El Museo Guggenheim de Bilbao estrenó el viernes ‘París fin de siglo’ (12 de mayo – 17 de septiembre), una exposición histórica por su contenido y por su desarrollo de temas, en la que se lanza al espectador el contexto concreto de una época, una ciudad, y una visión del arte, revolucionario entonces, hoy ya habitual en todos los niveles.
Viajamos a Bilbao para conocer los elementos propios de aquel París que finiquitaba el siglo XIX rompiendo por completo con la tradición figurativa, que anticipaba los movimientos vanguardistas y que preparaba el terreno para la gran ruptura posterior a la Primera Guerra Mundial. Es el reflejo de una bohemia y un mundo creativo que se expande, libre, que vive ya incluso dejando atrás a los impresionistas, los primeros rompedores de muros. Un tiempo en el que Paul Signac, Odilon Redon, Pierre Bonnard, Félix Valloton, Maximilien Luce, Maurice Denis o el célebre (hoy) Toulouse-Lautrec abren camino con las primeras vanguardias que representan ellos mismos.
Es un tiempo casi de bruma: entre un siglo que agoniza y se carboniza con los impresionistas ya superados, y otro que comienza y que con la Gran Guerra romperá por completo con todo, incluso con los propios artistas de ese final de siglo. La exposición presta especial atención a los neo-impresionistas, los simbolistas y los nabis, las olas que marcaron ese paso hacia el 1900 en el que París era un hervidero político en los tiempos de la II República posterior al cataclismo de la Guerra Franco-Prusiana, del ascenso del socialismo, el anarquismo y en paralelo el tradicionalismo francés que tantos problemas daría durante el siglo XX.
Una cultura en transformación, una mutación que nos llevará de la industrialización y el positivismo decimonónico hacia un mundo post-todo en el que se rompen esquemas y tradiciones, incluso tradiciones modernas. Esos movimientos artísticos impusieron un ritmo frenético de cambio que, sin embargo, la exposición demuestra no fueron tan revolucionarios: los temas de estos artistas eran casi los mismos que la generación impresionista anterior, tales como el paisaje (rural o urbano, de gran expansión entonces), el ocio de las nuevas clases sociales, incluso el retrato. El añadido es el sentido onírico y fantástico de muchas de las creaciones reunidas.