El 9 de marzo no tiene aniversario, pero es un buen día tan bueno como otro cualquiera para hablar de Astronomía, la ciencia que nos hace dejar de mirar los móviles y la tierra y elevar la cabeza para ver el cielo. Tercera entrega del día: el Sistema Solar creó su estructura en “sólo” cuatro millones de años.
Según el MIT (Massachusetts Institute of Technology), la estructura básica del Sistema Solar nació y creció hasta consolidarse en poco tiempo, apenas 4 millones de años, un suspiro si tenemos en cuenta que el Universo tiene una edad aproximada de más de 13.000 millones de años. Una formación acelerada que luego se desarrolló y completó hasta ser lo que conocemos hoy. Todo arrancó hace 4.600 millones de años, cuando una gigantesca nube de hidrógeno y polvo colapsó por su propio peso, creando un gran disco orbital alrededor de un centro gravitatorio. Este disco recibe el nombre de “nebulosa solar”.
El centro de ese disco se contrajo por su fuerza hasta el punto de crear una acumulación de hidrógeno a alta presión que desencadenó las primeras reacciones nucleares básicas, es decir, el “encendido” del Sol. El resto de gas y polvo del disco giró cada vez más deprisa y se acumuló en algunos puntos, que pasados los años conformaron los planetas y lunas del resto del sistema solar. Este ciclo descrito, el de la nebulosa, según el estudio del MIT, apenas habría tardado unos cuatro millones de años en desarrollarse. Esta medición tiene consecuencias: los dos gigantes gaseosos, Júpiter y Saturno, se crearon los primeros dentro de esa horquilla de tiempo, y eso incluso su “migración”, cuando la fuerza del gas en órbita los empujó hacia las órbitas actuales, ya que en sus primeros tiempos estaban mucho más cerca del Sol.
La medición se basa en el estudio de la orientación magnética vista en antiguos meteoritos datados de la etapa inicial del Sistema Solar, es decir, materiales que ya existían hace 4.600 millones de años, especialmente angritas, quizás las rocas más antiguas de nuestro vecindario solar. Estas rocas ígneas, las angritas, son producto de la alta presión de los cuerpos rocosos más antiguos del Sistema Solar, con una alta concentración de uranio, ya que literalmente se encienden; la cuestión es que luego se enfriaron muy deprisa, hasta el punto de quedar congelados durante miles de millones de años (con lo que conservaron las señales paleomagnéticas de su formación inicial durante la existencia de esa nebulosa solar).
Son testigos perfectos de aquellos primeros tiempos, ya que la presencia de uranio permite una medición mucho más certera. La razón de su utilidad es que los electrones actúan como una brújula: se alinean en un sentido concreto, con lo que toda la roca queda magnetizada. Y si ésta se congela, queda para siempre con esa estructura. Cuando estas angritas analizadas se formaron apenas había campo magnético (han calculado que en torno a 0,6 microteslas, es decir, en la etapa final de la nebulosa solar).