Se cumplen 40 años de viaje del primer ingenio mecánico humano diseñado para cruzar el vacío más allá de todo. Las sondas Voyager 1 y 2, lanzadas con un mes de diferencia, llegan a las cuatro décadas de existencia y ya han sobrepasado los límites del Sistema Solar. Y lo mejor: en el vacío apenas tendrán desgaste, por lo que muy probablemente seguirán activas incluso después de que todos nosotros hayamos muerto.

Técnicamente no están todavía en el llamado “espacio interestelar”, un eufemismo para definir el vacío absoluto en el que las máquinas estarán fuera del espacio definido del Sistema Solar (aunque aún dentro de su zona magnética más laxa). Están justo en el borde, a unos 21.000 millones de km de nosotros. Y ninguna de ellas llegarán hasta otra estrella en los próximos 40.000 años. Así que no hay prisa. Literalmente. Pero 40 años después siguen enviando información a las estaciones receptoras de la NASA. Viajan a 48.280 km por hora y serían capaces de hacer una órbita dentro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, cada 225 millones de años. Sin embargo aún no han salido realmente del Sistema Solar: tardarán otros 400 años en atravesar la Nube de Oort que rodea el núcleo del “vecindario”, un cúmulo inmenso (varias veces el espacio planetario) compuesto por materiales de desecho de la formación del Sistema Solar o errantes atrapados por la gravedad solar, y de done se cree que vienen los cometas.

Un auténtico prodigio. En su interior, además, llevan la célebre placa de oro donde está el mensaje ideado por Carl Sagan y otros científicos con información de dónde está la Tierra y aspectos propios de la Humanidad. Todo un hito para los descendientes de primates que hasta hace nada en términos evolutivos, apenas un millón de años, seguían colgando de los árboles. Las célebres Voyager han formado parte de la cultura popular casi desde el principio. No hay que olvidar que ya poco después de su lanzamiento formaron parte del guión de la primera película de Star Trek, y que han sido una referencia de la ciencia-ficción de manera cíclica, desde el cómic a la serie ‘The Big Bang Theory’. Son ya todo un clásico en el mundo de referencias aeroespaciales, y uno de los grandes éxitos de la ingeniería humana.

No hay que olvidar que estas máquinas podrían durar siglos, por no decir miles de años: no consumen apenas energía, sus materiales no se desgastan en el vacío, no están sujetos a la erosión ambiental, soportan la radiación cósmica y solar… incluso existirían mucho tiempo después de que la propia Humanidad desapareciera. Son, por decirlo así, nuestro gran legado a quien quiera que esté ahí fuera. Si es que hay alguien. O para el propio Universo, del que somos un producto más junto con estrellas, planetas y galaxias. Se diseñaron para durar, y por eso llevan la placa con el mensaje humano. Creadas para ser testimonio de que la Humanidad existió en un momento concreto del espacio y el tiempo. Entre la frivolidad y la utilidad científica, se crearon como un grito de saludo al Universo mismo. Nos sobrevivirán. Algo quedará después de todo.

La Voyager 1 (722 kg) fue lanzada el 5 de septiembre de 1977, y su compañera la Voyager 2, el 20 de agosto del mismo año: tranquilos, no fue un error, se lanzaron de forma inversa porque ambas tenían misiones diferentes. La 2 tenía más prisa: antes de zambullirse en el mundo desconocido más allá del reino de nuestro Sol sobrevoló a los cuatro gigantes exteriores, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno. Es la única nave que lo ha hecho, y fue vital para el conocimiento básico que tenemos de esos planetas hasta que la Misión Cassini y ahora la Juno han seguido explorando estos barrios externos. Fue ella la que descubrió los volcanes activos de Ío, cuando se daba por sentado que sólo existían en la tierra, y también la que descubrió la atmósfera de Titán. Y su hermana, la Voyager 1, que también pasó por Saturno y Júpiter, logró acelerar mucho más gracias a que se aprovechó de la gravedad de los gigantes, y es por ahora la única que ha entrado en el espacio interestelar (aunque, insistimos, sin salir realmente del espacio externo del sistema, la nube de Oort), cerca ya de los 21.000 millones de km de la Tierra.

Las naves además fueron diseñadas para resistir al límite: los ingenieros las crearon para superar la fuerza gravitatoria y magnética de Júpiter, un monstruo capaz de romper algunas de sus lunas desde dentro de la presión a las que las somete. Ambas cargan tres generadores termoeléctricos que se alimentan de la desintegración del plutonio-238 que cargan. Al ritmo que llevan tienen combustible para más de 170 años, y después viajarán por pura inercia. Además están automatizadas para poder cambiar de un sistema a otro de energía para evitar consumir de más y poder, por así decirlo, aprovechar el impulso. Sus estructuras, además, fueron testadas para fuerzas superiores a las que se experimentan incluso en el espacio orbital terrestre. Además los ingenieros aún pueden enviar órdenes a distancia y han aprendido a modular ese mismo consumo energético para alargar su vida. Lo más curioso es que hay que hacerlo con tecnología y software que hoy nos parece salido de una vieja película como ‘Juegos de Guerra’. La mayoría de los ingenieros originales se han jubilado y tuvieron que dejar por escrito cada detalle, comando o incluso procedimientos para que los actuales técnicos de la NASA sepan qué hacer.

Voyager 1 y 2 tienen trayectorias de viaje diferentes. La 1 va en el plano norte de las órbitas planetarias, un viaje desmesurado que ha permitido a la NASA conocer más de las condiciones físicas en ese espacio vacío. Para empezar los rayos cósmicos formados por partículas aceleradas hasta velocidades cercanas a la luz (recuerden, según la Teoría de la Relatividad, hasta ahora no rebatida, nada se mueve más deprisa que un fotón de luz) son mucho más abundantes que dentro de la heliosfera solar, la gran burbuja protectora que nos alivia de esa radiación que es mortal. No podría haber vida si llegaran hasta la Tierra, porque literalmente desmenuzaría las células y el ADN hasta la degradación completa. El mismo escudo magnético que tiene la Tierra, ese campo magnético que nos salva de las dentelladas del Sol y de la atenuada radiación cósmica, lo tiene también el Sol. Y es aún más importante, porque salvaguarda el Sistema Solar de ese alud.

Trayectoria y situación de las Voyager (NASA)

Su hermana, la Voyager 2, no está tan lejos, “apenas” 17.700 millones de km, y tiene la trayectoria contraria: el plano meridional al plano orbital planetario. Aún no ha salido de la heliosfera, así que se mantiene aún más activa y sirve de baremo comparativo con la 1: una está dentro y otra fuera, con lo que la comparativa de los datos ha permitido conocer mejor la realidad física de ese espacio interestelar, que parece más una gran tormenta serena que un vacío inerte. Se ha podido comprobar, además, que ese espacio es envolvente y rodea por completo a la heliosfera, casi comprimiéndola. La 2 mide los diferentes comportamientos del viento solar y los campos magnéticos planetarios. Dentro de unos años cruzará la frontera y seguirá enviando información muy útil sobre si en ese plano meridional también las condiciones son iguales al septentrional.

Lo que ya se sabe es que ese vacío no es tal: existen grandes nubes de material disgregado, a veces del tamaño de un grano de arena, oras más grande, que viajan también por ese mismo vacío. Las Voyager podrían atravesarlas ya que son parte del colapso de estrellas que liberaron al Universo sus desechos materiales y energía, que quedaron atrapadas en la gravedad solar, igual que la Nube de Oort. Pero el viaje sigue, y llegará un día en el que ya no puedan abarcar más. El cálculo temporal es que para 2030 la NASA ya no podrá contactar con ellas ni dar más órdenes para que puedan conservar energía al máximo. Darán la orden final de apagado del instrumental. Mucho tiempo después, dentro de casi 300.000 años, la Voyager 2 se “acercará” a la estrella Sirio (4 años luz) y la 1 pasará junto a Gliese 445, una estrella sin mucho atractivo. Hasta ahora.

Lo que pase entonces ya no será algo que nos pueda preocupar mucho. Nadie sabe dónde estaremos en 300.000 años. Es muy probable que la especie humana, como tal, no exista; quizás hayamos evolucionado hacia otro estado biológico, o hayamos escapado de ese mismo soporte natural y fusionado con máquinas, o simplemente un meteorito se nos haya llevado por delante. Quizás ya hayamos abandonado la Tierra hacia otros mundos: el ritmo de progreso tecnológico es tan rápido que si sintetizamos lo que hemos conseguido en los últimos 200 años y lo proyectamos a los próximos 300 siglos… asusta pensar cómo será entonces la realidad. Lo que es seguro es que el mensaje de Sagan seguirá ahí: discos donde se han guardado imágenes y sonidos de la Tierra, desde un trueno a una pieza de Mozart, mensajes con voz humana en 55 idiomas y dos dibujos, uno de dos humanos desnudos (para explicar nuestra forma) y otro del Sistema Solar con instrucciones para llegar.

Las dos caras del disco de Sagan en la Voyager 1 (NASA)