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Historia y urbanismo del Mediterráneo antiguo

Desde mañana y hasta el 24 de noviembre la Fundación Juan March ofrece el ciclo de conferencias ‘Las ciudades de la Antigüedad Mediterránea’, coordinado por Enrique Baquedano, director del Museo Arqueológico Regional de Madrid y que intentará explicar el auge de un modelo de civilización basado en las ciudades, el comercio y las ideas, que caracterizó el mundo mediterráneo.

‘Piso Piloto’: urbanismo inclusivo, de Medellín a Barcelona

Medellín y Barcelona se han significado a nivel mundial por haber impulsado un urbanismo inclusivo que ha puesto muchos espacios públicos al servicio de la redistribución social.

Día de Historia (1) – El gran puerto de Roma: ingenio y urbanismo

Roma siempre vuelve, con la fuerza de un mundo fundacional para Europa, como la civilización avanzada y casi insuperable hasta bien entrada la modernidad que cimentó a Occidente. 

El Grupo R en Cataluña: los primeros modernos bajo el franquismo

La exposición ‘Motor de modernidad. Grup R. Arquitectura, arte y diseño’ analiza en el Macba la repercusión de la presencia del Grup R en Barcelona.

Creative Time Summit en directo desde Nueva York (25 y 26 de octubre)

Cada año, Creative Time Summit reúne en Nueva York a artistas, activistas, críticos, investigadores y escritores con un público global para presentar trabajos sobre las formas en que la producción cultural aborda cuestiones como la exclusión social, el urbanismo experimental o la resiliencia ante catástrofes ambientales.

Tres ensayos para entender arquitectura y urbanismo

La arquitectura no es sólo el arte de construir edificios para cobijar al ser humano, también es la herramienta que estructura el espacio social de una comunidad.

Berlín

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Recuperamos uno de nuestros primeros viajes en la revista, a Berlín.

El Nueva York de Alfonso Armada

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Recuperamos uno de los mejores reportajes, atemporales como debe ser con cualquier libro, publicados por nuestra revista y con la mano de uno de nuestros colaboradores. Largo, pero de los mejores.

Por José Ángel Sanz

Es ‘En el Camino’ donde dice Ke­rouac: “De repen­te me encontré a mí mismo en Times Square”. Alfonso Armada dio consigo mismo muchas veces en Nue­va York. Ése era su trabajo, si es que, definitivamente, la literatura es un montón de mentiras que al final dicen la verdad. Armada fue siete años corresponsal allí. Diccionario de Nueva York es su crónica de una ciudad casi engullida por sus propios mitos, ebria de sí misma, excesiva y riguro­sa, una ciudad que son todas y a la vez ninguna, virgen y puta, proyección y mito. Un tratado que recoge fechas y nombres y apila costumbres, ritos, historia y nombres pro­pios. La estruendosa nómina de vida entre el subterráneo metro y todos los ojos puestos en el vacío que viajan en su vientre y las elevadas cumbres del Empire State y el Edificio Chrysler.

Armada edifica una atronadora mole de anécdotas en el filo de la autoconfesión y la obligada revisión de lo que encontraron Lorca, Faulkner, Glucksmann, Capote, Tom Wolfe, Henry Roth, Vila-Matas, Eduardo Lago, Gaspar Tato Cumming. Describe a 1001 atribulados neoyorqui­nos, desde la clase privilegia­da que picotea aburrida con gesto desdeñoso en Tiffany’s hasta los homeless que sólo soportan las noches de in­vierno a la intemperie porque duermen encima de las salidas de vapor de las alcantarillas. Todo en Nueva York es vie­jo y al mismo tiempo pueril.

Asombroso y a la vez esperado. La vida, y el asombro, esperan en el transbordador de Staten Island, pero también en la portada del ‘New York Times’ (“lo leí a diario como una Bi­blia pagana”). En el próximo taxi (“los conductores vienen desde muchos lugares: Costa de Marfil, Bangladesh, Kaza­jstán, Nueva Jersey”) o a las puertas del Madison Square Garden. En el puente de Bro­oklyn, en el hall del Waldorf Astoria o del Chelsea Hotel o en Central Station, donde bulle el magma de una po­blación de ocho millones de voces que late en los cinco barrios: Bronx, Queens, Sta­ten Island, Brooklyn y Man­hattan. ¿El 11 de septiembre? Su sombra reposa en muchas páginas. La cicatriz de la zona cero es imborrable, pero quizá los neoyorquinos, hayan ve­nido de donde hayan venido hasta orillas del Hudson, nun­ca estuvieron tan orgullosos de pertenecer a un lugar que se vive como un talismán que nadie quiere añorar. Armada sabe que el cinismo disminuye el dolor, pero incapacita para el placer. La ciudad también.

El día que la selección españo­la de fútbol ganó el campeo­nato del mundo, el primero de su historia, el Empire State anocheció con los colores de la bandera rojigualda flan­queando su coronilla. Incluso en un país ajeno al deporte de masas en Europa, Manhattan y, por extensión la ciudad que lo cobija, es consciente de su lugar en el mundo. De su co­losal peso simbólico. Como admite el propio autor, quizá Nueva York sea algo parecido al copo de nieve del que habla Cormac McCarthy cuando escribe sobre el lobo. Cuando lo atrapas, lo pierdes. Por eso los guías, los experimentados sherpas se cotizan tanto ante una urbe entre el futuro po­sible y la medida de nuestros sueños. Por eso este libro es tan valioso.

Escapada a Vitoria

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Una idea de nuestra sección de Viajes: para el próximo fin de semana, Vitoria.

Por Luis Cadenas

El aire es el que marca las ciudades. La atmósfera que la impregna y que suele proceder de cómo es la sociedad sobre las que se asienta. Vitoria es el ejemplo perfecto de cómo una ciudad media puede convertirse en el espejo en el que mirarse. Enclavada en un cruce de caminos, fue siempre un punto estratégico y apetecible, aprisionada por Roma primero, por los cristianos después. En ese cruce surgió la aldea de Gasteiz, la villa de Vitoria, un modelo de desarrollo urbano de calidad y guía para muchas otras. En ese modelo, que el viajero podrá disfrutar y percibir desde que se baje del tren o el autobús, se unen criterios de cohesión social, habitabilidad, respeto al entorno, accesibilidad, conservación, recuperación del patrimonio y programas de integración y participación social.

Después de Gerona, es la segunda urbe de España con mayor calidad de vida, la ciudad española con más zonas verdes, 42 m² por persona contando el Anillo Verde, y la segunda si sólo se cuentan las áreas verdes dentro de la ciudad con 23,4 m² por persona. Es, también, la pequeña Berlín del norte por el uso de la bicicleta entre los ciudadanos, uno de esos baremos que miden el civismo de los habitantes de una ciuda que dispone igualmente de un fluido servicio de bus urbano y un tranvía que recorre el centro y periferias de la ciudad.

Diseñada siguiendo las reglas de una fortificación, la capital del País Vasco es irónicamente un pedazo más avanzado de Castilla y León, una tierra mestiza donde lo castellano y lo vasco se fusionan para crear algo nuevo con lo que cualquiera podría identificarse: la sombra del nacionalismo con prefijo “eusko” está presente, pero no pasa de un par de palabras, la manía de cantar en coros a todas horas y la gastronomía (Dios os salve, euskaldunes, por haberla inventado). Tiene el equilibrio perfecto entre la riqueza empresarial, la vida comercial y la tranquilidad de una urbe que vista desde el cielo parece una gran flor de piedra y madera: un núcleo medieval abigarrado, rodeado de ensanches decimonónicos y a su vez de cuatro grandes parques (uno interior, el Parque de La Florida, donde se levanta el Parlamento vasco y la mole neogótica de la Catedral de María Inmaculada), como Salburua, Olárizu, el bosque de Armentia y Zabalgana.

El corazón de la ciudad está hecho para gastar suelas, para dejarse llevar y que los tobillos hagan su trabajo, pensada para pararse cada poco a por un corto y un pincho: mejor dicho, “pintxo”. Una parte es ese cerro conquistado por los señores feudales que fundaron la ciudad en esa elevación fortificada. Intramuros quedaron los restos románicos y góticos de la ciudad, modelada de forma radial y que coge la forma de una gran almendra de calles estrechas y desiguales, como capas que se desparraman y que son cortadas longitudinalmente por otras vías. Dentro de ese recinto que es patrimonio histórico, habitado y conservado para su uso, sin una sola casa abandonada. Ésta última se encuentra en el borde mismo del casco histórico, compartiendo espacio con su vecina, la plaza de la Virgen Blanca, donde se levanta el monumento a la batalla de Vitoria de la Guerra de la Independencia.

Más allá de los límites, ya dentro de la zona de la Senda y el Ensanche, la ciudad se puebla de palacetes burgueses y oligárquicos surgidos con la industrialización y que le dan ese aspecto tan típico de las urbes burguesas del norte de España. Fue un siglo XIX que dejó, además del mencionado Ajuria Enea, el palacio Zulueta, la Casa Zuloaga, el Museo de Bellas Artes…, todas construcciones únicas. Mención aparte merece el Artium, el centro de arte vasco y uno de los grandes arcones del arte contemporáneo nacionales. Situado entre el número 26 y el 16 de la larga calle de Francia, es la esencia misma de la modernidad vitoriana: el precio de la entrada la pone el propio visitante, y en sus dos niveles se pueden encontrar esculturas únicas de Juan Muñoz (uno de los grandes de las últimas décadas) o Francesc Torres. Arte, vida y cultura unidas, dos nombres para una misma urbe que es el sueño de todo hombre o mujer con sentido común. Quién pueda, que la disfrute.

INFORMACIÓN:

www.vitoria-gasteiz.org/

(Web official)

http://vitoria-virtual.com/

(Visita virtual)