La exposición del año, la reverencia de la industria cultural oficial al pintor realista español por definición. La muestra estará en el Thyssen-Bornemisza hasta el 25 de septiembre.
Por Luis Cadenas
El museo con mayor capacidad para cambiar y generar exposiciones, habida cuenta de los virajes que hace para exhibir sus obras o las de otros, Antonio López ocupará las salas de exposición temporal del Thyssen-Bornemisza madrileño. Una completa representación de la obra del artista español, un manchego universal de Tomelloso que vio la luz en el peor año del siglo para España, 1936, y que desde entonces se ha mostrado como el gran maestro de un estilo arrinconado en Europa y recuperado por los norteamericanos, a su manera. Incluirá tanto óleos como dibujos y esculturas, de algunos de sus temas más habituales, como son los interiores domésticos, la figura humana, paisajes y vistas urbanas, principalmente de Madrid, o sus composiciones frutales. Antonio López busca entre la realidad que le rodea aquellos aspectos cotidianos susceptibles de ser retratados en su obra, y lo hace con una elaboración lenta y meditada, masticando los detalles, buscando captar la esencia de aquello que quiere representar. No creando referencias nuevas entre el espectador y lo representado, sino siendo un fiel espejo. Eso es Antonio López, el mundo en el espejo.
Dijo un crítico una vez que el problema de Antonio López es su nombre. Es decir, que no es alguien que haya creado marca. Es posible, pero después de la senda que marca y ha marcado en múltiples apariciones públicas, desde conferencias universitarias a mesas redondas o películas documentales, posiblemente eso sea una nimiedad. Más aún cuando es el pintor español vivo más cotizado, con múltiples dígitos en las subastas de sus obras y una idea muy clara: “el arte está cada vez más alejado de la gente”, según rememoró hace algún tiempo durante una de sus conferencias más largas y abiertas al público. Fue durante una charla en la Universidad de Salamanca, más de un año atrás, cuando resumió lo que él entendía por ser Antonio López y el arte mismo: “Los artistas se metieron en el siglo XIX en unas circunstancias terribles para expresarse en libertad, porque igual no se ha usado bien”. Receta: “Que el artista no se crea superior y que la gente preste algo más de atención”. “Si tuviera que destacar algo, sería la ilusión, o la pasión con el que ha llevado el trabajo. Creo que mantener eso no le va a pasar a todo el mundo”.

Antonio López nunca se ha definido como un hiperrealista, “pero no puedes estar siempre saliendo al paso de todo. Pienso que estaría mejor sin el hiper. Eso es un movimiento que nació en América y yo no me considero miembro de ese estilo. Ningún pintor figurativo europeo es hiperrealista”. Porque las modas condicionan todo y a todos, es una continua injerencia en un camino más solitario dentro de la creación artística. Ante eso, López recordó que hay que evitar “paralizarse” y seguir adelante. En aquella conferencia López aseguró que la libertad total es imposible, “porque vivimos todos muy juntos y hay que ser generoso con los demás”. Esto es, conciliar nuestra libertad personal con el resto. Y eso implicaría las tecnologías, ya que todo lo nuevo no implica la muerte del arte: sólo es un cambio de soporte. “¿Qué más da pintar sobre la piedra en Altamira que en la pantalla de un ordenador?”.

Fue él mismo, además, quien dijo que “una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades”, por lo que no hace falta tener en cuenta el soporte: lo que importa es la creación misma. El paseo ante sus cuadros desvelará al espectador lo que es la mano más pincel de López, un trabajo meticuloso, diario, tan detallista en lo material como en lo espiritual. Muchos de sus cuadros son producto de años de trabajo y cambios, hasta llegar a esos límites de los que él habla. Destila con cada pincelada la esencia, y es capaz de alargar sin vergüenza alguna su obra durante décadas. Cada trazo es intenso e inalterable. De ahí un nivel de precisión que convierte sus cuadros en auténticas fotografías, pero también muchas de sus esculturas, como las cabezas de bebé de la estación de Atocha, ‘Día’ y ‘Noche’. Todo resumido, además, en una película, ‘El sol del membrillo’ (1990), de Víctor Erice, que disecciona a la perfección el nivel creativo de López. Frente a las idas y venidas de las modas, de los estilos, de las escuelas, López ha permanecido inalterable en su particular visión, totalmente fiel a sí mismo más allá de lo que puedan hacer o decir fuera de su círculo. Es, en realidad, una roca pictórica, el ultimo fiel a una idea personal.