La basura espacial se amontona como los recuerdos absurdos en un trastero, pero con la diferencia de que los recuerdos no agujerean satélites y caen a la atmósfera.
Si bien era algo sabido hace meses, lo cierto es que Japón ya ha dado un paso al frente, por su cuenta, para intentar solucionar un problema cada vez más importante, la basura espacial. Lo que enviamos al espacio y no vuelve para pulverizarse en la atmósfera o caer al mar en una trayectoria calculada termina por quedarse ahí fuera, inerte, girando alrededor de nuestro planeta, convertido en chatarra inútil que sólo puede causar problemas: es tal la velocidad que adquieren los objetos en órbita, que incluso un simple tornillo de un centímetro se comporta como una bala capaz de agujerear cualquier cosa.
Japón prepara desde el verano su propio proyecto contra la basura espacial, un grupo militar que se encargará de hacer el seguimiento y de luchar contra esta lacra que empieza a adquirir tintes funestos. El ser humano es un experto en generar basura, incluso en el espacio. La nueva unidad militar rastreará, localizará y monitorizará aquellos objetos en órbita considerados peligroso y que puedan hacer daño a los satélites activos que sigan en el espacio. No se pondrá en marcha antes de 2019 y se compone de radares, telescopios y personal especializado. De paso, tendrá también funciones internacionales: pasará sus datos a la NASA y al gobierno de EEUU para que éste, si puede, colabore activamente para “eliminar” esos restos que en el pasado incluso pusieron en serio peligro a la Estación Espacial Internacional (ISS).
En agosto pasado el volumen de la basura espacial había crecido hasta alcanzar los 16.900 objetos desechables que orbitan el planeta. En realidad son muchos más: se calcula que superan los 50.000, pero que muchos de ellos están en órbita larga o son de apenas un par de centímetros. Los grandes, los que pueden provocar auténticas catástrofes, son esos casi 17.000 contabilizados. La Tierra empieza a tener su propio anillo, pero a diferencia de Saturno el nuestro no es de hielo y rocas, sino de los recuerdos de nuestro pasado aeroespacial, desde piezas sueltas a satélites fuera de uso, restos incluso de las piezas de cohetes del Programa Apollo, trocitos metálicos de las explosiones cuando se liberaban las secciones de un cohete, incluso objetos de uso militar. En apenas la primera mitad de este año había aumentado en más de 250 objetos. Estos datos son del único programa activo de seguimiento que existe más allá de los recuentos esporádicos que hacen Europa y China, el de la Oficina de Restos Orbitales de la NASA.
Simulación de basura espacial en órbita corta y larga (órbitas superiores, como un anillo)
Japón no es el país que más basura tiene orbitándonos: curiosamente es de los menos “contaminantes”, apenas 213 objetos. Individualmente se lleva la palma EEUU (5.008 objetos) por razones obvias: son los únicos que han mantenido la exploración espacial una vez que Rusia la redujo al mínimo y China (con 3.716 objetos) está empezando la suya. Sin embargo una gran porción (6.380 objetos) son obra y gracia de Reino Unido y su Commonwealth (Canadá, Australia, etc), que son los más contaminantes. La más limpia es Europa, apenas 93 objetos ha dejado fuera la Agencia Espacial Europea, mientras que Francia, por su cuenta, ha dejado 506 objetos en órbita.
Un simple tornillo es el principio del fin
Una pieza minúscula que apenas pesa 10 gramos, en órbita en el espacio, dando vueltas y vueltas a la Tierra, es uno de los mayores peligros imaginables, un dolor de cabeza para todas las agencias espaciales y la amenaza más grande para cualquier satélite. Con apenas cinco centímetros de largo, ese tornillo, a una velocidad de miles de kilómetros por efecto de la gravedad terrestre, sin erosión alguna al no haber resistencia en el vacío espacial, podría llegar a hacer un boquete en un transbordador, en la Estación Espacial Internacional (ISS) o dejar sin funcionamiento un satélite. Y el agujero no es a escala, sino que aumenta. Es una pesadilla, y el mayor recordatorio se dio en 2011 cuando toda la tripulación de las ISS fue evacuada a la Soyuz a cientos de kilómetros sobre el planeta, para evitar un cúmulo de basura espacial que podría haber pulverizado el mayor sueño aeroespacial de la civilización.
Cada nave tripulada tiene radares y sistemas de detección de basura en órbita, pero lo cierto es que a veces no da tiempo para “dar un golpe al timón”. Más o menos es como un barco en los polos tratando de evitar los icebergs, sólo que aquí no son masas de hielo gigante, sino en ocasiones un grupo de piezas o tornillos perdidos disparados a toda velocidad. Cuando la ISS se ve amenazada por la basura espacial, y el blindaje que lleva incorporado no es suficiente, se ordena a la tripulación que suba a bordo de la cápsula de rescate para poder dejar la estación si fuese necesario. Es el procedimiento de escape urgente habitual, y ocurre muchas más veces de lo que aquí abajo suponemos.
El catálogo de piezas calcula que hay más de 50.000 objetos en órbita mayores de un centímetro, el tamaño mínimo necesario para ser un problema. Casi todos en las órbitas bajas, un poco en las geoestacionarias, las más útiles y complicadas, vitales en las telecomunicaciones. Ya en 2003 había 10.000 perfectamente identificados, con un peso global por encima de las cinco toneladas, lo que da una idea de la gravedad para la carrera espacial. La misma, por cierto, que irónicamente, en este círculo vicioso, alimenta su propio problema: los componentes de las etapas de los cohetes son el mayor problema; queda muy bonito en los vídeos, pero algunos de esos fragmentos no se hacen polvo en la reentrada, sino que se dispersan en fragmentos más pequeños. Cerca de 100 toneladas de fragmentos generados durante aproximadamente 200 explosiones todavía están en órbita.
En 1991 comenzó a registrarse minuciosamente este efecto perverso de la tecnología humana: La primera maniobra oficial de la evitación de la colisión de la lanzadera espacial fue durante STS-48 en septiembre de 1991. Un encendido del sistema de control durante siete segundos fue vital para evitar un posible encuentro con restos del satélite 955 de Kosmos. Desde entonces ya van al menos tres colisiones en órbita terrestre. Siguiendo el llamado “síndrome de Kessler” (ver despiece ‘¿Qué es la basura espacial?’), cada colisión provocará exponencialmente más trozos sueltos, más basura espacial, en una progresión geométrica extremadamente peligrosa. El valor de esa progresión es que en 200 años habrá más de 18 colisiones, de todo tipo, desde satélites a estaciones espaciales y naves tripuladas.
Basura espacial en órbita baja (simulación de la NASA)