Han pasado ya 40 años de la muerte de Werner Heisenberg, físico, creador de la mecánica cuántica, Nobel en 1932, padre del Principio de Incertidumbre y uno de los responsables del intento de los nazis de tener la bomba atómica. Aunque un error de cálculo (¿deliberado?) permitió que no la consiguieran. Su historia es digna de ser llevada al cine.

Si Spielberg está buscando guión para otra aproximación a la Segunda Guerra Mundial bien podría fijarse en uno de los mayores genios de la física, y sin duda una de las figuras más controvertidas de la Historia de la Ciencia, de los muchos (no fueron pocos precisamente) brillantes científicos que se pusieron a las órdenes del Tercer Reich para todo tipo de proyectos, desde misiles (como en el caso de Von Braun) a la bomba atómica, encargada (entre otros) a Werner Heisenberg (1901-1976). En 1933, cuando Hitler llegó al poder, Heisenberg era un flamante Nobel de Física y uno de los genios pensantes más importantes de la ciencia al desarrollar el Principio de Incertidumbre, vital para la Teoría Cuántica, en el que afirma que es imposible medir simultáneamente la posición y el momento lineal de una partícula.

Y entonces llegaron los nazis, que prohibieron toda teoría salida de mentes judías (como Born y Einstein), lo que afectaba a la mecánica cuántica que él estudiaba. Sin embargo era alemán, y la maquinaria nazi los reclutó en 1940 para el proyecto de la bomba atómica alemana. En esos años, además, fue el director del Instituto Max Plank, el gran centro de estudio germano sobre ciencias. Era sencillo: si teóricamente se podía hacer, como había quedado demostrado, también era viable en la práctica. Casi en paralelo a los esfuerzos de Einstein y su famosa carta a Roosevelt, Heisenberg tuvo trabajando a varios equipos para construir la bomba, y entre los colaboradores a Otto Hahn, padre de la fisión nuclear.

Uno de los puntos clave era encontrar el volumen de la masa crítica de uranio necesaria para que hubiera fisión y por lo tanto se desencadenara la liberación de energía que es la explosión. Uno de esos equipos, supervisados por él, cometió un error de cálculo y todos los experimentos fueron fallidos. Él tampoco se dio cuenta del error al revisar los cálculos, lo que, dada su capacidad, es extraño. Dos años más tarde el proyecto había sido abandonado, aunque varios laboratorios (sobre todo cerca de Berlín) siguieron trabajando en este campo de manera secundaria. Antes, en 1941, Heisenberg se reunió en Dinamarca con un físico que trabajaba para los Aliados, Bohr, y le indujo a pensar en la conversación que los nazis ya tenían casi lista la bomba. Lo cual, evidentemente, era mentira.

Werner Heisenberg en los años 30 

El simple hecho de que hubiera viajado a verle era una traición a los nazis. Se jugó la vida. Este suceso nunca fue aclarado, pero Bohr aseguró a todos que Heisenberg se lo había insinuado. En realidad Heisenberg parecía presionar para que todos los investigadores se detuvieran y evitar que nadie tuviera la bomba durante el conflicto, que fuera después, durante la paz. Tanto él como muchos otros eran proclives a detener los procesos. Más tarde, en la posguerra, negó que quisieran construir la bomba, que sólo buscaban hacer reactores nucleares para producir energía ilimitada. Este hecho hizo que EEUU acelerara el Proyecto Manhattan que daría lugar a las bombas de Hiroshima y Nagasaki.

Tiempo después llega la prueba contrastada de los que creen que Heisenberg engañó a los nazis. Fue detenido junto con otros muchos científicos durante la Operación Epsilón de los Aliados. Fueron reunidos en varias casas rurales repletas de micrófonos y cámaras escondidas. Los Aliados querían que se relajaran y “soltaran la lengua” al sentirse a salvo. Muchos de ellos confesaron cosas que nunca habrían dicho durante interrogatorios al uso. Heisenberg, sin embargo, hizo algo más: primero mostró su enorme sorpresa de que los norteamericanos hubieran conseguido la bomba en apenas tres años y medio. Y después, en apenas dos días, fue capaz, él solo, de calcular la masa crítica necesaria para una bomba similar a la de Hiroshima. Sin errores y sin que hubiera ayudas. Justamente la pericia casi natural que le “faltó” años antes en Alemania.

Toda esta historia quedó enterrada en la posguerra junto con otras muchas, como la de Alan Turing y su brillante papel durante la Segunda Guerra Mundial, o la larga lista de complicidades de Von Braun con los nazis, convenientemente borradas por el Ejército de EEUU para que diseñara el programa de cohetes de la NASA y llevara al tres humanos a la Luna. Con la paz, y después de casi una década como proscrito oficial, Heisenberg regresó a la docencia en Escocia y Munich, donde se concentró en el estudio de los rayos cósmicos, la física de partículas elementales o la hidrodinámica de las turbulencias. Esa fue la tercera vida de Heisenberg después de su relación con los nazis, pero también la continuación de su enorme labor como físico.

En 1925 ya había creado la mecánica cuántica matricial, precisamente con la ayuda de Bohr. Su idea es un acercamiento práctico a la mecánica física: centra su interés en saber qué ocurre al principio y al final en lugar de comprender todo el proceso de forma global. Agrupa la información obtenida en cuadros de doble entrada, es decir, una teoría de matrices propia de las matemáticas aplicada en la física. De este mecanismo se derivan dos certezas: la primera, que la multiplicación de resultados a partir de esas matrices no es conmutativa, y por otro, que genera una “incertidumbre” constante, lo que le llevó a desarrollar el Principio homónimo: cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula, menos se conoce su cantidad de movimientos lineales, su masa y velocidad. Es decir, que no se puede determinar con precisión ciertos pares de variables física a la vez, sobre todo las básicas como posición y “momento lineal” (es decir, qué cantidad de movimiento experimenta esa partícula en un momento dado).

Esta forma de enfocar el estudio fue un éxito inmenso que le dio el Nobel años más tarde y sobre todo revolucionó la física de lo más pequeño frente a la física de lo más grande de Einstein. Y no tenía ni siquiera 32 años.