológicos que conforman el devenir del planeta. Para ellos, el punto de partida serían los años 50, después de la primera bomba atómica, de las pruebas nucleares, del uso masivo del petróleo y el carbón, la expansión industrial y el uso masivo de productos químicos en agricultura e industria, que modifican los propios sustratos geológicos.

Según los investigadores a favor de la nueva era, no sólo del grupo AWG, la contaminación industrial y la radioactiva de pruebas nucleares y accidentes como Chernóbil o Fukushima, demuestran que la Humanidad ya tiene un impacto geológico directo, puesto que esa contaminación queda como un estrato más de las capas geofísicas del planeta, desde sedimentos a lechos marinos, fluviales y en el hielo. Lo que hacemos queda reflejado en el suelo y los depósitos de una forma novedosa nunca antes hallada. Una mayor cantidad de investigadores están a favor de considerar el Antropoceno como una realidad codificable que daría final al Holoceno, que habría arrancado hace unos 12.000 años con el fin de la última glaciación. Pero el problema es siempre el mismo: un marcador definitorio. La contaminación química o radiactiva sería un buen arranque, pero no único. Es lo que los geólogos llaman “pico dorado”, la famosa “pistola humeante” de las novelas negras que señalan al culpable. Y aquí todos apuntan a la Humanidad y las consecuencias de su modelo de producción.

El AWG ha establecido un total de diez localizaciones que permitan establecer claramente ese marcador, desde el deterioro de la Gran Barrera de Coral en Australia hasta la contaminación química rampante de un lago en China; no es fácil de hacer, porque la identificación del marcador sería fundamental también para fijar el arranque de esa misma era. De nuevo volvemos a las bombas atómicas: no existe nada parecido en el mundo natural, salvo el impacto de un meteorito, lo que dimensiona lo extemporáneo y extraño del artefacto nuclear de Hiroshima. Según muchos geólogos, el marcador temporal serían los radionúclidos acumulados desde la prueba Trinity a las de Hiroshima y Nagasaki. Los mismos acumulados durante décadas hasta 1963.

La construcción es quizás una de las huellas indelebles del futuro: según el grupo, los plastigomerados (fusión de plásticos, arena, desechos humanos y cemento) comprimidos en el suelo de ciudades y fábricas serán el marcador geológico del inicio del Antropoceno. Una vez tengan los marcadores y hayan hecho la propuesta, la moción se consideraría por más grupos de estudio y contrastación, hasta llegar a una comisión final de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas.

Ahora bien, ¿qué es en realidad el Antropoceno en su versión más extensa, no sólo geológica? Aquí vuelve a aparecer la biología y la antropología para apuntalar la existencia de esa nueva era. La escala de medición del impacto humano es mucho más grande en la fauna y la vegetación que en la geofísica. Por ejemplo: los humanos más antiguos surgidos de la glaciación ya contribuyeron en América, Europa y el norte de Asia a la extinción masiva de los grandes mamíferos, mucho antes incluso de que la Humanidad superase los 50 millones de individuos en todo el planeta. El impacto ambiental humano alteró por completo los nichos ecológicos de muchas especies, a las que perseguían para cazarlas (uros, mamuts, perezosos gigantes…) o alterando el propio suelo para la agricultura y la ganadería intensiva. Otros en cambio, creen que podría centrarse en el inicio de la expansión y la interconexión de los grupos humanos dispersos, a partir del siglo XV; más certero podría ser la Revolución Industrial, que inició el proceso de destrucción, consumo acelerado de recursos naturales (desde el agua dulce a los minerales). O la era nuclear, el salto definitivo.

Biológicamente la Humanidad es culpable de la reducción de los grandes mamíferos en todos los continentes, la domesticación y alteración genética de decenas de especies animales que ya no se someten a la evolución natural, sino a nuestros caprichos (desde la vaca al perro pasando por las ratas, gaviotas e incluso hormigas). Eso sin olvidar el trasvase de especies de un continente a otro, que sólo era posible cuando los continentes se conectaban, pero que la Humanidad aceleró con al tráfico marítimo. Con los humanos en el dominio, la biodiversidad ha disminuido dramáticamente y casi todos los ecosistemas del mundo se han transformado parcial o totalmente. Los efectos colaterales de un sistema de producción masivo basado en la explotación de progresión geométrica provoca la destrucción de nichos ecológicos; la expansión continua de los campos de cultivo para alimentar a una población creciente destruye espacio vital para la fauna y resta masa vegetal.

Eso lleva a la otra razón para entender el Antropoceno, y es el cambio en el equilibrio físico y químico de la atmósfera, lo que produce el cambio climático y el calentamiento de los océanos, que a su vez rompe el frágil equilibro de la mayoría de especies marinas que viven en los primeros 100 metros de profundidad. El aumento del dióxido de carbono por el uso continuado de combustibles fósiles, la deforestación y la producción de islas de calor gigantes en las metrópolis urbanas provoca cambios casi imposibles de detener. El último elemento definitorio a nivel planetario fueron las glaciaciones: en los intervalos entre una y otra el dióxido de carbono varió de entre 180 partes por millón (en épocas frías) a 280, una horquilla manejable. Actualmente es de 383 partes por millón, lo que es un desafío a la propia vida humana.

Qué es una era geológica

De igual manera que la Historia se divide en milenios, siglos o épocas, la cronología geológica está subdividida en tramos temporales que abarcan millones de años; es una escala temporal por convención basada en marcadores estratigráficos (cada estrato de sedimentos acumulados o cambio genera un cambio de era por sucesos geológicos importantes). Cada era se divide a su vez en eones, y éstos en periodos. A su vez están ligadas a la propia Historia de la vida en la Tierra. Es decir, que las Eras arrancan con la aparición de la vida hace entre 4.000 y 3.500 millones de años con las primeras células, y cada cambio biológico va acompasado con los geológicos.

La división actual clásica se hace en diez eras: Eoarcaico (4.000 millones de años), Paleoarcaico (3.600 millones de años), Mesoarcaico (3.200 millones de años), Neoarcaico (2.800 millones de años), Paleoproterozoico (2.500 millones de años, clave, ya que se produce la expansión del oxígeno y aparecen las eucariotas), Mesoproterozoico (hace 1.600 millones de años), Neoproterozoico (1.000 millones de años, cuando la Tierra se congeló por completo), Paleozoico (541 millones de años, aparece la vida bacteriana y en los mares, que pasa lentamente a la tierra), Mesozoico (252 millones de años, la vida reina en la superficie y se desarrolla con los reptiles) y el Cenozoico (66 millones de años, auge de los mamíferos).

Al ligar el paso de una era a otra a partir de grandes cambios geológicos o extinciones masivas (como la de los saurios), se crea una escala integral que une lo geológico con lo biológico. Sin duda un buen ejemplo sería el paso del Mesozoico al Cenozoico (hace 65 millones de años): no sólo hubo una extinción masiva biológica, también hay un marcador físico reconocible en los restos del meteorito que impactó en la península del Yucatán. En ese estrato geológico, presente en todo el planeta, se identifican al mismo tiempo formaciones minerales producidas por el impacto con las siguientes capas donde abundan los fósiles.

La sexta extinción masiva

Con este concepto se conoce la desaparición masiva, global y transversal (es decir, que no discrimina especies o reinos animales) de formas de vida biológicas, con la particularidad de que estaría causada por la acción directa o indirecta del ser humano (caza, destrucción del medio ambiente, contaminación, cambio climático). Según el cálculo, hasta un millón de especies están en peligro. Por orden: Extinción Ordovícico-Silúrico (hace 439 millones de años), que causó la desaparición del 85% de la vida, quizás por una supernova; Devónico-Carbonífero (hace 367 millones de años), el 82% de la vida por vulcanismo extremo; Pérmico-Triásico (hace 251 millones de años), la peor, desapareció el 96% de la vida por meteoros combinados con vulcanismo; Triásico-Jurásico (hace 210 millones de años), el 76% de la vida al romperse el supercontinente de Pangea; y Cretácico-Terciario (hace 65 millones de años), la más célebre, la de los saurios, que acabó con el 75% de la vida.

A diferencia de lo ocurrido hasta ahora, desde el siglo XVI en adelante el ser humano se ha convertido en un factor de extinción, no por geología o impactos de meteoritos, es la primera vez que una especie provoca extinciones en masa. El cálculo es de más de 620 especies sólo entre los vertebrados en esos 500 años, a las que hay que añadir otras cientos más que son “zombis biológicos”, ya que sobreviven en zoos o en reductos tan pequeños que su supervivencia, por el bajo número de ejemplares, no está garantizada. Lo trágico es que es una extinción que no respeta ningún reino animal (una de cada ocho especies de aves, una de cada cuatro mamíferos, una de cada tres anfibios y el 70% de las plantas están en peligro inminente) y sólo está en su fase inicial: realmente será un punto de no retorno cuando los océanos alcancen la masa crítica de absorción de carbono, cifrada en 310.000 millones de toneladas, que según el equipo de investigación de la ONU se alcanzará a finales de este siglo.

Trinity, primera prueba nuclear. Los residuos geológicos provocados por las pruebas nucleares, más la contaminación, suelen ser los indicadores clave de los partidarios del Antropoceno