Geología y biología unidas a la perfección: hace 600 millones de años la erosión de una cordillera propició una gran explosión de vida.

Imaginen una cordillera tan alta como el Himalaya que se extendía a lo largo de 2.500 km y que era una gran cicatriz entre lo que hoy es Sudamérica y África Occidental, en una época en la que amblas placas tectónicas estaban unidas porque habían chocado elevando el punto intermedio. Esa cordillera estaba llena de nutrientes naturales que, por la erosión y la separación tectónica terminaron en el mar, donde propiciaron una gran explosión biológica.

La investigación iniciada por el Servicio Geológico de Brasil y la Universidad de Sao Paulo terminó en manos de la Australian National University, que logró casar unas pruebas con otras y darse cuenta de que las similitudes químicas entre las rocas permitía trazar un punto de conexión basándose en la tectónica de placas. No sólo eran de la misma edad, además eran casi gemelas en el nivel químico.

Al romperse Gondwana la acumulación de suelos sedimentarios llenos de nitratos y material asimilable por la biología quedó liberado. Como dice una de los investigadoras, Daniela Rubatto (Australian National University), “esta cordillera fu erosionada intensamente porque era enorme. Los sedimentos que llegaron a los océanos proporcionaron los nutrientes perfectos”, vitales para que cambiara el equilibrio químico. Es decir, que cambio la composición de la zona creando un escenario perfecto para que la vida se aprovechara, a todos los niveles, vegetales y bacterianos.

Era una de las muchas teorías para intentar explicar por qué en esa zona han quedado señales de ese crecimiento exponencial de la vida. Se suponía que había cambiado el equilibrio de nutrientes dando base a la nueva curva. De las antiguas montañas y su posición, y cuando decimos antiguas nos referimos a más de 250 millones de años, no se sabía demasiado. Por fin se conoce una ubicación y su influencia en la química y geología terrestre.

Cuando las dos placas continentales chocaron, cada borde tuvo un comportamiento distinto: una fue empujada hacia arriba y la otra hacia abajo, llegando a una profundidad inmensa que supera los 100 km. Allí la presión y el calor modifican la composición de los materiales que luego, tras la erosión y salida hacia la superficie dieron lugar a un nuevo ciclo. Esas “raíces” de la montaña están ahora diseminadas por la costa del golfo de Guinea y el noreste de Brasil.