CaixaForum alberga desde hace días la exposición (‘Warhol, el arte mecánico’) sobre Andy Warhol que ya estuvo en la sede barcelonesa de la institución, organizada en colaboración con el Museo Picasso de Málaga y que destaca la forma con la que Warhol capta el culto a la mercancía surgido de las invenciones industriales del siglo XIX. No hay que olvidar que los Rolling Stones, Jean M. Basquiat, Marcel Duchamp, Marylin Monroe, Elvis Presley o David Bowie fueron transformados en “mercancía cultural” por la mano del artista.
Siempre atento al avance técnico e industrial, Warhol usó todo tipo de técnicas y de máquinas para su producción artística, desde la serigrafía hasta la grabadora de vídeo, siempre con patrones productivos que él mismo definió como “propios de una cadena de montaje”. El pater familias del pop-art fue muy coherente en ese sentido: aplicó los principios capitalistas del consumo de masas y la producción en serie, siempre con la salvedad que el suyo era un trabajo artístico. Halló ese camino intermedio entre la creatividad de autor y la producción mercantil que hoy domina el arte. La exposición recoge precisamente ese espíritu novedoso, una vía intermedia que se nutre de muchas obras propias para explicar por qué hizo lo que hizo.
Aunque parezca mecánico, impersonal, no lo es tanto, y todo está cargado de un cinismo que niega lo espiritual y se centra en la transformación de un objeto o idea en algo vendible. Se colocó entre la intelectualidad neoyorquina (de las más elitistas del mundo, siempre con la puerta del callejón abierta para dvorar al siguiente genio utilizable) y esa cultura de masas de posguerra. Como indica el leitmotiv de la exposición, “el silencio nihilista de Warhol es, de hecho, uno de los factores que dan altura poética a su trabajo”. Junto a una selección de ensayos escritos por teóricos de su obra, la exposición incluye una sección de retratos del artista, tomados por fotógrafos como Alberto Schommer, Richard Avedon o Robert Mapplethorpe.
Warhol era como una gran caja negra en la que entraban elementos dispersos y salían obras de arte no tan construidas como “deconstruidas”. Era perfecto para los ánimos de aquel tiempo de prosperidad material y conflicto social. No es casual que sus mejores obras sean reconstrucciones (siempre desde su particular visión artística, eso es innegable) de objetos tan cotidianos como las latas de sopas Campbell o fotografías anodinas de iconos humanos, desde actores a políticos (incluyendo a Mao) y cantantes. Con ese espíritu de fusión, reconstrucción y mecánica mercantil creó la Silver Factory, un laboratorio cultural experimental que era, a la vez, sede de un nuevo tipo de empresa cultural.
Esa deriva le llevó a vampirizar todo lo que había a su alrededor, ya fueran objetos, personas, técnicas, obras ajenas, propias, ideas, movimientos… y finalmente, acabó devorándose a sí mismo, convertido por su mano en un icono-obra. Especialmente desde que el intento de asesinato por una fan en 1968 casi lo fulmina del mundo. Se escondió aún más del mundo y creó una máscara Warhol para esconder al verdadero Warhol. Trasladó la sede de sus operaciones comerciales y estéticas a The Office, un espacio más burgués y ordenado logísticamente que es la fase final de su transformación en artista-fábrica. Desde allí dirigió revistas, pintaba retratos y asumía encargos comerciales que le llevaron al máximo cénit de su fama y fortuna.
Artista, icono, emprendedor, Warhol
Nacido en Pittsburgh en 1928 y fallecido en Nueva York en 1987 por complicaciones con una operación de vesícula. Entre medias un ilustrador, diseñador, pintor, escultor, videocreador, director de cine y un icono en sí mismo, suma de todas las corrientes de cambio cultural en EEUU durante los años 60 y 70, su época más prolífica. Devoto religioso del cristianismo eslovaco (llegó incluso a pagarle la carrera de teología a uno de sus sobrinos y su funeral en Pittsburgh fue por el estricto rito católico bizantino). Fue un niño enfermizo que le encerró en su propio mundo, convirtiéndole en un hipocondríaco tímido y pasivo que canalizó toda su fuerza a través del arte y sus negocios alrededor del propio arte.
La etiqueta de “artista plástico” se le queda corta. Antes de artista fue dibujante e ilustrador de publicidad en los años 50 en revistas como Vogue, New Yorker y Harper’s Bazaar; en paralelo empezó a experimentar con los collage, la pintura y las alteraciones de fotografías o dibujos para crear un nuevo tipo de expresión artística que ya se había inventado en las Vanguardias de la primera mitad del siglo XX pero que él elevó a otro nivel. Su ancla fueron las galerías neoyorquinas, que durante toda su vida fueron un pilar fundamental para la salida al mercado de sus creaciones, progresivamente más seriadas, reproducibles y casi industriales.
En paralelo creó la mencionada The Factory, una gran asociación de artistas multidisciplinares y extremos en muchos aspectos que orbitaba a su alrededor, que tuvo tres sedes diferentes y que fue el particular “banco de pruebas” de su vida. El mundo de posguerra era su alimento, la cultura de masas, la repetición para las masas, el consumo de masas, los medios y la publicidad. Su característica estilística fueron los colores vivos y brillantes, de acuerdo con las tesis del pop art que él consiguió fundamentar a su manera. Fue publicista y supo usar las técnicas del marketing en su beneficio, incluso creando un mundo de superficialidad, marginalidad y hedonismo del que él apenas participaba: era famoso por sentarse en una esquina, en silencio, y rodar, fotografiar y observar a los demás divertirse como parte del material que usaría luego.
Tres de las serigrafías de Warhol (arriba) y una de las fotos icónicas del artista (debajo)