Elegimos este sábado 22 como un alterno y altruista Día de Astronomía, para poder ejercer algo de divulgación e informar sobre la ciencia con más tirón popular: todos miramos al cielo, todos vemos el universo. Empezamos con la tristeza de que el aterrizador de la misión ExoMars, el Schiaparelli, definitivamente se estrelló sobre Marte.

Ya es definitivo porque la NASA ha logrado fotografiar con su sonda orbital MRO la zona elegida para que el módulo de aterrizaje Schiaparelli, una de las partes de la Misión ExoMars de la Agencia Espacial Europea (ESA), y las imágenes no dejan lugar a dudas: se ha estrellado. La ESA ya lo ha hecho oficial, y ha dejado claro que ésta era una misión paralela y no la central, que sí ha funcionado: colocar en órbita el TGO, un satélite orbital que investigará en detalle la atmósfera marciana y su superficie para las futuras misiones tripuladas internacionales. La NASA estaba muy interesada en el éxito de su homóloga europea porque, obviamente, sus avances permitirían afinar su proyecto de pisar Marte en 2030.

Sin embargo el Schiaparelli no ha funcionado: su misión era intentar un aterrizaje sobre Marte como ensayo general para la segunda parte de la Misión ExoMars, que llevará en 2020 un rover europeo parecido al Curiosity norteamericano al planeta rojo. Había que intentarlo, e incluso usar la Schiaparelli para conseguir más datos de la atmósfera y la superficie de Marte. El problema es que en el descenso la sonda, conectada a la sonda orbital de la ESA Mars Express, falló en el último momento el proceso. La explicación oficial es que cayó sin el paracaidas abierto por completo y con los retrocohetes que debían frenar la caída en mal estado: se apagaron cuando todavía estaba a 2.000 metros de altura; además el escudo térmico no se liberó de la sonda, por lo que era aún más pesada.

Imágenes de la MRO de la NASA: en el recuadro la señal del impacto, en negro oscuro por el estallido de la sonda (NASA)

La MRO de la NASA logró por fin tener pruebas de lo que todos sospechaban desde que el miércoles se soltara la Schiaparelli del módulo inicial de la ExoMars, ahora convertida en la sonda orbital TGO. Las fotos no dejan lugar a dudas: hay pruebas del impacto, con lo que pasa a la historia negra de la exploración espacial, que sigue teniendo en Marte un escollo muy grande para las misiones futuras: es muy difícil aterrizar sin problemas. Hay que tener en cuenta que de los 45 intentos de aterrizaje contabilizados hasta ahora, sólo la mitad han tenido éxito. Eso da cierta idea de la problemática atmósfera marciana: es pequeña, frágil, demasiado delgada y sin apenas densidad, por lo que los presupuestos de ingeniería que aplicaríamos en la Tierra no sirven allí. Ademas las “ventanas” (situaciones perfectas para el aterrizaje porque Marte está más cerca de la Tierra y las condiciones son más favorables) de aterrizaje se producen cada dos años.

La parte central de la misión ExoMars
El TGO realizará tareas de investigación, análisis y observación del planeta rojo con un instrumental que incluye un medidor de gases (para localizar metano, vinculado con los procesos biológicos), así como cámaras especiales para fotografiar y topografiar al detalle la superficie de Marte. Concretamente buscará detalles topográficos que puedan estar vinculados con erosión por procesos naturales antiguos (viento, lluvia, la acción de agua, como sospecha la comunidad científica), o bien alguna señal de una potencia actividad volcánica (gases principalmente) que pudieran dar a entender que Marte no es el planeta inerme que aparenta.

Recreación de la sonda TGO de la Misión ExoMars

La segunda parte de la misión ExoMars empezará en 2018, cuando se lance el segundo módulo que llevará dentro dos rovers robóticos, el MAX-C ruso (de 65 kg) y el Rover ExoMars de 270 kg. El éxito de la primera nave condicionará en gran medida el destino de la segunda, mucho más ambiciosa aún. En esta segunda “entrega” se colocaría sobre la superficie de Marte un aterrizador inmóvil para futuras misiones más los citados rovers. Todo eso se traduce en más de mil millones de euros, la colaboración estrecha con Rusia a través de Roscosmos, el adiós a la NASA, cuyos recortes presupuestarios dieron al traste con el tándem más lógico y habitual. La ESA decía adiós así a los cohetes Atlas americanos y recibía a los Protón rusos.

El potencial fracaso no es algo nuevo. Y para la ESA no es la primera vez: en 2002 ya fracasó con el lanzamiento del Beagle-2, un módulo de aterrizaje que llegó a Marte con la sonda Mars Express, que sí fue un éxito. Pero a Europa le falló la guinda: su módulo de aterrizaje cayó y jamás dio señales de vida. Por ahora sólo EEUU y la antigua URSS pueden presumir de haber logrado hacer aterrizar una máquina en Marte. De hecho la NASA ya lo ha hecho tres veces, y las dos últimas (con los rovers Opportunity y Curiosity) han aportado datos de valor incalculable a la investigación científica. Y siguen funcionando más allá de su vida útil calculada. Para superar eso la ESA fusionó dos misiones en una (la sonda TGO y el módulo de aterrizaje) con un presupuesto conjunto de 1.300 millones de euros. La aportación española supuso el 7% de ese presupuesto.