Pasado el momento de entrada en la tenue atmósfera marciana, la sonda Schiaparelli, un aterrizador de la Agencia Espacial Europea que forma parte de la misión ExoMars, no ha dado señales de estar operativa. No se sabe qué ha ocurrido. En cambio el orbitador TGO (que revisará los gases de la atmósfera) está ya en la órbita adecuada.

Caben dos posibilidades: que haya apagado sus comunicaciones para ahorrar energía hasta que pueda contactar, o bien que se haya estrellado. Lo cierto es que el punto de conexión previsto, el radiotelescopio GMRT de la India no ha podido contactar y perdió la “ventana” de recepción de señal, es decir, que habrá que esperar a que las rotaciones de ambos planetas puedan volver a permitir una conexión básica. El objetivo principal del módulo era probar las tecnologías de aterrizaje necesarias para llegar a Marte con un vehículo de exploración móvil en 2021. Pero ahora, hasta que se pueda abrir de nuevo la ventana de comunicación, habrá que esperar para saber si hay opciones.

Schiaparelli se había comunicado antes con el orbitador Mars Express (también de la Agencia Espacial Europea) durante las fases previas de descenso, con lo que podría haber alguna pista de lo que ha ocurrido. El problema es que la señal de la Mars Express no remite a telemetría alguna, por lo que realmente la Agencia Espacial Europea no sabe, por ahora, qué ha pasado con Schiaparelli. Aparentemente la sonda dejó de comunicarse poco antes del aterrizaje, lo que no augura nada bueno. No hay confirmación pues de que haya aterrizado con éxito. Lo más probable, incluso, es que haya tenido un problema en la fase final y se haya estrellado, o deslizado fuera de la zona, quedando inutilizada o parcialmente inutilizada. Sí ha quedado constancia en las señales durante el descenso que los paracaídas se habían abierto. La compensación es que el TGO, el orbitador que va a estudiar la atmósfera y superficie marcianas, ya está en la órbita adecuada para trabajar, con lo que el grueso de la misión sí ha funcionado.

La parte central de la misión ExoMars

El TGO realizará tareas de investigación, análisis y observación del planeta rojo con un instrumental que incluye un medidor de gases (para localizar metano, vinculado con los procesos biológicos), así como cámaras especiales para fotografiar y topografiar al detalle la superficie de Marte. Concretamente buscará detalles topográficos que puedan estar vinculados con erosión por procesos naturales antiguos (viento, lluvia, la acción de agua, como sospecha la comunidad científica), o bien alguna señal de una potencia actividad volcánica (gases principalmente) que pudieran dar a entender que Marte no es el planeta inerme que aparenta.

El aterrizador Schiaparelli en una imagen virtual

La segunda parte de la misión ExoMars empezará en 2018, cuando se lance el segundo módulo que llevará dentro dos rovers robóticos, el MAX-C ruso (de 65 kg) y el Rover ExoMars de 270 kg. El éxito de la primera nave condicionará en gran medida el destino de la segunda, mucho más ambiciosa aún. En esta segunda “entrega” se colocaría sobre la superficie de Marte un aterrizador inmóvil para futuras misiones más los citados rovers. Todo eso se traduce en más de mil millones de euros, la colaboración estrecha con Rusia a través de Roscosmos, el adiós a la NASA, cuyos recortes presupuestarios dieron al traste con el tándem más lógico y habitual. La ESA decía adiós así a los cohetes Atlas americanos y recibía a los Protón rusos.

El potencial fracaso no es algo nuevo. Y para la ESA no es la primera vez: en 2002 ya fracasó con el lanzamiento del Beagle-2, un módulo de aterrizaje que llegó a Marte con la sonda Mars Express, que sí fue un éxito. Pero a Europa le falló la guinda: su módulo de aterrizaje cayó y jamás dio señales de vida. Por ahora sólo EEUU y la antigua URSS pueden presumir de haber logrado hacer aterrizar una máquina en Marte. De hecho la NASA ya lo ha hecho tres veces, y las dos últimas (con los rovers Opportunity y Curiosity) han aportado datos de valor incalculable a la investigación científica. Y siguen funcionando más allá de su vida útil calculada. Para superar eso la ESA fusionó dos misiones en una (la sonda TGO y el módulo de aterrizaje) con un presupuesto conjunto de 1.300 millones de euros. La aportación española supuso el 7% de ese presupuesto.

Marte es un desafío: su atmósfera es muy delgada y conseguir que un módulo frene (por rozamiento, paracaídas o incluso retrocohetes) es casi un milagro con esas condiciones. Por eso, y porque anteriores fracasos de otras agencias espaciales siempre son aleccionadoras, la ESA diseñó un nuevo tipo de módulo, capaz de entrar a más de 20.000 km por segundo y frenar en apenas 7 minutos (el tiempo que se cree necesario para llegar a una altura media de la superficie) hasta los 30 km/hora. Luego el abanico de “frenos” es el tradicional: retropropulsores, paracaídas y un escudo térmico capa de soportar la fricción con la atmósfera. De fabricación española, por cierto. Este módulo incorpora un sistema, DREAMS, que medirá la velocidad del viento, presión, campo eléctrico y concentración de polvo en superficie para comprender mejor cómo se forman las tormentas de arena que barren el planeta rojo cíclicamente.