Mañana lunes un cohete Proton ruso despegará desde la estación de lanzamiento en Baikonur, en Kazajistán, con la mayor misión espacial que haya desarrollado nunca la Agencia Espacial Europea (ESA), al menos fuera de las órbitas terrestres: ExoMars, cuyo objetivo es buscar vida (pasada o presente) en Marte.

La misión ExoMars es la más mediática, cara y ambiciosa de las que haya planeado la ESA en su historia: orbitará, explorará y pisará terreno marciano para saber si en Marte hubo o hay vida. Además, investigará la variación en composición de la superficie, caracterizará la geoquímica y geofísica, la posible distribución de agua y un mapeo concreto de los potenciales puntos de aterrizaje de una futura misión tripulada. El lanzamiento colocaría en órbita de Marte al satélite europeo Trace Gas Mission (TGM) y un aterrizador inmóvil de la ESA sobre la superficie de Marte.

Todo eso se traduce en más de mil millones de euros, la colaboración estrecha con Rusia a través de Roscosmos, el adiós a la NASA, cuyos recortes presupuestarios dieron al traste con el tándem más lógico y habitual. La ESA decía adiós así a los cohetes Atlas americanos y recibía a los Protón rusos. El resto, como el módulo inteligente encargado de entrar en Marte, ya tienen nombre: se llamará Schiaparelli en honor al primer astrónomo que cartografió Marte en el siglo XIX. Después de todo Italia realiza la mayor contribución europea al programa ExoMars. Se espera que el aterrizaje del módulo no sea hasta 2018.

Imagen simulada de la sonda ExoMars

El problema es que para la ESA no es la primera vez: en 2002 ya fracasó con el lanzamiento del Beagle-2, un módulo de aterrizaje que llegó a Marte con la sonda Mars Express, que sí fue un éxito. Pero a Europa le falló la guinda: su módulo de aterrizaje cayó y jamás dio señales de vida. Por ahora sólo EEUU y la antigua URSS pueden presumir de haber logrado hacer aterrizar una máquina en Marte. De hecho la NASA ya lo ha hecho tres veces, y las dos últimas (con los rovers Opportunity y Curiosity) han aportado datos de valor incalculable a la investigación científica. Y siguen funcionando más allá de su vida útil calculada. Para superar eso la ESA fusionó dos misiones en una (la sonda TGO y el módulo de aterrizaje) con un presupuesto conjunto de 1.300 millones de euros. La aportación española supuso el 7% de ese presupuesto.

Marte es un desafío: su atmósfera es muy delgada y conseguir que un módulo frene (por rozamiento, paracaídas o incluso retrocohetes) es casi un milagro con esas condiciones. Por eso, y porque anteriores fracasos de otras agencias espaciales siempre son aleccionadoras, la ESA diseñó un nuevo tipo de módulo, capaz de entrar a más de 20.000 km por segundo y frenar en apenas 7 minutos (el tiempo que se cree necesario para llegar a una altura media de la superficie) hasta los 30 km/hora. Luego el abanico de “frenos” es el tradicional: retropropulsores, paracaídas y un escudo térmico capa de soportar la fricción con la atmósfera. De fabricación española, por cierto. Este módulo incorpora un sistema, DREAMS, que medirá la velocidad del viento, presión, campo eléctrico y concentración de polvo en superficie para comprender mejor cómo se forman las tormentas de arena que barren el planeta rojo cíclicamente.

Módulo de aterrizaje de la misión, bautizado Schiaparelli en honor al astrónomo italiano

El Schiaparelli está programado y dotado de instrumentos para recoger datos sobre la atmósfera marciana durante las fases de entrada y descenso y estudiará el entorno local del punto de aterrizaje, situado en una llanura conocida como Meridiani Planum. Para poder darle más utilidad, la ESA ha programado la misión en plena temporada de tormentas de polvo, para sí poder crear modelos más avanzados sobre la climatología marciana. Como complemento estará el satélite de estudio de gases TGM, que orbitará a 400 km de altura de Marte para estudiar, sobre todo, la presencia de bolsas de gas metano, uno de los aspectos que puede delatar la presencia de vida. Además concretará mejor dónde hay hidrógeno en superficie. La conexión entre módulo orbital y terrestre permitirá estudiar a fondo Marte y determinar la existencia posible de vida pasada o presente.

Todo el proceso quiere ser un testador de tecnología y ensayo para una nueva futura misión del primer vehículo de exploración marciana que enviará la ESA en 2018. ExoMars 2016 será una misión doble y de acercamiento. El futuro rover, cuya zona de aterrizaje se decidirá en 2017 (en función e los datos que envíe el TGM), llevará incorporado un nuevo taladro capaz de superar los dos metros de profundidad, vital para validar la teoría (con mayor o menor consenso) de que la vida biológica debería estar bajo la superficie marciana. Hay dos razones para este interés subterráneo: por un lado, se cree que existen capas de agua congelada bajo la superficie de tierra y polvo acumulada. La otra razón es que la radiación cósmica y solar es enorme en superficie, en parte por la débil atmósfera y porque el campo magnético marciano es mucho más débil que el de la Tierra y no evita el impacto de este tipo de radiación.