Dos siglos después, el “Poeta de América” mantiene su solidez a través de ese libro-tótem que es ‘Hojas de hierba’ (hasta el punto de oscurecer el resto de su obra), del que hizo varias ediciones y que tuvo un efecto inmenso en la dominante cultural norteamericana actual, maestro de poetas, narrador épico y pionero del verso libre y vitalista, dio fuerza a su país y su idioma. Cumple dos siglos desde que vio el mundo por primera vez, y su obra es decisiva para entender la poesía posterior.
IMÁGENES: Wikimeda Commons / Austral / Galaxia Gutenberg
Walt Whitman fue un pionero por muchas razones. Están las político-culturales: narró la epopeya del nacimiento de EEUU como cultura y sociedad liberadora, concibiéndola como la democracia perfecta para que el individuo se desarrollara libre de ataduras. Ese individualismo vitalista fue clave en su éxito posterior, lo que vino muy bien al nacionalismo norteamericano a posteriori, en especial a la vertiente demócrata-liberal. Están las puramente literarias: de los primeros en usar el verso libre y darle una dimensión lírica que todavía hoy influye en sucesivas generaciones de escritores; con un lenguaje sencillo pero lleno de vida logró redimensionar la lengua inglesa. A eso se añade una visión casi dionisíaca del arte de escribir y expresar que entronca con la música, ya que su afición a la ópera dotó de un ritmo muy particular a su literatura. La naturaleza además formó parte de su obra, hasta el punto de sugerir casi un panteísmo filosófico en la comunión entre ser humano y medio natural. Un punto y aparte. Tan diferente de todo lo anterior que por fuerza convulsionó a la jovencísima literatura norteamericana, todavía entonces deudora de la inglesa.
En forma y fondo Whitman era totalmente diferente al resto de lo que se escribía, un pionero como lo fueron sus compatriotas Poe y Lovecraft, pero desde otro punto de vista muy diferente. La poesía era el mundo en el que entró este neoyorquino de adopción cuya influencia llega incluso hasta Allen Ginsberg y Federico García Lorca. Tal fue la potencia literaria de Whitman, cuya fama se alarga en el tiempo sin apenas haber sido trastocada. Como todo rompedor, tiene mucho de mitología literaria a su alrededor, aunque en este caso acorde con su proeza, que fue la definición de la vida y la libertad como el marco total de toda narrativa. Todo está subordinado a esa inmensa creación que debe sobrecogernos, por encima de la sociedad y sus normas. Es a las leyes de esa creación total a las que debemos plegarnos, no a la sociedad convencional. “Mira tan lejos como puedas, hay espacio ilimitado allá, cuenta tantas horas como puedas, hay tiempo ilimitado antes y después”, escribió. Removió tanto los temas como las formas de estilo, con lo que desencadenó una carrera por la poesía en EEUU que llega hasta hoy mismo.
Era el siglo XIX en un país joven en expansión continua y acelerada; el naturalismo de Whitman se funde con la necesidad de consagrar al individuo y su libertad. El ser humano es libre por completo y esta libertad no debe someterse a nada ni nadie. El mundo fue creado para nuestro solaz y felicidad, para que fuéramos libres en él sin necesidad de otras normas, sociedades o puntualizaciones culturales. “Resiste mucho, obedece poco”, es uno de sus versos más célebres. En cierto modo Whitman fue el mayor liberal literario posible, libertario incluso, desligó al ser humano de toda obediencia a lo tradicional (donde podría entrar incluso la religión o la sociedad misma) para que pudiera ser eterno en su felicidad y naturaleza. Llevándolo al extremo, hay incluso un egocentrismo humano exagerado, en el que cada uno somos dueños de una vida que debe enaltecerse y liberarse. No tiene nada de novedoso si echamos un vistazo a la biografía de Whitman: sus padres eran muy cercanos al credo cuáquero, cristianismo protestante que considera que cada ser lleva en su interior un poco de divinidad. Especial peso tuvo su madre Louise, que perseveró con su hijo para inculcarle valores positivos frente a la violencia paterna. De hecho, se vio a sí mismo como el padre real de sus hermanos, ya que nunca tuvo hijos propios ni se casó.
No obstante en su personalidad y carácter hay lagunas que explican un viejo mito literario: el del escritor cuyas obras le confieren una épica que su vida real nunca tuvo. Algo parecido a lo que ocurriera con Pío Baroja o con H. P. Lovecraft, un recluso de su propio universo que viajó por el planeta y por universos paralelos sin apenas cruzar la puerta de casa. Parecido a Hergé, que se llevó a Tintín de paseo por medio mundo pero que casi nunca salió de Bruselas. Todas las biografías señalan varios puntos: para empezar nunca salió de EEUU, viajó poco por el país, en efecto no se casó nunca y la posible homosexualidad planeó siempre en su vida. Para los lectores y escritores pasó a ser una suerte de “vagabundo” de las emociones vitales y las ideas que casa poco con lo que se sabe de él, siempre de un trabajo a otro, obsesionado con la poesía y con su obra, con la defensa de la democracia y con honrar a su gran padrino, Ralph Waldo Emerson, que le protegió. Quiso ser un “Homero” americano, lo que es poco menos que pedir lo imposible.
Y sin embargo ésa fue su obsesión vital a partir de ese segundo nacimiento de 1855, cuando publica la primera edición de ‘Hojas de hierba’. Curiosamente el mismo año en el que muere su tiránico padre. Ansiaba ser ese poeta-soberano que representa la belleza y la nombra, el eje central de la cultura y el arte, como si la poesía fuera una medicina transversal que cura todos los males del ser humano y la sociedad. Antes de 1855 Whitman era un autor más que se balanceaba por el mundo de las imprentas y las redacciones de la prensa, pero conocer a Emerson le cambió. Éste dijo: “Aún no hemos tenido al genio que […] aprecie el valor de nuestros incomparables materiales”. A ese empeño se alistó Whitman con una alegría desmedida, y con espíritu definitorio, lo que explicaría que revisara una y otra vez ‘Hojas de hierba’ y lo aumentara cada vez más. Esos continuos cambios son un problema y una bendición a la vez, porque mientras que es imposible fijar el libro en un tiempo concreto en una etapa específica de su talento literario, el compendio puede ser visto como la obra de toda una vida. El libro-río desde 1855 a 1893. Casi 40 años de trabajo que pueden resumirse en un solo volumen. Eso sin contar ‘Drum-Taps’ (1865), ‘Democratic Vistas’ (1871), ‘Memoranda during the war’ (1876) y ‘Specimen Days’ (1882).
El objetivo homérico se ceñía a su intención de escribir para el “humano nuevo”, el ser humano americano por definición, que él consideraba casi una nueva raza a la que creía más fuerte físicamente, mejor alimentada, que vivía en un entorno natural más sano y libre a diferencia de esa Europa viciada por siglos de civilización acumulados. Veía a los americanos como gente más completa, intrépida, sana y vigorosa, desde luego más libre (Europa seguía gobernada por el trono y el altar) e incluso más cálida. El mito del buen nativo americano, esas gentes inocentes y moralmente sanas que, sin embargo, debían liberarse también del peso social para completar su propia existencia. Esos hombres barbados capaces de cualquier cosa que alimentaron la maquinaria iconográfica de la cultura norteamericana, a pesar de que Whitman fue casi siempre mal visto por su poesía llena de erotismo.
La sexualidad es otro punto intenso de la obra de Whitman. De hecho durante años fue prohibido en Boston por obscenidad. Su intención literaria era la libertad completa, y por ello en Whitman el sexo no era algo reprobable, una de las características hipócritas de una sociedad que había heredado el puritanismo protestante como seña de identidad, lo cual contrastaba notoriamente por la enorme cantidad de prostíbulos que había en el país. El poeta entendía que el erotismo y la sexualidad forman parte de esa gozosa vida libre que todo individuo debía llevar, una parte de esa divinidad que afirmaba el trascendentalismo que abrazó en los años 50 de su siglo. Cuerpo y espiritualidad iban de la mano. El sexo era una llave y una puerta para completar el tránsito hacia el Edén que debía ser el mundo. Whitman ideó un mundo tan espléndido y glorioso como nuestra propia Naturaleza pudiera darnos, amor libre incluido. Al Paraíso que era la Tierra se llegaba por muchas vías, y en aquella Norteamérica de la segunda mitad del siglo XIX hablar de esa manera tenía un precio. Su correspondencia, una confesión de Oscar Wilde (al que conoció en 1882), y determinados versos indican, para la mayoría de biógrafos, que era bisexual u homosexual, aunque en realidad eso no es interesante o importa: es el sexo en sí mismo, alegre y vitalista en su caso, lo que le ayuda a romper barreras.
Es una de las grandes paradojas del poeta: escribe y cincela una país nuevo, una patria revolucionaria y ensanchada, la cual le mantiene en la marginalidad mientras que ese viejo mundo del que reniega le considera un iluminado. Whitman será grande sólo en los círculos literarios y artísticos, donde poco a poco, como la lluvia que cala lentamente, ejerce una influencia que trascenderá su generación, la siguiente, a la que vendrá después… incluso en la posguerra. Fue el poeta homérico pero también el icono del que se colgarán todos los sueños posibles. El vagabundo poeta con el que soñarán los beatniks que, en realidad, tuvo una vida ambulante a mercede de la fortuna, de sus pasiones y sobre todo de sus hermanos, con los que le unirá una fuerte relación en la que ejerce casi de progenitor. La Guerra Civil americana le hunden anímicamente, termina como enfermero voluntario y visitador psicológico para los heridos porque es demasiado mayor para luchar. El asesinato de Abraham Lincoln le empuja a escribir uno de sus poemas más célebres, ‘Oh capitán, mi capitán’. Incluye en su obra esa sombra de la muerte, que en realidad espolea a la propia vida en sus textos: “La hojita más pequeña de hierba nos enseña que la muerte no existe; que si alguna vez existió, fue sólo para producir la vida”.
Esa personalidad literaria llegó a trascender la propia vida. Llegados a este punto, cuando ya conocemos los elementos filosóficos y profundos de su poesía, llega el momento de llegar a saber quién fue realmente Walt Whitman, un hombre inestable, que fingió más de lo que fue, que escribía diatribas profundas contra el alcohol pero que se sospecha bebía a escondidas, que hablaba de erotismo y sexualidad sin especificar si eran hombres o mujeres los destinatarios de las palabras, sobre si en realidad era un misógino o un simple iluminado en el contexto de su tiempo, profundamente machista. “Yo soy inmenso, contengo multitudes”, escribió. Cuando Whitman murió fueron al funeral 3.000 personas, una muestra de afecto que contrastó notoriamente con lo que le había ocurrido en su vida, donde era un poeta de unos pocos, no de las masas. Ese funeral fue el final del hombre, mucho más mundano quizás que su obra, y el nacimiento del Poeta con P mayúscula, el icono de todo un país.
‘Hojas de hierba’, mucho más que un libro
No es una simple obra impresa, fue uno de los pilares de la cultura americana en una época en la que apenas era un niño que daba sus primeros pasos. Es un canto lírico al nacimiento de Estados Unidos cuando el propio país se rompía por el esclavismo y la guerra. Confió en la fraternidad como el motor político, y ese movimiento casaba a la perfección con la democracia, donde todos son ciudadanos y todos reman en la misma dirección. Los poemas de ‘Hojas de hierba’ son un fresco literario de la diversidad de una sociedad construida con la emigración y la colonización, donde todo es nuevo y bajo el amparo de la libertad, permite todo tipo de formas de vida. El paisaje natural es el escenario perfecto para esa épica democrática centrada por completo en el Nuevo Mundo, al que ensalza al tiempo que desconfía y cuestiona la estética y las tradiciones de Europa.
En su visión política, la democracia es la gran madre en la que ricos y pobres, hombres y mujeres, vivirán su desarrollo pleno. Whitman hace real en papel y tinta aquella máxima de que América sería la luz del mundo, la liberadora de cadenas. Al mismo tiempo es una confesión personal, porque como él mismo dejó por escrito, “esto no es un libro: quien lo toca, toca a un hombre”. Su aspecto de vagabundo, de bohemio, sería parte del legado literario, que emergería luego en Ginsberg y los beatniks del siglo XX. Aparecen en sus páginas los leitmotiv del escritor, desde el amor profundo por la naturaleza, el peso rítmico de la música en su forma de escribir, el erotismo, la vida en una urbe joven en perpetua expansión como es Nueva York. Una revolución en papel para la cultura.
Vida y obra de un poeta
Nació cuando EEUU apenas tenía 43 años, en West Hills (1819), hijo de la emigración europea, con padre británico y madre holandesa, el segundo de una familia numerosa y pobre que no tuvo recursos para pasar por la escuela salvo de forma ocasional. Desde muy pronto se puso a trabajar como maestro itinerante y luego como impresor. A pesar de su baja cualificación académica, ejerció de maestro para otros. Pero fue en la imprenta donde brotó la pasión por el periodismo que le llevaría a Nueva York, donde medró por encima de su origen. Fundó periódicos y trabajó en decenas de ellos alrededor de la metrópoli. Fue director del Brooklyn Eagle entre 1846 y 1848, del que salió por una de sus principales motivaciones políticas: era un abolicionista (pero no quería que los negros votaran), y el periódico justo lo contrario. Ese mismo año, un encuentro en la ópera le proporcionó su siguiente trabajo, el New Orleans Crescent, donde entró en contacto con la América rural con la que alimentaría buena parte de su obra poética, a la que se entregó de lleno al regresar a la futura metrópoli poco después.
En 1855 aparecía su gran obra, ‘Hojas de hierba’, la primera de las ocho ediciones revisadas que haría Whitman, con apenas doce poemas sin título, editadas por él mismo. Fue un desastre: imprimió 795 ejemplares y la mayoría fueron regalados, entre ellos a Ralph Waldo Emerson, literato de renombre en la época y clave para Whitman. Fue el empuje de Emerson el que dio alas a Whitman para seguir escribiendo a pesar de tenerlo todo en contra. Realizó más ediciones revisadas de ‘Hojas de hierba’. Durante la Guerra Civil americana en la década de los 60 trabajó como enfermero voluntario, y al terminar el conflicto se estableció en Washington DC para ser funcionario. Con parte de su vida económica asegurada, escribió poesía y ensayo político, en los que criticaba el excesivo materialismo mercantil de la sociedad norteamericana al tiempo que ensalzaba el liberalismo y la democracia. En 1873, por el cúmulo de enfermedades que sufrió, decidió cambiar de aires y se mudó a la ciudad de Camden, en Nueva Jersey, donde permanecería hasta su muerte en 1892. Y como una gran dinamo cósmica, todo giró alrededor de ‘Hojas de hierba’, su gran obra que en realidad fue un lugar común: hasta su muerte siguió con la revisión y ampliación de este libro, que tenía cada vez más poemas y más perfeccionados.
La Guerra Civil Americana fue uno de los sucesos que más le atormentaron como autor
La influencia de Whitman
El Homero de EEUU rompió con vitalidad y alegría la poesía, la simplificó sin hacerla simplona sino más profunda. Ese acto lingüístico junto con su filosofía poética de libertad son el gran alimento de las generaciones que le siguieron. Poeta de la democracia y de la naturaleza a partes iguales. Entre sus seguidores y ávidos lectores aparecen Ezra Pound, que le concibió como el guía literario absoluto, una opinión compartida por gran parte de la élite literaria norteamericana en los siguientes 40 años a su muerte. Ya en vida, pero sobre todo póstumamente, los autores que le señalaron como referencia directa incluye a Wallace Stevens, D. H. Lawrence, T. S. Eliot o John Ashbery, y entre los hispanohablantes poetas como Rubén Darío o León Felipe, Lorca, Pablo Neruda o Ernesto Cardenal, además de Fernando Pessoa.
Y más recientemente críticos como Harold Bloom lo consideran el padre cultural de EEUU. Pero fue su vitalidad y apariencia estética (“el vagabundo poeta”) las que culminaron su legado. Por así decirlo, hubo una fusión a posteriori de ética y estética en Whitman, una combinación que explosionó con Allen Ginsberg y Jack Kerouac en el mundo beat de posguerra. En los años 50 y 60 del siglo XX pasó a ser un icono casi mesiánico por el que todos debían pasar. Pero quizás su mayor admirador, y de más categoría (porque lo hizo desde la literatura y la filosofía) fue Jorge Luis Borges, que confesó haberse dejado imbuir por completo por ‘Hojas de hierba’.
Allen Ginsberg y Jack Kerouac (Generación Beat), dos ejemplos de la influencia tardía y transgeneracional de Whitman