El Museo Guggenheim de Bilbao reúne parte de su colección en una muestra colectiva que intenta atrapar la magia de la Escuela de París, una difusa coincidencia geográfica y vitalista que convirtió la capital francesa en el centro del universo de las vanguardias entre 1900 y 1945. Sólo la peor guerra de la Historia pudo destruir aquel mundo de creación libre.

IMÁGENES: Web / Prensa del Museo Guggenheim de Bilbao

Si alguna vez estuvo interesado en las Vanguardias de la primera mitad del siglo XX, si quiere hacerse una idea más o menos global de lo que supuso la confluencia sobre París durante esas primeras cuatro décadas vitales para el arte occidental, y desde luego si es un fan acérrimo de la ruptura histórica que dio lugar al arte contemporáneo, viaje al Guggenheim bilbaíno desde ya hasta el 23 de octubre. ‘Panoramas de la ciudad: la Escuela de París, 1900-1945’ es un recorrido amplio y multidisciplinar y sin excesivas fronteras de estilo o movimiento que dibuja bien el producto de aquella atmósfera de libertad bohemia, revolución y talento que fue la ciudad, capaz de sobrevivir a la Primera Guerra Mundial pero que no pudo sobrevivir a la segunda y la ocupación nazi. El fascismo y la guerra que siguió su estela hizo más que masacrar generaciones y pueblos, también destruyó para siempre aquella Escuela de París sobre la que se basó casi todo el arte contemporáneo posterior. En su lugar fue Nueva York la que recogió el testigo. El abanico de la exposición incluye a Picasso, Juan Gris, Constantin Brancusi, Georges Braque, Robert Delaunay, Amedeo Modigliani, Kandinsky…

Comisariada por Lauren Hinkson a partir de la colección del museo central de Nueva York, la muestra indaga en los movimientos más importantes del arte moderno, especialmente el cubismo, el surrealismo y el arte abstracto, y que conjuntamente dieron lugar a l’École de Paris, una etiqueta que en realidad no definía un tipo de arte, sino una actitud: libertad total, vida de montaña rusa, exploración artística y sobre todo puertas abiertas al talento. De aquel ambiente tan peculiar, mantenido durante años (porque no obedecía a una voluntad concreta sino a una atmósfera) surgió casi todo lo que definiría el arte después. Fue en París donde Picasso y Braque revolucionaron el arte, donde crecieron Kandinsky y Delaunay, Chagall, Miró, Modigliani… donde brotaron los “ismos” como setas en el bosque, desde los vitales cubismo y surrealismo a las continuas variaciones que exploraron cada nicho cultural posible. Y como no podía ser de otra forma la exposición se basa precisamente en los productos de esa escuela, cuadros y objetos que será muy difícil volver a ver en España.

Cartel de la exposición

Artistas de todo el mundo viajaron a la “Ciudad de la Luz” que, ya fuera gobernada por la derecha francesa (especialmente alérgica al progresismo artístico, cerrilmente católica) o la izquierda (de raíz socialista y que en más de una ocasión intentó atraer a sus ideas a los creadores), mantenía aquella esencia de “el sitio en el que había que estar”. Allí se incubaba la vanguardia, la ruptura con el arte de siempre (académico, burgués, figurativo), desde los tiempos del impresionismo inicial. Allí crearon una ola tras otra, nuevas formas de arte, literatura y escena en paralelo al auge industrial de la capital y de la sociedad occidental. El título de la muestra, que remite a una serie pictórica de Delaunay, refleja cómo la ciudad moderna se convirtió́ en telón de fondo y fuente de inspiración para la producción artística. Incluye obras clave como ‘Le Moulin de la Galette’ (1900), de Pablo Picasso, ‘Desnudo’ (Nu, 1917), de Amedeo Modigliani, o ‘Violinista’ (Violiniste, 1923–24), de Marc Chagall.

El espectador no encontrará un nexo común a primera vista, pero sí en el trasfondo: todos tenían en común el ansia de renovación, el rechazo de la tradición estética y la total libertad creativa, que alimentó una maquinaria artística que los marchantes supieron rentabilizar. Fueron ellos los que, concentrados en París, supieron expandir el nuevo arte y alimentar el gusto de los que disponían de fondos. La ciudad era el escenario recurrente al que acudían. La vida urbana fue integrada en el arte y ya no existía la necesidad de naturaleza que por ejemplo si existió en los impresionistas. Durante esos años se celebraron varias exposiciones clave que sirvieron de excusa y de expresión de esas mismas revoluciones artísticas que unían arte e industria. Así, al Exposición Universal de 1900 extendió el uso de la red eléctrica por toda la capital (de donde vino el alias de “Ciudad de la Luz”)y permitió trabajar de noche: los bares, tabernas, cafés y clubes abrían hasta más tarde, y los artistas que no estaban de fiesta trabajaban en sus estudios.

mixta

‘Botellas y vasos’ (Picasso, 1911), ‘Ahí no se detiene el movimiento’ (Tanguy, 1945) y ‘Torre Eiffel’ (Delaunay, 1910), tres ejemplos de arte abstracto, cubismo, surrealismo y vanguardia de la “Escuela de París”

En 1925 llegaría la Exposición Internacional de Artes Decorativas, que fue un escaparate para la promoción del arte, el diseño y la arquitectura socialmente bien acepada como el Art Déco. La muestra fue el imán de las iras de vanguardista como Le Corbusier, fue un aliciente (en negativo, se entiende) para espolear a las nuevas ideas. En 1931 se celebró la Exposición de Arte Colonial, que hoy sería una infamia pero que intentaba entonces ejercer una labor propagandística del imperio francés. A fin de cuentas Francia exprimió a fondo a sus colonias para poder burlar el impacto directo de la Gran Depresión (de hecho su economía no fue tan socavada como la de otras naciones). Fue una cita muy conservadora, racista y que sólo sirvió para espolear a los artistas e intelectuales hacia exposiciones paralelas, lo que separó para siempre a la Escuela de París con el poder gubernamental. Y finalmente, en 1937, llegó la Exposición Internacional de Artes y Técnicas para la Vida Moderna, que abrazó con fuerza la mayoría de ideas de progreso de las vanguardias, como el Pabellón de la Aviación creado por Robert Delaunay y Sonia Delaunay, o el Guernica de Picasso que se exhibió en el pabellón español por primera vez.

Cubismo y vanguardia

El cubismo fue clave en el París de la primera mitad de siglo. Fue uno de los movimientos más fuertes y que más consecuencias tuvo. Se basaba en la fragmentación geométrica y la reconstrucción de la realidad de una manera simplificada, desnudándola de añadidos ideológicos y tradicionales. La pureza absoluta de la forma, construyendo la realidad a partir del conocimiento que se tiene de ella, no de lo que ven los ojos humanos. Picasso y Braque lo desarrollaron a fondo en la primera etapa de aquel París, entre 1907 y 1914, y que luego Albert Gleizes, Jean Metzinger, Robert Delaunay y otros pintores del Grupo de Puteaux, así denominado por la localidad de las afueras de París donde trabajaban muchos de ellos, coronaron. Estos lienzos cubistas sedujeron y escandalizaron a los espectadores que visitaron el Salón de los Independientes de 1911, la exposición anual que exhibía las obras de los apartados de los círculos oficiales. Buenos ejemplos son el “cubismo analítico” de Braque, como en ‘Piano y mandora’ (1910), y el cuadro ‘Botellas y vasos’ (1912) de Picasso. Chagall, que también optó por la abstracción, navegó igualmente por las aguas del cubismo; tanto como Piet Mondrian, otro de los estandartes de este movimiento y que también figura en la exposición del Guggenheim.

Surrealismo

Igual de especial y revolucionario fue el surrealismo, si bien no tuvo una influencia técnica sobre el arte pero sí de fondo. El surrealismo intentaba, sobre las teorías psiquiátricas de Freud y otros investigadores, liberar el subconsciente, vinculado con lo onírico y la alteración de todo lo que el consciente reprimía. Vincularon la fuerza mental humana con lo bueno, sin límites. Los surrealistas rompían moldes deliberadamente, se basaban en los sueños y en la experimentación técnica. A partir del manifiesto de André Breton en 1924 aparecieron los surrealistas como movimiento más o menos coherente dentro de la Escuela de París. Algunos de ellos, como Max Ernst e Yves Tanguy, yuxtaponían elementos incongruentes para dar paso a mundos oníricos, a la vez que Joan Miró y Jean Arp, por ejemplo, optaban por los “automatismos”, esto es, crear sin patrón fijo y dejando fluir lo que se les ocurría sin orden, huyendo del consciente y conectando con el subconsciente.

El soldado bebe (Chagall - 1912)

‘El soldado bebe’ (Chagall – 1912)

Abstracción y fragmentación

A partir de 1906 el arte se partió por completo. La abstracción llegó con una fuerza demoledora y fue el punto de no retorno. Incubado entre ese año y 1912, después de la Primera Guerra Mundial se expandió a cada movimiento y dio lugar a un sin fin de ismos y estilos derivados. El arte abstracto sintetizó en muchos artistas que vivían en París, donde lo importante era la no-figuración, la ruptura completa con la tradición milenaria que llegaba desde los griegos, y basar el arte en formas y colores. Sobre esa base muchos artistas crearon diferentes versiones y estilos nuevos. Uno de los “parisinos” que más peso tuvo fue Vasily Kandinsky, ruso de origen que ya practicaba la abstracción durante su estancia en Alemania. Llegó a París en la etapa final de l’Ecole, en 1934. En esta fase de su trabajo se aprecian formas más geométricas y “biomorfas”.

Antes Robert Delauney había explorado el camino de la abstracción total gracias al concepto de fragmentación y simultaneidad en la representación, el movimiento como parte de la expresión. Gracias a la Física consiguió acercarse a un tipo de arte que era el opuesto a la figuración. Algo parecido ocurrió con Marc Chagall, que se inspiró en Delauney y su vía de fragmentación para crear su propia vía que fusionaba la vanguardia con su legado cultural ruso y judío. Esa tendencia a asimilar la abstracción y reciclarla fue la clave de su expansión, un efecto por el que cada artista sintetizaba su propio universo estilístico, como vemos también en František Kupka recibió (abstracción más Delaunay más teosofía) o en el escultor Constantin Brancusi (rumano que desde principio de siglo reformó la escultura hacia elementos abstractos radicales, desnudez completa de la forma, usando sólo madera y metal). Y a ellos se sumaría Mondrian, que pasó del cubismo a la abstracción completa con facilidad: de hecho fue quizás el mejor representante del estilo, hasta el punto de diluir todo volumen en la forma.

A propósito de la pequeña hermana (Duchamp - 1911)

‘A propósito de la pequeña hermana’ (Duchamp – 1911)

Piano y mandola (George Braque - 1909)

‘Piano y mandola’ (George Braque – 1909)