No es una quimera de la ciencia-ficción, es una realidad para la que ya hay planes, tecnología, proyectos privados y públicos, y sobre todo mucha ambición para que la Humanidad entre en una nueva revolución industrial de la que sólo podemos ver el inicio.
Como suele pasar con los temas importantes que vinculan ciencia, tecnología e industria, no se ha enterado casi nadie. Es uno de esos temas que pasan como una brisa sobre la memoria de la gente. Se mantiene como un discurso latente hasta que se convierte en una realidad que lo condiciona todo. Ya ocurrió con la informática e internet hasta que fue imparable. Ahora vuelve a pasar. Si los planes salen adelante vayan olvidándose de la economía de siempre que ustedes conocen, porque el mundo cambiará para siempre con una cadena de causa-efecto que podría revolucionar todo, desde los mercados de materias primas al coste de la tecnología o incluso su futuro laboral. Muy probablemente sus nietos, y quizás sus hijos, vivirán de lo que vamos a contarle en las próximas líneas. Aprendan bien estas dos palabras: minería espacial. Y esta cifra: la NASA calculó lo que nos tocaría por cabeza si se explotaran todos los cuerpos del Cinturón de Asteroides, 100.000 millones de dólares por habitante de la Tierra. Es decir, el negocio más lucrativo de la Historia de la Humanidad.
Un rápido movimiento legal de EEUU ha abierto la veda bajo el peso de la lucha contra el terrorismo, el cambio climático y el ruido de fondo que permite a un gobierno y la industria de la mayor potencia económica del mundo moverse a toda velocidad para asegurarse una ventaja técnica frente a sus potenciales competidores en este negocio, principalmente China, Rusia y Japón: la Space Act, un proyecto de ley muy al estilo norteamericano que se salta el Tratado de Espacio Exterior (de inspiración universalista, en el que todo lo exterior es para bien común de toda la Humanidad). Esta ley establece que “el primero que llega se lo queda todo”. Todavía en trámite, ya ha pasado positivamente por el Congreso y el Senado de EEUU, espera el retoque final antes de ser enviada a la Casa Blanca (que no debería poner muchos peros) y finalmente aprobada en una sesión de las dos cámaras que muy probablemente pasará discretamente por los medios, para no llamar mucho la atención. Y no se trataba de algo secreto: como todo trámite legal en EEUU, era de dominio público y se tenía acceso a los detalles. Pero una cosa es la transparencia y otro el interés del público, que parecer ver la minería espacial como ciencia-ficción.
Simulación de una hipotética base minera permanente en un planeta, imitando las que hay en la Tierra
Nada más lejos de la realidad: es un negocio a diez años vista, para el que la NASA y la ESA europea desarrollan tecnologías relativamente baratas y aplicables, y que será vital para el futuro económico e industrial de la Humanidad. Si tenemos en cuenta que hay cientos de millones de objetos sólidos en el Cinturón de Asteroides y que muchos satélites de Júpiter y Saturno encierran grandes cantidades de agua (más incluso que la que tiene la Tierra) el horizonte es inmenso. No hay que olvida que salvo que la minería sea capaz de perforar la corteza terrestre más allá de sus límites, directos hacia el manto interno, las reservas conocidas de determinados compuestos (zinc, plata, estaño, cobalto, platino, oro, indio, cobre..) podrían acabarse antes de que terminara el siglo. Así pues la vía está abierta. Hay mundos que pueden ser auténticas minas de agua (el oro del presente y del futuro), metales raros de hallar en la Tierra que son clave para las nuevas tecnologías pero que ahí fuera vagan sin explotar quizás por millones de toneladas, oro, diamantes… e incluso los denostados combustibles fósiles. No hay que olvidar que en Titán, una de las lunas de Saturno, llueve metano y hay lagos de compuestos con base de carbono parecidos al petróleo. Tampoco que en Venus hay una enorme variedad de sulfuros en la atmósfera que podrían ser utilizados también en la industria. El abanico de posibilidades es casi infinito.
El potencial de negocio y de desarrollo tecnológico es tan grande que ni siquiera se ha podido calcular, ya que en gran medida desconocemos el volumen de cuerpos rocosos y lo que encierran. Un ejemplo: hace unas semanas la NASA publicaba información sobre un cometa al que había bautizado como Happy Hour (Hora Feliz). Su característica era que en su órbita cerca del Sol, cuando los cometas se “encienden” como fósforos, liberaba millones de litros de alcohol puro. También hay asteroides que al ser observados con el instrumental adecuado revelan auténticas minas flotantes: los hay que son cúmulos de diamantes con más cantidad que todo lo que se haya extraído en toda la Historia de la minería junta, otros son puro silicio, o encierran en su interior tanto oro como el que se extrae de las legendarias minas de Sudáfrica en una década… e incluso rocas que funcionan como neveras y atesoran el mayor recurso imaginable en el espacio, agua aprisionada y/o congelada.
Modelo de captura por embolsamiento de la NASA
Hasta ahora la tecnología no permitía alcanzar esos tesoros libres y sin dueño aparente. Están ahí y, al igual que en la Tierra, los recursos quedan en manos de quien los explota. De ahí la iniciativa de EEUU y su Space Act. Las consecuencias económicas son además como una bomba: una veta de diamantes (que tiene múltiples usos tecnológicos, desde puntas de tallado de minerales y metales a condicionante climático en forma de polvo dispersado en la atmósfera, en teoría) de varios cientos de miles de toneladas alteraría el precio internacional. Literalmente se desplomaría, con lo que toda la industria tradicional se iría al traste: si controlas la mayoría de recursos impones tu precio a los demás, posibilitas avances tecnológicos que antes no eran factibles por los costes y, de facto, controlas una industria completa. El consorcio que controlara esa veta mandaría a la indigencia varios miles de años de orfebrería, minería y sectores indirectos. Así de peligroso puede ser este juego.
Ahora bien, ¿cuál es la base de la minería espacial? Hay dos opciones. Primero, extracción in situ allí donde esté el asteroide, satélite o cuerpo rocoso que vaya a ser explotado. Esto supondría la mayoría de las veces un viaje de meses, años, y una serie de condicionantes tecnológicos que hoy no son viables o tremendamente costosos. En realidad no enviaríamos humanos, sino máquinas, pero aún así la capacidad tecnológica hace extremadamente complicado mandar una nave minera a, por ejemplo, Phobos (satélite de Marte), y traer de vuelta a la Tierra miles de toneladas de materias primas. Es más bien el aspecto futuro. Así que hay una segunda opción: “cazar” asteroides de un tamaño no superior a los 200 metros con redes electromagnéticas, cables ultrarresistentes, y tirar de ellos hacia órbitas seguras y fácilmente alcanzables por máquinas y humanos, bien alrededor de la Tierra o la Luna (más segura). En estos momentos esta tecnología ya es factible y se estudia incluso como vía para evitar impactos de asteroides contra la Tierra.
Prototipo de la NASA para captura de asteroide
Entonces ya tenemos una opción factible a medio plazo. Dejamos la primera para, todavía, la ciencia-ficción (pero todo llegará). Hay opciones aparte del remolcado. Por ejemplo la Misión NEO (NASA) que capturará asteroides, los sacará de su órbita y arrastrará a otro punto seguro para estudiarlo. El propósito final es poder enviar una sonda robótica que, literalmente, agarre el asteroide y mediante propulsores lo lleve consigo fuera de su trayectoria hacia el espacio que hay entre nosotros y la Luna. La razón de ese lugar es sencilla: el asteroide estaría a la distancia perfecta para la cápsula Orion y los nuevos cohetes que sustituirán a los viejos transbordadores espaciales ya retirados. El despliegue de la misión está previsto para 2021, pero habrá que esperar a 2025 para el primer intento, ya que la Orion debe ser probada antes, los cohetes utilizados para saber su rendimiento real y así no saltarse los planes diseñados por la NASA y la Administración de Barack Obama y que recogerá el siguiente presidente. Para más adelante el sistema se repetiría para llevar ese asteroide hasta las cercanías de Marte, quizás para 2030 y con la intención de usarlo como punto intermedio para esa obsesión roja que tienen todas las agencias espaciales. Y quizás, incluso, empezar la explotación minera de Marte, el siguiente nivel.
Cientos de miles de asteroides esperan mineros
La Tierra no está sola: hay más de 20.000 cuerpos reconocidos y catalogados (una ínfima parte del total en el Sistema Solar) libres y en riesgo de corte con nuestra órbita planetaria. Eso sin contar con el Cinturón de Asteroides, donde se concentran cientos de miles, quizás millones, de cuerpos con tamaños que van desde unos cuantos metros hasta diámetros de varios kilómetros. La NASA, en colaboración con el resto de agencias espaciales e instituciones astronómicas, vigilan de cerca de estos lobos solitarios que nos rondan: de momento se ha identificado a los más grandes, los 981 “problemáticos”, aunque faltan algunos más. Piensen que sólo en el Cinturón de Asteroides (base del cálculo realizado por la NASA sobre el valor de explotación) hay varios millones de cuerpos esperando.
Pero a la minería espacial no le vale cualquier cuerpo. Los perfectos son los asteroides de clase M, la tercera más numerosa y que en su gran mayoría se componen de aleaciones de hierro y níquel. Hagamos un cálculo práctico a partir de los estudios de la Universidad de Arizona (EEUU) en este campo: un asteroide de 2,5 km de diámetro como el 3554 Amón podría alcanzar un precio de unos 87.000 millones de dólares. Es pequeño comparado con otros de hasta 100 km de diámetro, que tendrían núcleos de puro metal sin inserciones de roca, y cuyo valor podría superar el billón (europeo) de dólares. La clase S, minoritaria (menos del 20% del total) también son interesantes, pero por otros motivos: su composición básica es de silicatos, con inserciones de magnesio, níquel, platino, oro… e incluso agua atrapada en las rocas internas. Aquí los tamaños son todavía mayores: por encima de los 200 km de diámetro. Pero en el vacío serían fácilmente remolcables con la tecnología adecuada.
La explotación además no sería del todo pública. Hay un proyecto en marcha entre Larry Page (Google), Erick Schmidt y el director de cine James Cameron para usar naves robóticas para extraer oro y platino de los asteroides. Para ello hacen falta telescopios privados, naves automatizadas, un depósito de combustible orbital (no antes de 2020) y misiones de transporte hacia la Tierra para su procesamiento. El plan es muy ambicioso, pero la NASA y otras agencias apuntan un problema: para conseguir dos onzas de oro haría falta una inversión final de 1.000 millones de dólares. Buen intento, pero todavía queda algo de tiempo, inversión y sobre todo muchos más socios.
‘Space Act’: EEUU toma ventaja legal para explotar el espacio
(Texto extraído del blog Corso Expresso)
Desde hace 40 años los dos únicos partidos de EEUU, republicanos y demócratas, libran una guerra sin cuartel por el control del país. Sólo se ponen de acuerdo para determinadas cosas y en situaciones muy concretas: cuando los atacan o cuando hay mucho dinero (para todos) en juego. Uno de esos momentos fue el paso sin demasiados problemas del proyecto de ley llamado “Space Act”, algo así como Acta del Espacio. Pasó por el Congreso sin problemas, que le cedió el turno al Senado, que la aprobó por unanimidad y se la devuelve al Congreso para que la firme y se la mande a la Casa Blanca. Ante el vacío legal evidente respecto a un entorno que por ahora sigue siendo tecnológicamente experimental (el espacio exterior) el cuerpo legislativo más poderoso del planeta ha decidido regular para su beneficio. La ley permitirá valorar, explotar y transformar los recursos mineros de cualquier cosa que no sea la Tierra, desde Marte a los asteroides, pasando (quizás con algún permiso) otros recursos encerrados ahí fuera.
El texto está construido de tal forma que convierte en ilegal la intromisión del propio gobierno de EEUU, de otros estados y de otras compañías mineras. Es una forma de crear un marco legal que permitiría a las compañías norteamericanas apropiarse legalmente de recursos espaciales de manera oficial. Un detalle muy importante es que en la revisión que hizo el Senado se añadió una condición: el recurso debía ser “abiótico”, es decir, no puede ser biológico o estar vivo. De esta forma si se encontraran microbios en Marte, por ejemplo, no podrían ser considerados como un recurso valorable o útil. Esto ha provocado las primeras críticas abiertas entre los legisladores del Capitolio, ya que el derecho de explotación y el de soberanía chocarían. EEUU, por su cuenta y riesgo, no debería promulgar una ley pretérita que literalmente permitiría a las empresas del país reivindicar por motivos económicos un satélite de Júpiter entero para explotarlo comercialmente si pudiera. Toda ley sobre el espacio debería ser pactada con el resto de naciones, dejar en suspenso decisiones tan aleatorias, como se hizo con la Antártida. Por ahora es ciencia-ficción, pero en el Capitolio piensan otra cosa. Y quien golpea primero…